Cuando el afán de poder corrompe
Un político que combina soberbia, ignorancia, rencor o afán de venganza se convierte en una figura tóxica para cualquier sistema político
Morelia, Michoacán, 10 de septiembre de 2024.- El Impacto de la Soberbia y el Rencor en la Política
En el campo de la política, los defectos personales de los líderes pueden tener consecuencias profundas y duraderas en la sociedad. Al considerar los peores defectos en un político de carrera; la soberbia, la ignorancia, el rencor y el afán de venganza, vemos que son actitudes que no solo afectan la toma de decisiones, sino que también distorsionan el servicio público, desviándolo hacia intereses personales.
La soberbia, para muchos el pecado por antonomasia, es la tendencia a creer que uno está por encima de los demás, lo que lleva a una incapacidad de aceptar críticas o reconocer errores. Un político soberbio es aquel que se considera infalible y no escucha las opiniones de expertos, asesores o ciudadanos. Mucho menos si son diferentes o contrarias a su personal visión. Para fines prácticos la disidencia no tiene voz.
La soberbia en la política no tiene en cuenta ni le interesa ninguna otra opinión que no sea la suya. Este tipo de individuos suelen rodearse de personas que refuerzan su visión, lo que deteriora el sentido democrático de un gobierno.
Junto con la soberbia, la ignorancia en un político es peligrosa, no sólo porque refleja una falta de preparación, sino porque en el ámbito gubernamental, las decisiones mal informadas fatalmente derivan en consecuencias nefastas. Un político ignorante, lo estamos viendo, es incapaz de comprender los problemas complejos que enfrenta la sociedad, lo que lo lleva a implementar políticas que no abordan de manera efectiva los desafíos económicos, sociales y ambientales. ¿Le suena conocido?
El impacto de la ignorancia en la política es doble. Primero, el desconocimiento directo de los temas técnicos y las posibles soluciones limita la capacidad de gobernar efectivamente. Segundo, una vez que se hace evidente esta ignorancia, la credibilidad y legitimidad del líder se ven profundamente afectadas, no entre sus seguidores más fanatizados, estos pueden comulgar con ruedas de molino, pero si en la capa pensante de la sociedad.
El rencor, como motor de las decisiones políticas, tiene un defecto destructivo. Un político que actúa desde el resentimiento personal busca, ya sea consciente o inconscientemente, ajustar cuentas y castigar a aquellos que considera sus enemigos, sean estos opositores políticos, medios de comunicación o incluso grupos sociales. Aún más pernicioso es el afán de venganza, que implica una voluntad activa de causar daño para saldar deudas personales o políticas. Un político movido por la venganza utiliza todos los recursos del estado , legales e ilegales, para llevar a cabo vendettas. El resultado. Se incrementa la polarización
Ahora bien, un político que combina soberbia, ignorancia, rencor o afán de venganza se convierte en una figura tóxica para cualquier sistema político. La soberbia lo aísla de los demás, la ignorancia lo incapacita para liderar de manera efectiva, y el rencor o la venganza lo inclinan hacia decisiones que perjudican al país. Los líderes con estas características tienden a erosionar las instituciones democráticas, perpetuar la corrupción y fomentar el autoritarismo, ya que sus defectos personales les impiden actuar en beneficio del bien común. Las sociedades que caen bajo el control de tales políticos enfrentan un deterioro en la calidad de vida, la justicia social y la estabilidad económica. ¿Le viene a la mente alguien?
Frente a estos defectos, el político ideal debe ser un líder con humildad, conocimiento, empatía y un fuerte sentido de justicia. La humildad le permitirá reconocer que no tiene todas las respuestas y que debe rodearse de personas con diversas opiniones y experiencia. El conocimiento es esencial para tomar decisiones informadas y realistas que beneficien a la sociedad en su conjunto. La empatía le permitirá comprender las necesidades de los ciudadanos, actuando en su interés y no en función de odios personales. Finalmente, un político ideal debe tener un sentido de justicia bien desarrollado, lo que lo impulsará a actuar en beneficio del bien común, protegiendo los derechos de todos, sin permitir que sus emociones personales guíen su actuar. Difícil, muy difícil encontrar alguien así.
Es cuanto.