La paradoja de Epicuro, el dilema eterno
Desde la antigüedad, los filósofos han reflexionado sobre la existencia del mal y su aparente contradicción con la idea de un Dios omnipotente, omnisciente y bondadoso

Morelia, Michoacán, 23 de septiembre de 2025.- Desde la antigüedad, los filósofos han reflexionado sobre la existencia del mal y su aparente contradicción con la idea de un Dios omnipotente, omnisciente y bondadoso. Una de las formulaciones más conocidas de este problema proviene del pensador griego Epicuro (341–270 a.C.), quien, en su célebre paradoja, dejó planteado un dilema que aún hoy continúa generando debates teológicos, filosóficos y existenciales.
La llamada “paradoja de Epicuro” se resume en un cuestionamiento sencillo pero devastador en su lógica:
- Si Dios quiere eliminar el mal pero no puede, entonces no es omnipotente.
- Si puede eliminarlo pero no quiere, entonces no es bondadoso.
- Si ni quiere ni puede, entonces no es Dios.
- Si puede y quiere, ¿por qué existe el mal?
Este razonamiento no pretende ser una negación categórica de la divinidad, sino un reto intelectual a las concepciones teológicas de su tiempo. Epicuro cuestionaba la coherencia entre la creencia en un Dios absoluto y la experiencia tangible del sufrimiento, la injusticia y la muerte.
En el fondo, la paradoja obliga a replantear lo que entendemos por Dios: ¿es un ser omnipotente y benevolente? ¿O simplemente una fuerza indiferente? ¿O, quizás, una creación humana para explicar lo incomprensible?
Aunque formulada en el contexto de la Grecia helenística, la paradoja del mal trascendió a la Edad Media, donde fue retomada y combatida por pensadores cristianos como San Agustín y Santo Tomás de Aquino.
Ambos intentaron conciliar la existencia del mal con la idea de un Dios perfecto: San Agustín lo interpretó como ausencia de bien , mientras que Tomás de Aquino lo explicó como un medio necesario para que exista el libre albedrío y, por ende, la virtud.
Sin embargo, su relevancia no se limita al pasado. En el mundo contemporáneo, donde las atrocidades de guerras, genocidios, catástrofes naturales o enfermedades devastadoras siguen presentes, la pregunta de Epicuro resuena con la misma fuerza. ¿Cómo creer en un Dios justo y todopoderoso cuando millones de inocentes sufren injustamente?
La paradoja encuentra eco en corrientes modernas de filosofía y teología. En el siglo XX, tras tragedias como el Holocausto, el filósofo judío Hans Jonas planteó que quizá Dios no es omnipotente, y que su poder se limita a acompañar el dolor humano, más que a evitarlo. Otros pensadores han sugerido que la idea de un Dios todopoderoso es incompatible con la libertad y la autonomía humanas.
Finalmente la paradoja de Epicuro nos enseña varias lecciones:
- Cuestionar lo establecido: Epicuro no buscaba destruir la fe, sino someterla al escrutinio de la razón. Nos recuerda que las creencias deben ser examinadas y no aceptadas ciegamente.
- Reconocer los límites de la teología: Ningún sistema religioso ha resuelto definitivamente el problema del mal. Lo que nos lleva a reconocer que, quizá, hay preguntas que permanecen abiertas por la naturaleza misma de la condición humana.
- Aceptar la ambigüedad de la vida: La existencia del mal no sólo es un desafío para la religión, también para la filosofía y la ética. Nos obliga a preguntarnos qué papel jugamos los seres humanos en la creación y perpetuación del sufrimiento, y hasta qué punto somos responsables de enfrentarlo y mitigarlo.
- Fomentar la responsabilidad humana: Si no podemos depender totalmente de una fuerza divina para erradicar el mal, entonces recae sobre nosotros la tarea de construir justicia, compasión y solidaridad en nuestras sociedades.
- Concluyendo: La paradoja del mal de Epicuro sigue siendo una de las reflexiones más importantes sobre el conflicto entre fe y razón. Aunque nació en la Grecia antigua, su vigencia se mantiene porque la experiencia del mal sigue siendo universal y atemporal. Como reflexión filosófica, nos recuerda que el mal no es sólo un problema teológico, sino también una tarea ética: no basta con preguntarnos por qué existe, sino qué hacemos nosotros para combatirlo.Finalmente queda también una sentencia del mismo Epicuro, está más concisa: “¿Dioses? Tal vez los haya. Ni lo afirmo ni lo niego, porque no lo sé ni tengo medios para saberlo. Pero sé, porque esto me lo enseña diariamente la vida, que si existen ni se ocupan ni se preocupan de nosotros”.
En un mundo marcado por crisis sociales, desigualdad y violencia, la lección de Epicuro cobra fuerza: si el mal persiste, no podemos limitarnos a esperar su erradicación desde lo alto. Somos nosotros, los seres humanos, quienes debemos asumir el reto de enfrentarlo en la vida cotidiana.
Es cuanto.
Alejandro Vázquez Cárdenas