Cuando asesinan a una maestra…
Exijamos justicia cabal para la maestra Irma, condena máxima a los autores materiales e intelectuales, así como reparación estructural de las condiciones absurdas que permiten que estos casos sucedan

Morelia, Michoacán, 26 de julio de 2025.- Cuando asesinan a una maestra, el crimen atraviesa generaciones. Cuando asesinan a una educadora jubilada como Irma Hernández Cruz, están ejecutando a la esperanza misma. Cuando asesinan a una docente se arrancan las alas de las aspiraciones nacionales.
La maestra no fue secuestrada por error. Fue elegida por su vulnerabilidad ante los ojos de quienes solo saben imponer miedo. Pero eligieron mal: porque Irma, como cada maestra que ha pisado un aula en México, cargaba consigo el peso de los sueños de cientos de niñas y niños.
Porque su voz, obligada a suplicar de rodillas, era la voz de quien alguna vez enseñó a hablar, a leer, a contar, a pensar. Su imagen, obligada a humillarse, terminó por exhibir la infamia de los criminales y el fracaso de un Estado que no supo protegerla.
Sí, fue un crimen atroz, a la par que una declaración de ingobernabilidad, de derrota política, de abdicación moral. Veracruz, el estado donde sucedió esta barbarie, acumula 71 homicidios dolosos este mes de julio y se ahoga en extorsiones, mientras su clase política apenas atina a reaccionar con evasivas.
La gobernadora apenas si dijo que la maestra “murió de un infarto”, como si eso pudiera neutralizar el horror de su secuestro, la sevicia de su exposición pública, la vileza de su asesinato. Mientras tanto, el gobierno federal presume estrategias para combatir la extorsión, lanzadas a bombo y platillo días antes del crimen, cuya ineficacia quedó en evidencia.
Pero este homicidio doloso también toca otra herida abierta: la de la precarización del magisterio. Irma, como miles de docentes jubilados en México, vivía con una pensión insuficiente. Su trabajo de décadas no bastó para asegurarle tranquilidad en la vejez. No basta con tener vocación, ni haber dejado media vida frente a grupo.
Hoy, una maestra retirada debe rebuscar ingresos para sobrevivir en un país que no honra su trabajo. La pobreza obliga a muchas y muchos a reinventarse, a manejar un taxi, a abrir un puesto, a cuidar niños, a vender lo que se pueda.
Conozco esa historia de cerca. En Morelia, el maestro Homero, amigo entrañable, decidió rentar placas y convertir su viejo auto en taxi. Era su modo de mantenerse activo y conseguir algo de ingreso. Apenas unas semanas en las calles bastaron: recibió una golpiza, luego amenazas, finalmente un asalto que lo obligó a vender el coche y resignarse a vivir con lo poco que le dan a él y a su esposa como pensión. Su historia es la de muchos. Su miedo fue el mismo que padeció Irma. Su destino pudo haber sido igual.
Que no nos extrañe cuando el artero asesinato de la maestra Irma refulja en un estandarte legítimo de la lucha magisterial por la dignificación de las condiciones y montos de jubilaciones y pensiones.
En Michoacán, estado que supera a Veracruz en homicidios dolosos este mes, con 83, los docentes también son objetivo criminal. Aquí, el profesor Ramón murió al transitar sobre una mina terrestre en Apatzingán. Escuelas enteras han cerrado por cobro de piso. También, han desaparecido supervisores escolares y jefes de sector por negarse a pagar cuotas a grupos delictivos. Algunos han aparecido muertos. Otros, jamás fueron encontrados. Siempre, los casos terminan archivados. La impunidad tiene la última palabra.
Más allá de la violencia, agravia profundamente la pérdida de potencial humano que representa cada maestro asesinado, cada maestra humillada, cada educador que se ve obligado al silencio o al retiro. No estamos solo ante víctimas individuales. Estamos perdiendo un recurso irremplazable: la experiencia, la sabiduría, la sensibilidad de quienes han dedicado su vida a formar.
Torcidamente, en lugar de aquilatar a los docentes jubilados como un tesoro nacional, el sistema los desecha. En vez de aprovechar su conocimiento para abrir micro escuelas comunitarias, para suplencias o para mentorías a nuevos profesores, los orilla al subempleo y al olvido. He visto cómo, en tiempos de rezago, son estas maestras y maestros quienes sacan la casta.
Conservo como un especial recuerdo atesorado de mi infancia la gesta de la maestra Elisa, jubilada, quien, al ver el atraso de su nieta y sus compañeros, habilitó una cochera prestada como aula y en un verano les enseñó más que todo un año escolar. Historias como la suya abundan. Constituyen testimonios reales de resistencia, de vocación viva y de dignidad.
Por eso duele, y duele tanto, el crimen de la maestra Irma. Es una afrenta a lo mejor que tenemos como país. Es un mensaje infame: que ni siquiera quienes enseñaron merecen respeto, que ni siquiera quienes cuidaron a nuestras hijas e hijos merecen protección. Pero también es, sin quererlo, un espejo. Porque los asesinos reflejaron en el video el abandono educativo que los marcó. Basta escuchar sus voces en los videos: gritan, sí, pero con torpeza; pronuncian palabras que no entienden, frases que apenas alcanzan a repetir. Muestran ignorancia más que amenaza. Y eso revela una verdad incómoda: la violencia, muchas veces, es el idioma de quienes no aprendieron otro. Es el medio de vida de quienes por su falta de formación académica y moral fueron atrapados en la red sin salida de la delincuencia piramidal.
Las cartulinas que dejan como amenazas están llenas de errores ortográficos, de sintaxis quebrada y de odio analfabeta. Son evidencia de un país que falló en enseñar, y que ahora recoge el fruto amargo de su negligencia. La estructura criminal se sostiene en jóvenes que abandonaron la escuela, en niños que nunca la pisaron, en adolescentes que no encontraron oportunidades. Es la sangre barata de quienes no aprendieron a construir y entonces destruyen. Es la mano y la carne de cañón que alimenta la maquinaria del horror.
Todo esto no es gratuito: es el resultado de décadas de abandono, de gobiernos que prefieren gastar en obras suntuarias que en desayunos escolares; en clientelismo que en aulas; en propaganda que en maestros. La educación en México ha sido traicionada tantas veces como promesas se han hecho en su nombre.
Hoy, la muerte de la maestra Irma debe significar algo más. Debe ser un punto de inflexión. Debe recordarnos que no hay futuro sin educación, que no hay paz sin maestros, que no hay país sin quienes lo educan. No basta con exigir justicia para ella. Hay que exigir una transformación estructural: jubilaciones dignas, protección efectiva, revalorización real del magisterio. Hay que castigar con todo el peso de la ley a quienes la asesinaron, pero también hay que corregir las condiciones que permiten que una maestra termine arrodillada frente a un celular, obligada a hablar en nombre del terror.
Merecemos un país donde la vocación magisterial no sea una condena, donde envejecer como docente sea un privilegio y no un riesgo. Merecemos gobiernos que eduquen, que escuchen, que entiendan que la seguridad no empieza con armas, ni con discursos baratos, sino con libros. Que el crimen se combate mejor con maestros y aulas que con policías y cárceles. Que la justicia no se alcanza solo con sentencias, sino con respeto, memoria y verdad.
La maestra Irma no puede hablar ya. Pero su silencio grita. Su rostro nos mira. Y su nombre debe quedar inscrito en la conciencia nacional. Porque su artero asesinato llama a la acción, al cambio estructural. Pero para lograrlo, hace falta voluntad, hace falta indignación activa, hace falta memoria. Que no se acalle la protesta. Que no se borre su nombre. Que no nos acostumbremos jamás.
¿Hasta cuándo los delincuentes abusarán de nuestra paciencia? ¿Y hasta cuándo seguiremos esperando la muerte sin exigir resultados, cambio social, justicia y abatimiento de la impunidad?
Exijamos justicia cabal para la maestra Irma, condena máxima a los autores materiales e intelectuales, así como reparación estructural de las condiciones absurdas que permiten que estos casos sucedan en nuestro doliente México.
Merecemos un país justo y un gobierno educador.
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Doctor en ciencias del desarrollo regional y director fundador de Mexicanos Primero capítulo Michoacán, A.C.