Cuando la sociedad calla
Cuando la ciudadanía no exige transparencia, eficiencia y respeto a la ley, la administración pública se vuelve opaca.
Morelia, Michoacán, 09 de diciembre de 2025.- En el México contemporáneo, la vulneración de derechos y libertades individuales se ha vuelto un fenómeno cada vez más visible. Periodistas amenazados o asesinados, opositores investigados selectivamente, activistas espiados o criminalizados, medios de comunicación hostigados desde el poder y ciudadanos intimidados por autoridades o grupos criminales forman parte de un paisaje que parece normalizarse.
En México, ser periodista es una profesión de alto riesgo: las agresiones y asesinatos se cuentan por decenas cada año, muchas veces sin esclarecer. Quien denuncia corrupción suele enfrentar campañas de desprestigio, amenazas o procesos judiciales dudosos. Activistas ambientales, defensores de derechos humanos y líderes comunitarios viven bajo constante amenaza, especialmente en zonas donde el crimen organizado se ha infiltrado en los gobiernos locales. Sin embargo, ante estos ataques, la sociedad en su conjunto no ha reaccionado con la contundencia que exigiría la gravedad de los hechos. Predomina la idea de que poco o nada puede hacerse para cambiar la situación.
El silencio ciudadano tiene consecuencias directas sobre la calidad de la democracia mexicana. Cuando el poder no siente la presión social para respetar las reglas, tiende a probar los límites. Así, prácticas como la persecución selectiva, el espionaje ilegal, la utilización política de organismos públicos o la manipulación de la información se vuelven más frecuentes. Y cada vulneración no respondida se transforma en un precedente que facilita la siguiente. Ya lo sabemos, una democracia debilitada no se derrumba de golpe; se degrada lentamente, a través de miles de pequeños abusos que pasan sin consecuencias.
Cuando la ciudadanía no exige transparencia, eficiencia y respeto a la ley, la administración pública se vuelve opaca. La corrupción se enquista y las decisiones se toman con criterios políticos más que técnicos. Esto es especialmente visible en áreas clave como la educación, la seguridad y la salud, donde la calidad de los servicios en México han experimentado retrocesos preocupantes.
En educación, la falta de continuidad en políticas públicas, la captura sindical de ciertas áreas y la ausencia de una evaluación seria han impedido mejorar la formación de millones de estudiantes. La ciudadanía rara vez presiona colectivamente para exigir reformas estructurales, permitiendo que la mediocridad persista. En seguridad, la situación es todavía más grave. La penetración del crimen organizado en municipios, fiscalías y policías es un hecho documentado, y aun así, las protestas nacionales contra esta infiltración han sido escasas. Miles de homicidios y desapariciones cada año parecen ser parte del paisaje, un problema tan grande que muchos prefieren no mirarlo de frente.
El sistema de salud no escapa al deterioro. La falta de medicamentos, la desaparición del llamado Seguro Popular, la improvisación de modelos sin planeación y el debilitamiento de servicios especializados han generado un retroceso criminal. Sin embargo, y eso es muy triste, fuera de quienes sufren directamente el problema, la indignación generalizada ha sido débil. Y sin indignación, no hay presión para revertir los errores.
El miedo juega un papel determinante en esta pasividad. En un país donde la violencia es cotidiana y la impunidad supera el 90 %, la ciudadanía teme señalar abusos. El temor a represalias , ya sea por parte del crimen o de autoridades hostiles, inhibe la participación. Una sociedad paralizada por el temor es una sociedad vulnerable.
Las consecuencias de este silencio son profundas: pérdida gradual de libertades, debilitamiento del Estado de derecho, deterioro económico, servicios públicos cada vez más precarios y un avance sostenido de actores criminales en la vida pública. Pero quizá la consecuencia más devastadora es la resignación. Cuando los ciudadanos comparten la creencia de que “no hay nada que hacer”, la posibilidad de cambio se evapora.
México aún tiene instituciones valiosas, una sociedad civil que intenta ser más activa y sectores que resisten. Pero para detener el deterioro, la ciudadanía debe recuperar una convicción elemental: los derechos se defienden usándolos, no guardándolos. Callar es abdicar; hablar y actuar es la única vía para reconstruir un país que merece mucho más que la resignación.
Es cuanto.




