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Crisis de Ucrania: Las debilidades de la estrategia del “pitbull”

Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS
Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS

Contrariamente al análisis generalizado, Rusia no se encuentra en un momento de reconstrucción del antiguo imperio soviético, porque su imagen de fuerza en la escena internacional es un espejismo

Morelia, Michoacán, 21 de abril de 2014.- Contrariamente al análisis generalizado, Rusia no se encuentra en un momento de reconstrucción del antiguo imperio soviético, porque su imagen de fuerza en la escena internacional es un espejismo. En la realidad su estrategia de “pitbull” esconde debilidades estructurales y geopolíticas profundas.

Es en función de estas debilidades estructurales y geopolíticas que debemos “leer” el “Acuerdo de Ginebra”. Con efecto, hace algunas horas, en Ginebra, Suiza, John Kerry, secretario de Estado estadounidense, y la Alta Representante para la Política Exterior Europea, Catherine Ashton, han logrado arrancar un acuerdo a Rusia y a Ucrania para reconducir la crisis y evitar la escalada militar sobre el terreno. Según fuentes citadas por El País: “El compromiso obliga a Moscú a propiciar el desarme de las milicias prorrusas en el este de Ucrania y, a cambio, Kiev elaborará una Constitución que consagre la organización federal del país y el respeto a todas las minorías”.

De este modo quedaría respectada la diversidad del país, con una Constitución que otorgará la mayor parte de las competencias —salvo defensa, justicia y política exterior— a las regiones, retirando el principal argumento de las “milicias” prorrusas contra el gobierno de Kiev.

La cuestión que me coloco (no soy la única ya que el Presidente norteamericano ya ha hecho público su escepticismo), es sí Rusia va cumplir con su parte.

No dudo que intentará pasar este acuerdo por “el arco del triunfo”. Por un lado, ya vimos que Putin no cumple con Tratados bilaterales, tal como sucedió en relación al “Memorando de Varsovia” del 1994. Pero, esta no es la cuestión central. La cuestión central es si Rusia podrá dejar de cumplir con el acuerdo.

Paradójicamente, la Rusia de Putin, se encuentra en una encrucijada: no puede salir de Ucrania y no puede continuar en Ucrania.

En otras palabras, Putin ha encerrado a Rusia en un escenario típico del “dilema del prisionero”, como resultado de la suma de dos variables: a) de los caracteres de su personalidad ; b) del hecho de que Rusia se encuentra desfasada del eje “globalización económica” y es un actor primordial del eje “fragmentación política” .

El problema es que “el dilema del prisionero” se presenta en la variante “máquina de la verdad”, una variante imposible de jugar. O sea, Rusia tiene tres opciones: cooperar, no cooperar o, sencillamente, no jugar. La respuesta lógica en este caso es “no jugar”, pues Rusia carece de tiempo y de espacio suficientes para jugar correctamente. Además, no ha analizado correctamente a su adversario, que es en este caso preciso la Unión Europea y no EE.UU. Si juega, se trata de una “apuesta”, más que de una solución lógica. Ahora bien, las “apuestas” a mediano y largo plazo tienen resultados negativos.

Veamos, los elementos de la situación imposible de Rusia. Durante décadas, la diplomacia rusa se negó a considerar el significado del Tratado de Maastricht y del Tratado de Lisboa, o sea del proceso de transformación de la Comunidad Europea en Unión Europea y por consecuencia se negó a tratarla como una entidad, una unidad con peso en la escena internacional, un bloque político en competencia sobre la misma zona de influencia.

Para Rusia, Europa era “leída”, “interpretada”, como un “mercado común”, y por ende los Señores del Kremlin trataban, por separado, cada asunto político directamente con los países reconocidos por la diplomacia rusa como “actores”: Francia, Alemania, Gran Bretaña.

Así, cuando la UE propone el inicio de negociaciones para aterrizar un proyecto común con seis países de la antigua URSS -Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, Georgia, Armenia y Azerbaiyán- este proyecto crea en la diplomacia rusa una ruptura paradigmática con la “imago mundi” central a la construcción de su política internacional ya que, por primera vez, las autoridades rusas comenzaron a darse cuenta de la importancia de la UE, a pesar de la débil coordinación de políticas de Bruselas.

Esta ruptura se materializa, por otro lado, en un contexto mundial en que escenarios globales se desarrollaron a partir de la evolución de dos “tendencias duras”, presentes desde el siglo pasado: la “Globalización Económica” y la “Fragmentación Geopolítica”.

Rusia, relativamente ausente del eje “Globalización Económica”, se encontró como un actor principal del eje de la “Fragmentación Política”, al mismo tiempo que ocupa el centro de tres vectores de presión y de “Competencia por la Representación”, entre las grandes civilizaciones que disponen de una representación en el ámbito de Estado, lo cual les permite ser actores en un mundo fragmentado y, los cuadro civilizacionales que, no disponiendo de esos Estados, serán terreno fértil para tentativas de transformación radical del sistema regional.

En la vertiente occidental tiene a la Unión Europea, de la cual sólo la separan los países hoy en el eje de la crisis y bajo ataque: Ucrania, Georgia, Moldavia . En Asia Central, la larga y siempre preocupante frontera con China . Al Sur, la histórica confrontación con Turquía.

Ahora bien, en esta pinza, no sólo la UE es la primera potencia económica del mundo con una población de 505 millones de personas, si no también posee, conjuntamente, una formidable máquina militar, que incluye el potencial nuclear de Francia y Gran Bretaña, además de que los países de la UE forman el pilar europeo de la OTAN.

Frente al coloso europeo, y aún y cuando colocamos en la balanza las debilidades de coordinación arriba mencionadas de Bruselas y la lentitud de respuesta de una burocracia comunitaria que se encuadra en una compleja red de instituciones y de mecanismos complejos, la Rusia aparece como “débil”.

Es bien verdad, que Rusia posee un territorio más extenso y autoritariamente controlado desde el centro. Pero este vasto territorio tiene una población que es menor en 30 % a la de la UE y su poder económico es insignificante en comparación con la UE. La participación de Rusia en la economía mundial es del orden de 4 %; la de la UE, el 23%.

O sea, seamos concretos, no es la nostalgia por el imperio soviético perdido ( la “interpretación” popular entre los medios de comunicación occidentales), que motiva a Vladimir Putin a crear la “Unión Euroasiática”, si el constatar la existencia de una competencia directa de una Unión Europea, que ahora puede desarrollar una actuación conjunta, una política exterior y de defensa comunes, y que, si bien, introdujo un equilibrio al poder militar y a la intervención estadounidenses, lo hace en un cuadro de alianza atlanticista con los propio EUA.

Frente a esta amenaza directa, Putin arriesga, con la anexión de Crimea, el recolocar en primer plano la cuestión de ¿cómo evolucionarán las relaciones entre Rusia y Turquía y de éstas con la Grecia y con la Armenia, elemento que pesa y condiciona toda la evolución de los Balcanes, del Mar Negro, del Caucaso y de la Asia Central?

Este es un riesgo calculado de Putin, a partir de un contexto de relativa parálisis de la potencias emergentes – China, India e Irán- absorbidas por problemas internos de estabilidad de los respectivos regímenes o con agendas de reforma económica de integración que las llevan a tomar comportamientos de contención, lo que permitió a Putin un breve período de maniobra en el frente occidental. Pero, en este cálculo no colocó la posibilidad de una convergencia de intereses entre EE.UU. y China frente a Rusia, plasmada en el voto de las resoluciones de la ONU.

Pero esta no es la única debilidad. El proyecto de “Unión Euroasiática” hasta el momento tuvo una historia frágil y tiene un futuro precario y sinuoso. Los aliados de Rusia en este proyecto – Kazajstán y Bielorrusia- son países con regímenes dictatoriales (luego inestables) y zombies económicos que no han contribuido de manera significativa al fortalecimiento del nuevo bloque.

Si bien, en conjunto los tres países tienen cerca de 170 millones de personas, los tres han perdido el “momentum” de la modernización. Rusia y Kazajstán viven principalmente de las materias primas (hidrocarburos). O sea sus economías no producen valor agregado. Cuanto a la Bielorrusia esta vive a expensas de Rusia…

Es obvio que el único país que en última instancia puede mejorar la situación y rescatar el proyecto de “Unión Euroasiática”, es Ucrania. O mejor, sería Ucrania, si esta no estuviera en total quiebra económica y no necesitara de un rescate financiero que sólo la UE puede financiar, o para el cual es necesario el acuerdo de EE.UU. para desbloquear los fondos del F.M.I.

La ventaja puntual (la única diría yo), de Putin, es que frente a la compleja situación de la región, primordial por su función de “tampón” entre Europa y Oriente Medio, la Unión Europea no estuvo a la altura de las cuestiones estratégicas colocadas al no establecer políticas concretas de apoyo con anterioridad a la intervención rusa .

Tal alejó a los diversos pueblos de la región de una visión positiva de la integración en la UE y de los beneficios de esta. Por otro lado, la UE no entendió que las aspiraciones de integración europea se expresan con enormes variantes dependiendo de la historia y de las tradiciones de los pueblos.

Sin embargo, tal como Rusia se encuentra ante el dilema arriba enunciado, la UE, por su parte también tiene su propio dilema: no puede “ausentarse” de la región; pero es dudoso que políticamente opte por luchar en las calles de Kiev (Ucrania) o de Tiblissi (Georgia).

Tenemos, entonces que colocar la cuestión: ¿cuáles pueden ser, en estas circunstancias, las palancas de influencia de la UE? Ya vimos que no existe la voluntad política del uso de la fuerza militar. Queda que la UE, una asociación de 28 Estados soberanos, tiene responsabilidades. El futuro y la seguridad de sus fronteras dependen de la contención del avance ruso.

Tiene, entonces obligatoriamente que encontrar mecanismos para lo hacer y al mismo tiempo, proporcionar los medios financieros para dar una oportunidad a los jóvenes estados. Para ello, no deberá repetir los errores cometidos durante las negociaciones sobre el Acuerdo de Asociación con Ucrania.

Difícil reto para una Europa en crisis. Pero, la salida de la crisis pasa por pagar este precio.

Berlín ya lo entendió, Bruselas también.

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