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¿Una ayuda desesperada? Trump, miles y la injerencia internacional de China

Mientras Trump desmantela bloques comerciales y alianzas militares históricas, Beijing avanza con inversiones silenciosas y acuerdos de infraestructura a largo plazo en la región

Coimbra, Portugal, 17 de octubre de 2025.- La reciente manifestación de respaldo financiero o influencia política por parte de la esfera de Donald Trump hacia el gobierno de Javier Milei en Argentina, en medio de las dificultades económicas que asolan a la nación austral, ha reavivado un intenso debate en ambos extremos del espectro político internacional.

Por un lado, la base de votantes de la derecha, leal al lema «America First», ha cuestionado el uso de recursos o la extensión de avales a un país con un historial financiero complejo, argumentando que no forma parte de la agenda nacionalista prometida. Del lado de la izquierda, la preocupación se centra en el riesgo de la diplomacia condicionada, recordando las amenazas de Trump de retirar cualquier apoyo futuro si el gobierno de Milei no lograba asegurar una victoria electoral en las próximas elecciones legislativas que se encuentran a la vuelta de la esquina.

No obstante, esta manifestación de apoyo trasciende la mera sintonía ideológica entre ambos líderes. Para Milei, este respaldo no sólo representa un potencial salvavidas económico y un voto de confianza internacional crucial, sino también una poderosa herramienta de propaganda de cara a las inminentes elecciones. Para Trump, significa la posibilidad tangible de consolidar un aliado estratégico en un momento clave de redefinición geopolítica en Latinoamérica.

Resulta irónico, no obstante, que Trump, un líder que basa su política en el aislamiento y el desdén por las alianzas tradicionales, busque de manera reactiva conservar socios. A pesar de su ruptura con la normalidad de la política internacional, sigue necesitando de bloques con los que comerciar y, especialmente, en los que pueda influir para frenar los avances de China. Este es el punto ciego de su doctrina: mientras él insiste en el distanciamiento de sus socios habituales (la Unión Europea, Japón, etc.), Beijing construye cada día más lazos con naciones de todo el mundo, logrando una influencia global silenciosa pero constante.

Cierto es que el acuerdo de cese al fuego entre Hamás e Israel, que ocurrió durante el pico de las especulaciones de su posible nominación, puso de nuevo el nombre de Trump en la órbita internacional de manera positiva, alejándolo temporalmente de su habitual imagen de confrontación. Sin embargo, las fracturas que Trump está creando en las relaciones con la Unión Europea y la creciente desconfianza en América Latina inevitablemente dejarán a Estados Unidos en una posición de influencia global mucho menor que la de China. 

La asistencia a Argentina, por lo tanto, no se interpreta como una estrategia de política exterior coherente, sino como un movimiento de pánico para contener la inevitable injerencia asiática en el patio trasero americano. Mientras Trump desmantela bloques comerciales y alianzas militares históricas, Beijing avanza con inversiones silenciosas y acuerdos de infraestructura a largo plazo en la región. Esta reactividad, en lugar de liderazgo, es la que está minando la credibilidad estadounidense a largo plazo.

Una vez más, los excesos de ambos lados del espectro ideológico nos recuerdan los errores primarios de los actores políticos más relevantes de la actualidad. Trump debe interiorizar que no puede operar en solitario y que el extremismo ideológico no solo polariza la política interna, sino que debilita de forma crítica el poder de Estados Unidos en el escenario geopolítico internacional.

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