Editoriales

El Chivo expiatorio / Teresa Da Cunha Lopes

Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS
Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS

En un proceso de simetría mimética la derecha israelí y los fundamentalistas del Hamás accionan un típico mecanismo del “chivo expiatorio” encerrando y secuestrando a sus respectivas sociedades en un permanente ciclo de crisis colectivas cuya resolución pasa por la intensificación de la reciprocidad violenta, por el conflicto, por la tregua y de nuevo por otra crisis colectiva. En este proceso repetitivo, cada uno se ha transformado en el chivo expiatorio del otro.

Morelia, Michoacán, 15 de julio de 2014.-René Girard es un filósofo y antropólogo francés que ha analizado la violencia en las sociedades primitivas y su relación con lo sagrado. Pero la cuestión que debemos colocar es si esa relación, evidenciada por Girard, y analizada por Detienne, Jean-Paul Vernant o Vidal-Naquet como una componente fundamental de la emergencia de las sociedades humanas, de la ciudad-estado (la polis), y de la política, ha desaparecido en las sociedades contemporáneas.

La respuesta es no. Esa violencia, continúa presente. Su relación con lo sagrado es que perdió visibilidad, aunque no deja de ser válida. Diversos investigadores han demostrado que ciertos rasgos de la modernidad se alimentan, y a su vez alimentan a la violencia a través de la construcción de narrativas, de estereotipos, de normas sociales, de reglas “morales”y de símbolos que propician la producción de las identidades de grupo .Identidades de grupo que se colocan en el centro del conflicto (de los conflictos), que nacen en la construcción de la dicotomía entre “nosotros” y “los otros”. Entre los miembros del grupo y los “externos”. Entre el Islam y Occidente. Entre palestinos y judíos. Entre Tutsis y Hutus, etc., etc.

La violencia islamista contemporánea (yihadismo), en particular, ofrece un estudio de caso para estos axiomas teóricos. El ejemplo no es único. De hecho, podríamos también hablar, de su transformación en el elemento central de la narcoestructura religiosa sui generis del cártel michoacano, “Los Caballeros Templarios”. Sin embargo, el primero caso es más conocido y generalmente usado como ilustrativo de la naturaleza de lo sagrado, de la violencia ritual y de su manifestación en el campo público y de la política, y de su relación con la historia. La tradición islámica y la historia musulmana moderna también proporcionan un modelo para la comprensión analítica de los símbolos religiosos y su degradación en símbolos de una típica moderna demanda de reconocimiento del ego y del grupo de identidades orientadas.

Esta configuración psicosocial escapa necesariamente a la atención de los actores , y debido a la persistencia nominal de los símbolos antiguos, también puede escapar a la atención de los observadores . Sin embargo, exponer y explicar estas discrepancias es una de las tareas centrales del análisis del terror, de la violencia y de la propagación de una cultura de la muerte y de la violencia en el mundo contemporáneo.

PALESTINA1Ahora bien, para comprender el fenómeno de la violencia y de la pervivencia de su conexión con la religión se requiere una aproximación teórica a la tarea. Lo ideal será que el marco teórico integre los conocimientos de la neurobiología y de la etnología para dilucidar las raíces de la agresión en el organismo y sus manifestaciones en el comportamiento animal de los humanos, la expresión de éstos elementos en la violencia humana, etc., etc. Además, requiere una cuidadosa atención a la lingüística y otras expresiones de la cultura , tales como el papel especial de las representaciones religiosas , y en este sentido , a los mecanismos ,al tiempo y lugar , por lo que el papel de la religión en el mantenimiento del orden cultural se invierte , y se convierte en un aliado de la violencia .

Es evidente que tanto las teorías psicológicas, como la escuela psicoanalítica, tienen una contribución que hacer en este sentido. Pero también presentan limitaciones. Así, el marco teórico de referencia más convincente, hasta la fecha, parece ser la teoría antropológica de René Girard (arriba citada) que se centra en el deseo mimético, la violencia, la resolución a través de chivos expiatorios y la posterior prolongación y transferencia en el ritual: muerte individual, sacrificio o guerra. Lo sagrado aparece así en el origen de la violencia original y de las rupturas del paradigma del orden cultural. Pero también alberga un potencial para el resurgimiento de la violencia oculta bajo el manto civilizacional del orden jurídico internacional.

El orden jurídico internacional, en particular el bloque de los DIDH, crean la aparencia del orden, de la contención del caos de la violencia interna a la guerra. Hasta cierto punto esta percepción refleja el hecho de que las sociedades contemporáneas, en particular las occidentales, en que la íntima conexión entre la violencia y el sagrado ha dejado su función central de elemento aglutinador de la comunidad y constructor de la identidad del grupo, han eliminado y/o eliminado el sacrificio y su capacidad simbólica de canalizar la violencia que ha sido sustituida por la primacía del sistema jurídico y de las estructuras judiciales.

Sin embargo, bajo este nuevo paradigma, que podríamos definir como apoliniano, se mantienen vigentes estructuras ancestrales, dionisiacas, mediante las cuales, la comunidad dirige su agresividad contra victimas definidas, tal como ya lo referí, siempre como el “otro”; el que no es integrante del grupo, el emigrante, el diferente, el “Xenos”, el seguidor de otro Dios, o sea, víctimas siempre “externas” y, por lo tanto deshumanizadas. Externas, por lo tanto sin pertenencia al grupo. El que puede ser sacrificado. Aquél que puede ser transformado en “Chivo expiatorio”, porque no hace parte de la “umma” (la comunidad de los creyentes) o porque no comulga de la judeidad.

Existen diversas orígenes del término “chivo expiatorio”: 1.- en el capítulo 16 del libro del Levítico, así se designa al macho cabrío que se ofrece en oblación para la expiación de los pecados 2.-en la tradición inglesa “scapegoat” es la palabra que designaba a la víctima en este rito, término que también puede ser traducido como “víctima propiciatoria” o “cabeza de turco”. A inicios del siglo XX, en su obra magna “The Golden Bough”, Frazer usa de este término, para evocar gran cantidad de rituales que tendrían en común la creencia de que la culpabilidad y otros sufrimientos comunitarios podían ser transferidos hacia una víctima, animal o humana, designada ritualmente.

Hoy en día, encontramos el término en conversaciones, novelas populares o artículos periodísticos refiriéndose a la víctima o víctimas de una violencia o discriminación injusta como “chivos expiatorios”, sobre todo cuando se les acusa o castiga por los “pecados” de otros. O sea, alude a los fenómenos de transferencia de culpabilidad que podemos observar a nuestro alrededor.

Es precisamente aquí, en este punto de análisis que es importante recuperar el concepto del “mecanismo del chivo expiatorio” tal como lo interpreta Girard. Se trata de un “violento desplazamiento de violencia sobre una víctima”, o sea, “designa la ilusión unánime de una víctima culpable, producida por un contagio mimético, por la influencia espontánea que los miembros de una misma comunidad ejercen los unos sobre los otros”.

Por regla general, una comunidad que se activa para buscar y encontrar chivos expiatorios es, según Girard: “una comunidad perturbada por disensiones o por algún desastre real o imaginario”. Por ejemplo, la actual sociedad israelí está secuestrada por la visión apocalíptica del futuro de Israel del actual primer ministro, y líder del Likud, Netanyahu, para quién la solución de dos estados, es peligrosa para la supervivencia a largo plazo de Israel.

Del otro lado, la incapacidad del Hamás para poder ir más allá de la opción sectaria, del radicalismo del terrorismo islámico, y de una narrativa basada en teorías conspirativas antisemitas, incluyendo Los Protocolos de los Sabios de Sión que se encuentran en el centro de la arquitectura de su carta fundacional. Para ambos campos, la violencia que alimenta más violencia establece un ciclo que reproduce el “mecanismo del chivo expiatorio”.

Así, la sociedad, la comunidad, el grupo, la pandilla establecen un falso vínculo de causa-efecto entre el chivo expiatorio que han elegido y el origen real o imaginario del problema al cual se enfrenta, sea cual sea. El problema puede ser la religión, la alimentación, el territorio, la mujer (estos son los tres elementos tradicionales) o, puede ser la repartición de los ingresos de actividades ilícitas, de las rutas del trafico, etc., etc.

En este proceso interno y propio a las sociedades fracturadas, las crisis colectivas ponen en cuestión el status quo establecido, diseminando la indiferenciación y la rivalidad en las relaciones entre los individuos, que no cesan de imitarse y de ser imitados recíprocamente en su comportamiento violento. Se genera así cada vez más simetría, intensificándose la reciprocidad violenta y el conflicto.

La comunidad se encuentra en un estado hobbesiano de lucha de todos contra todos, de violencia mimética incontrolable que, paradójicamente, llegado su extremo apogeo supondrá el punto de inicio de su resolución: “cuando la violencia mimética impregna todo un grupo y alcanza el paroxismo de su intensidad, engendra una forma de persecución colectiva que tiende hacia la unanimidad precisamente en razón del hecho de que la susceptibilidad mimética de los participantes está elevada al máximo”.

La violencia caótica e indiferenciada llega, entonces, a un punto de no retorno. La persecución colectiva empezaría a gestarse también gracias a la especial capacidad mimética humana de focalización de la hostilidad sobre determinados individuos (el otro) , gracias a que determinados modelos son imitados en su violencia contra otros, lo cual hace que tras el caos total emerja una cierta organización.

Por otro lado, el “mecanismo del chivo expiatorio” obedece al principio de la transferencia. Bajo este principio de transferencia toda la comunidad podría cargar sobre la víctima su malestar y tras, por ejemplo, su linchamiento (que puede ser psíquico o físico, pero que es siempre unánime) beneficiarse de los efectos catárticos del crimen. La unanimidad colectiva contra una víctima derivaría en el igualmente colectivo y unánime crimen contra ella que pondrá fin a la crisis. Cabría pensar que con el restablecimiento de la estabilidad social, gracias a la catarsis colectiva, se pondría fin al mecanismo.

Sin embargo, sus efectos no serían imperecederos y una nueva crisis puede estar ya gestándose, de nuevo al hilo de cualquier disensión interna en la comunidad, por cualquier motivo, que suscite de nuevo el proceso.

En su proceso de simetría mimética la derecha israelí y los fundamentalistas del Hamás accionan un típico mecanismo del “chivo expiatorio” encerrando y secuestrando a sus respectivas sociedades en un permanente ciclo de crisis colectivas cuya resolución pasa por la intensificación de la reciprocidad violenta, por el conflicto, por la tregua y de nuevo por otra crisis colectiva. En este proceso repetitivo, cada uno se ha transformado en el chivo expiatorio del otro.

 

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