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El elector desinformado

El voto de la ignorancia es una paradoja democrática: garantiza inclusión política, pero amenaza la calidad de las decisiones colectivas

Morelia, Michoacán, 01 de octubre de 2025.- Anthony Downs, en su obra An Economic Theory of Democracy, introdujo un interesante concepto que ha marcado el análisis político contemporáneo: el «voto de la ignorancia». Según Downs, los ciudadanos se comportan como agentes racionales que, al enfrentarse a la decisión de informarse o no sobre política, eligen de acuerdo con un cálculo costo-beneficio. Dado que el valor individual de un voto es ínfimo en el resultado global de una elección, la mayoría concluye que no vale la pena invertir tiempo y recursos en informarse a fondo. Este fenómeno, conocido como ignorancia racional, explica por qué en sociedades democráticas grandes sectores del electorado deciden con base en emociones, prejuicios, slogans o simples impresiones, más que en datos verificables o propuestas de gobierno.

El voto de la ignorancia no es exclusivo de la modernidad. Ya en la Atenas clásica, donde el voto directo era práctica cotidiana, existía el riesgo de que la masa se dejara llevar por oradores carismáticos antes que por argumentos sólidos. El caso de la condena de Sócrates ilustra cómo una ciudadanía poco reflexiva podía ser manipulada por prejuicios colectivos. En la Roma republicana, la compra de votos con pan y espectáculos era una muestra temprana de cómo la manipulación sustituía al juicio informado.

Con la expansión de la democracia en la Edad Moderna, este problema se mantuvo latente. Alexis de Tocqueville, en el siglo XIX, advertía sobre la «tiranía de la mayoría», donde un electorado sin formación crítica podía decidir con base en pasiones o intereses inmediatos, más que en el bien común. En el siglo XX, las democracias de masas, acompañadas de medios de comunicación masivos, potenciaron este dilema: mientras más personas accedían al voto, mayor era la tentación de simplificar el mensaje político hasta reducirlo a consignas vacías.

El voto desinformado ha tenido efectos devastadores en diferentes momentos de la historia. Ejemplos sobran: la llegada de regímenes totalitarios en Europa durante los años treinta fue posible en gran medida gracias a un electorado que, en medio de crisis económicas, privilegió promesas inmediatas sin analizar sus consecuencias autoritarias. En América Latina, el populismo ha encontrado tierra fértil en votantes que, ante la desigualdad, depositan su confianza en líderes mesiánicos que apelan más al resentimiento que a la razón.

Hoy, el voto de la ignorancia enfrenta un nuevo escenario: las redes sociales. Si antes la manipulación dependía de discursos o medios tradicionales, ahora los algoritmos de las plataformas digitales filtran y amplifican la desinformación. El elector promedio recibe información fragmentada, sensacionalista y muchas veces falsa, lo que acentúa la decisión irracional.

Estudios recientes muestran que en varios países los votantes se informan más a través de memes y videos virales que de programas políticos o debates públicos. El costo de la ignorancia, advertido por Downs, se ha multiplicado porque la manipulación digital es más barata y efectiva que cualquier campaña tradicional.

Así, la democracia de masas se convierte cada vez más en una democracia de burbujas, donde los votantes confirman sus prejuicios sin exponerse a datos objetivos.

Conclusión: El voto de la ignorancia es una paradoja democrática: garantiza inclusión política, pero amenaza la calidad de las decisiones colectivas. Su persistencia demuestra que la democracia no se sostiene únicamente en el derecho a elegir, sino en la obligación de informarse y deliberar. Si no se enfrenta con seriedad este problema, las sociedades seguirán condenadas a elegir gobiernos ineficaces o autoritarios, confirmando aquella máxima amarga de que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen.

Es cuanto.

Alejandro Vázquez Cárdenas

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