La importancia de tomar decisiones
¿Cuántas veces hemos visto crecer un problema por no atenderlo a tiempo? Situaciones que manejadas inicialmente con la simple aplicación de la ley se podrían haber resuelto a un costo mínimo.
Morelia, Michoacán, 30 de julio de 2024.- «Cuando se tiene miedo, uno no se hace alcalde», así lo escribió en el año de 1953 él, por esas épocas, popular escritor italiano Giovanni Guareschi. Se refería, ni falta que hace aclararlo, a ese requisito indispensable que debe tener todo buen funcionario: Valor para hacer lo correcto.
Un funcionario, un gobernante, está obligado a tomar decisiones. Puede que no le agraden o que sean impopulares, eso no importa, es su obligación y para eso le pagan. No es alternativa el quedarse paralizado, o transferir la responsabilidad a otro. Eso es de cobardes.
He leído en algún lugar (ignoro si la historia es cierta) el caso de un profesor universitario que les planteaba todos los años a sus alumnos un dilema moral: Imaginemos, decía, que usted es un Gobernador Británico en la India, en tiempos del Imperio, y que recibe una información acerca de que en unas horas se va a producir algo que era bastante común en el siglo XIX, el sacrificio humano de una mujer a manos de una secta. Tiene tropas a mano, pero hay poco tiempo para una operación preventiva, y sabe que si envía a los soldados, se producirán muchos muertos entre la secta, ya que resistirán con ferocidad y saña. ¿Qué haría usted?
Contaba el profesor que los alumnos que se presumían «de izquierda», mayoritariamente se resistían a tomar una decisión. La respuesta habitual que daban era que, en primer lugar, los británicos no tenían nada que hacer en la India. Esa y otras respuestas por el estilo, eran la mejor solución para no tener que hacer lo que más temían: Tomar una decisión concreta.
El error de estos abstencionistas morales es bien claro: No podemos elegir las condiciones en las que tenemos que tomar nuestras decisiones. Sería ideal, pero lamentablemente, no podemos. Las condiciones nos vienen impuestas. Si un experto nadador ve a una persona que se está ahogando en un mar embravecido, puede tomar dos decisiones: Arrojarse por él, arriesgando la vida, o considerar que el riesgo de muerte es muy grande y por lo tanto decidir no hacerlo. Lo que no se puede hacer es justificar la inacción con el argumento de que, en primer lugar, la persona que se está ahogando no debería estarse bañando en ese lugar. Se debe tomar la decisión con las condiciones que hay, no con las que nos gustaría que hubiera.
Analizando el problema hay que reconocer que las decisiones complicadas por lo general involucran una serie de factores que aumentan su complejidad. Entre estos factores se encuentran una complicada e incierta evaluación de las potenciales consecuencias, que pueden ser de graves a muy graves, los inevitables conflictos que implican valores éticos y finalmente valorar cuál será el verdadero impacto resultante de nuestra decisión.
A pesar de la dificultad, tomar decisiones complicadas es esencial por varias razones; primero, por crecimiento personal pues enfrentar decisiones difíciles y asumir la responsabilidades nos ayuda a crecer y madurar y segundo, el evitar o posponer la toma de decisiones difíciles no hace más que empeorar el problema. Por cierto, evitar tomar una decisión dura escudándose en el sobado argumento de que «en este momento no se dan las condiciones» no es más que una claudicación moral y una cobardía absoluta.
La mayoría de las veces no es fácil tomar decisiones, pero ese es precisamente el trabajo de los funcionarios; hay que elegir la alternativa más adecuada aceptando las circunstancias como son, no como nos gustaría que fuese. La táctica del avestruz ignoro si les sirva a los avestruces, pero a los humanos jamás nos ha servido de nada. Sólo ha complicado las cosas dejándolas avanzar y empeorar.
¿Cuántas veces hemos visto crecer un problema por no atenderlo a tiempo? Situaciones que manejadas inicialmente con la simple aplicación de la ley se podrían haber resuelto a un costo mínimo; por miedo se dejan crecer hasta evolucionar a prolongados y severos conflictos con costos y pérdidas importantes. Ejemplos en México hay muchos; uno de los peores y más peligrosos es el narcotráfico, cáncer que con la aquiescencia de las actuales autoridades ha permeado todos los niveles. Podríamos añadir muchos que nos llevan a la misma conclusión: El miedo es mal consejero.
¿Tendremos algún día funcionarios y gobernantes con sentido común, competentes y decididos? Conociendo a nuestros políticos la respuesta es no.
Alejandro Vázquez Cárdenas
Políticos permanentes, entre el servicio y el poder continuo