Todos los zombies de la política / Teresa Da Cunha Lopes
¿En qué acabará todo esto? ¿En que acabará este trágico 2014 ?Es la cuestión que se colocan todos. No lo sé. Pero es difícil no tener la sensación de que nos estamos perdiendo una oportunidad crucial, de que estamos en lo que debería ser un giro decisivo, pero sin decidirnos a dar el giro
Morelia, Michoacán, 18 de diciembre de 2014.- ¿En qué acabará todo esto? ¿En que acabará este trágico 2014 ?Es la cuestión que se colocan todos. No lo sé. Pero es difícil no tener la sensación de que nos estamos perdiendo una oportunidad crucial, de que estamos en lo que debería ser un giro decisivo, pero sin decidirnos a dar el giro.
Podemos achacar parte de la culpa al presidente que puso por las nubes al proceso de reformas y al “Mexican Moment” y que no ha utilizado su posición privilegiada para plantar cara al fundamentalismo del “gobierno es malo”. Podemos achacar parte de la culpa a los sexenios anteriores que han potenciado la caída en el vórtice de violencia. A estas alturas, esta atribución de culpas es irrelevante y ociosa.
Luego está el pequeño detalle de que estamos entrando en la peor recesión sufrida desde el efecto tequila. Se pueden decir muchas cosas del desastre financiero del último año, pero la versión corta es sencilla: los políticos esclavos de la ideología del “presidencialismo imperial” desmantelaron lo poco que se ha alcanzado desde los noventas, en la creencia de que el precio del petróleo podía cuidar de todos los problemas de las reformas estructurales. Con el barril de Brent en sus niveles más bajos desde el 2009, esto es imposible. La consecuencia es que México se ha vuelto de nuevo vulnerable a una crisis del estilo de la de los años 80’s y 90’s, y la crisis está en puertas.
La cuestión reside en una sola pregunta: ¿qué nos puede salvar de una repetición completa de la grande crisis del 94 “reload”? La respuesta, casi con toda seguridad, reside en la muy diferente función que ha desempeñado el Gobierno Federal… hasta el momento.
El aspecto más importante del papel del Gobierno en esta crisis probablemente no sea lo que ha hecho, sino lo que no ha hecho: a diferencia del sector privado, el Gobierno federal no ha recortado el gasto a medida que se reducían sus ingresos (los Gobiernos estatales y locales son una historia diferente).
La recaudación fiscal ha sido mucho más baja de lo anunciado, el precio del Brent ha llegado a la fatídica barrera de los 63, 11 dólares el barril, pero los cheques de los jubilados siguen saliendo; los subsistemas de salud siguen operando; los empleados federales, de los tres poderes, desde los secretarios, jueces, legisladores, hasta los funcionarios de ventanilla, pasando por los soldados, siguen cobrando su sueldo.
Sin embargo, la imagen de estabilidad descrita en los párrafos anteriores, parte de la suposición de que, desde el punto de vista político, el gobierno será capaz de continuar actuando de forma responsable. El ejemplo comparativo de la crisis del 94 demuestra que esto no está ni mucho menos garantizado.
El fantasma del “error de diciembre”, la devaluación del peso que se dio durante los primeros días del Gobierno del presidente Ernesto Zedillo- error que desencadenó una serie de acontecimientos que causaron alzas en las tasas de interés y obligaron al Gobierno a pedir miles de millones de dólares en asistencia financiera al Tesoro de Estados Unidos y a organismos multilaterales- está presente en todas las mentes después de una semana en que el peso, según lo publicado por Reuters esta mañana “se depreció por cuarta sesión consecutiva con una baja de 0.36% frente al dólar, cerrando en 14.7635 pesos por dólar, según la información de Banco de México, tras datos del sector industrial en Estados Unidos”.
Ahora bien, si existe algo que todos nosotros los mexicanos odiamos, ese “algo” es una devaluación del peso. Puede ser que, por veces, las devaluaciones de la moneda nacional sean necesarias y hasta momentáneamente benéficas para la economía. Sin embargo, ningún argumento economicista hará olvidar a los mexicanos la humillación sufrida con la devaluación del peso en el sexenio de López Portillo, el presidente que afirmó que lo “defendería como un perro”. Para siempre, “per saecula saeculorum “, una devaluación es resentida como una pérdida de un gramo del alma, como una herida abierta y sangrante en el cuerpo simbólico de la Nación.
Ahora bien, si el ciudadano no tiene confianza en la manera como la economía está siendo dirigida, también está perdiendo confianza política en el sistema democrático, cuyo rostro más visible son los partidos. Sobre la crisis económica se acumulan los problemas políticos y de seguridad que han atormentado a México durante años y que cada vez se están poniendo más de manifiesto a escala nacional.
Dicho sin rodeos: los últimos acontecimientos indican que los partidos se han vuelto inoperantes y prefieren un regreso a las tentaciones del autoritarismo. Los pocos moderados que quedan están siendo derrotados por los autoritarios, han huido la escena pública, o se les está obligando a marcharse.
Se podría argumentar que estos no son tiempos normales, de modo que los parámetros políticos normales no son válidos. Es verdad. Pero ahora, también está claro, partiendo de lo que está sucediendo en los Estados (esos laboratorios de la República, como por ejemplo en Michoacán), que la devoción de los partidos por el vudú profundo -reforzado en parte por los grupos de presión dispuestos a todo, hasta a presentar “rivales” llamados “candidatos independientes”- es tan fuerte como siempre.
Ahora bien, el vudú profundo político sólo produce una “república de zombies”. A los ciudadanos y a la participación ciudadana en la política, los elimina. Y no sé ustedes, pero, en este final terrible del 2014, yo siento una sensación rara en el estómago. Confieso que hasta prefiero una era “en que los idiotas dirigen a los ciegos”, tal como lo decía Shakespeare, que una era en que todos los zombies hacen política.