La democracia sin libertad de expresión es una farsa o una tragedia
Considero extremadamente peligroso dejar en manos de los privados y, por ende del mercado estructurado en oligopolio, el control de la información ya que la democracia sin libertad de expresión es una farsa o una tragedia
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Morelia, Michoacán, 20 de marzo de 2015.- Considero, y creo que no estoy sola, que las principales causas de la actual apatía de la ciudadanía en la esfera de participación política, residen en la frustración, la alienación del electorado en la estructura de la democracia representativa y en los efectos derivados de la actividad informativa llevada a cabo por el desierto comunicacional de los medios destinados a la comunicación de masas.
Por otro lado, estamos en un momento de oportunidad para romper con este estado de cosas. Por la segunda vez en la historia (la primera fue con Guttenberg), los avances en las tecnologías de la comunicación abren por las posibilidades para una participación directa de los individuos (y de los ciudadanos) en el proceso de toma decisiones, tal como lo preconiza Tofler.
Por un lado, los nuevos medios de comunicación podrían ayudar a acercar de nuevo el gobierno a los hogares de los ciudadanos sin obstáculo de tiempo, espacio y tamaño de población. Por otro lado, generar formas de democracia directa pensadas con anterioridad pero no aplicadas de una manera práctica debido a diversos obstáculos. en la estructura comunicativa imperante .
Creo que el mayor potencial de las nuevas tecnologías de la información, reside en su capacidad para realzar la democracia mediatizada (Zinder, 1994), cuyo primer objetivo es lograr aumentar en cantidad, pero también en pluralidad de opiniones y de posturas, las dimensiones de los canales y vías destinados a la provisión de información.
La meta a perseguir es el reforzar la democracia a través de las nuevas tecnologías, de manera que se incremente el poder político de los ciudadanos cuyo rol se encuentra habitualmente minimizado en los procesos políticos fundamentales que hoy, se encuentran cristalizados a través de un discurso único que calla cualquier alternativa, crítica o iniciativa.
Hemos estado asistiendo, de reforma en reforma, de licitación en licitación, de cierre de canales alternativos en despidos de voces críticas, a la instalación de una mordaza informativa que simula una democracia que no es ni social, ni liberal, ni operativa.. Debemos ser muy reticentes a la uniformización de la fuente informativa y defender la erradicación de la centralización de la investigación informativa al recusar la maquilla de la nota informativa.
Pero existen también problemas teóricos que debemos considerar y rebasar. Por ejemplo, la atención centrada hacia el problema de los medios de comunicación se refleja en el surgimiento de dos órdenes o versiones en la denominación.
Por una parte, se han acuñado denominaciones que intentan representar un estado de la democracia en el que predomina la adecuación de la política a la lógica de los medios masivos, lo que reduce el contenido político a imágenes e informaciones superficiales para un público disperso y pasivo; se trata de la “democracia mediática”, “democracia de audiencias”, “democracia de públicos”, “democracia sin público”, “democracia espectáculo”, “videocracia”, “democracia televisiva”.
Por otra parte, han surgido conceptos que se refieren al uso de las tecnologías de la información y a las nuevas formas de comunicación, para superar la representación (los sistemas democráticos representativos) y ejercer una participación directa en la toma de decisiones a través de la emisión de una opinión o la elección de una alternativa mediante el voto electrónico u otras formas interactivas: “tecnopolítica”, la política vía satélite o “teledemocracia” (el más usado y extendido), “ciberdemocracia”, “democracia electrónica”, entre otros.
En los discursos democráticos de estas nuevas designaciones se sobrevaloriza la variedad, utilización y el poder de los instrumentos electrónicos o digitales- televisión, la radio, los periódicos e Internet- y se presentan como sustitutos, alternativas o contribución a las transformaciones negativas de dicha forma de gobierno, donde el concepto y contenido de la democracia es uno de esos “lugares comunes que se discuten cada vez menos”.
Por lo cual la atención se ha apuntado a los calificativos que se agregan al concepto de democracia(s) ligados a la comunicación y a las nuevas TIC, en neologismos y a ciertas expresiones metafóricas, pero sin la discusión obligada acerca de las condiciones económicas y sociales que hacen posible a los individuos ejercer de manera efectiva los derechos fundamentales que la democracia asegura desde el punto de vista formal.
Uno de esos derechos fundamentales es la libertad de expresión que comporta la libertad de expresión crítica, disidente y, en mi opinión (que es también la del Suprema Corte estadounidense) la libertad de blasfemia.
Libertades que los estados siempre intentaron interpretar en su forma restrictiva, aceptando la necesidad de su existencia para el funcionamiento del sistema democrático, pero utilizando todos los instrumentos -legales y otros no tan legales- para acotar, delimitar, frenar o, en algunos casos, censurar. Ahora bien, cuando su ejercicio es mermado, se instala, de forma automática, un déficit democrático.
Contra esta tendencia es importante considerar que las nuevas tecnologías, pueden, aún que no siempre, superar las barreras colocadas por los estados permitiendo que el acceso universal a la información que sólo puede existir en medio ambientes en que la libertad de expresión prima sobre otros derechos, sea considerado como una política clave en el desarrollo de una ciudadanía informada, crítica, participa y sobretodo empoderada.
He defendido, y lo continuo haciendo, que son varias las razones para suponer que las democracias que demanden a los ciudadanos deliberar y discutir sobre los problemas de su sociedad, más que expresar simplemente sus opiniones, pueden emitir valiosas decisiones mediante las tecnologías electrónicas. Precisamente los procesos de deliberación informada, pública, transparente permitirían que los individuos se formasen argumentos y acuerdos comunes, en vez de sólo expresar opiniones parciales.
Así que considero extremadamente peligroso dejar en manos de los privados y, por ende del mercado estructurado en oligopolio, el control de la información, tanto de la infraestructura necesaria para su producción y distribución como del control de los contenidos. Desde esta postura considero que al problema de la desigualdad como el argumento más generalizado, de que el crecimiento de una infraestructura de información privada conducirá, y ha conducido, al crecimiento de la disparidad entre aquellos que puedan formar parte de ella y aquellos que no.
Ahora bien, es evidente que sin las nuevas tecnologías hemos estado fuera del control de la información, pero, también es evidente que de forma pasiva hemos asistido a que, a través de normativas, leyes y reglamentos, se destruya la posibilidad de finalmente ejercer ese acceso desde la base. Y, tal tiene como consecuencia asumir los riesgos de regreso al autoritarismo (en lo mejor de los casos) o a las dictaduras totalitarias.
Ya que, en la ausencia de medios de comunicación libres, ese quinto poder que permite un verdadero ejercicio de la libertad de expresión y del acceso a la información, tal como James Madison escribía, hace más de un siglo‘‘…un gobierno popular sin información popular, o los medios para adquirirla, es un preludio de una farsa o una tragedia, o quizá de ambos. El conocimiento gobernará siempre a la ignorancia y la gente que desee convertirse así misma en su propio gobernante debe armarse con el poder que confiere el conocimiento…’’.