Diálogo: Belleza y cariño de la Virgen de Guadalupe
La belleza, la poesía es un camino que toma la Virgen de Guadalupe para visitarnos. Su aparición es de una belleza inmensa, celestial, deleitable.
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Morelia, Michoacán, 09 de octubre de 2017.- Los mexicanos tenemos alma de poeta, por la herencia indígena de nuestra alma, somos capaces de ir al Ometéolt por las flores y el canto.
Ofrezco estas líneas, en un estilo diferente a mis lectores que son una población selecta y culta.
Vale la pena contemplar ese prodigio de pintura y de símbolos que es la imagen que la Virgen de Guadalupe pintó con rosas en la tilma de Juan Diego, es un códice. También vale la pena meditar el relato escrito, Nican Mopohua, es una joya de la literatura, un evangelio indígena.
El acontecimiento de la virgen de Guadalupe tiene una riqueza maravillosa, una profundidad de noche preñada del Misterio. Necesitamos entrar en el portento de la teofanía.
La imagen que nos dejó es una pintura absolutamente maravillosa, pero es mucho más, es un mensaje en códice que nos permite navegar en la cosmovisión y en la religión del mundo indígena y del mundo cristiano.
He aquí algunos rasgos: el color del manto es el precioso azul verde de aquel Dios bueno, sabio, imagen atractiva del cielo indígena, Quetzalcóatl, Dios de la paz. El rojo del vestido que puede no gustar o no armonizar con el manto es el color del terrible Dios Tezcatlipoca, de la guerra y de la sangre. La Virgen de Guadalupe armoniza los dos principios antagónicos.
La Virgen de Guadalupe que va a la montaña del Tepeyac tiene un avanzado embarazo, como la Virgen del Evangelio que va a la montaña de Nazaret, está esperando al Hijo de Dios. Como la virgen del Apocalipsis, la virgen de Guadalupe es una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies.
Los creadores de la bandera de México encontraron los maravillosos colores verde, blanco y rojo en las alas del ángel que transporta a la Virgen de Guadalupe.
Lleva en su cuello un collar con la medalla que llevaban las divinidades indígenas, pero aquí tiene la Cruz del cristianismo.
Esa especie de capullo o de gran flor que llena el vestido de la virgen significa el Tepeyac florecido, el paraíso. El destino feliz y divino de México, el país del progreso, la paz y la gloria, el paraíso.
El relato de las apariciones es un portento de ternura, con una cortesía propia de la nobleza indígena. El cuadro que presenta es idílico, celeste, la realidad austera del campo se viste de luz y brilla con destellos de las piedras preciosas. El paisaje se hace puro, transparente como trasunto del cielo.
El diálogo es de una gran ternura y respeto, de una cortesía de Reyes, muestra un cariño sencillo y delicado la Señora del cielo y cercanía confiada el indígena.
La virgen de Guadalupe se aparece precedida de cantos, un lenguaje claro y elocuente para los indígenas. “Al llegar cerca del cerrito… Oyó cantar… Como el canto de muchos pájaros finos. Al cesar sus voces como que el cerrito les respondía, sobre maneras suaves, cantos más hermosos que el del cenzontle y el del jilguero y el de otros pájaros finos.
Juan Diego se ve transportado en una experiencia celestial: “¿por ventura soy digno de lo que oigo?… ¿Quizá solamente lo veo entre sueños? ¿Dónde estoy? Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos, nuestros antepasados en la tierra de las flores… Acaso en la tierra celestial”.
“Oyó que lo llamaban de arriba del cerrillo: Juanito, Juan Dieguito… Entró en la teofanía. Se encontró en la visión celeste de la gran madre de Dios, María de Guadalupe. Estaba encantado, anonadado.
“Mucho admiró de qué manera la virgen de Guadalupe era grande sobre toda ponderación”. La descripción de su persona y del paisaje metamorfoseado es indescriptible. Vale la pena leerlo detenidamente.
Ella se presenta con los nombres de las religiones cristiana y tolteca: es la madre del verdadero Dios, del Ipalnemohuani , in Tloque Nahuaque, el Dueño de la cercanía, el Dueño del cielo.
“Deseo que aquí se me levante mi casita sagrada. Ahí mostraré, ensalzaré, manifestaré a Dios… Porque yo soy en verdad la piadosa madre de ustedes.”
En las crisis más graves de México, como la guerra de independencia y la Persecución, María de Guadalupe ha acompañado a los mexicanos, cumpliendo su palabra “no temas esta enfermedad (la del tío Juan Bernardino) ni ninguna otra enfermedad ni cosa que te hiera o aflija (corrupción, violencia, injusticia, impunidad).
El Tepeyac transformado, florecido es una señal profética del paraíso. El destino de México es transformar la corrupción, injusticia, crisis en el Reino de justicia paz, gloria inmortal.