El Derecho a la Ciudad: Usufructo o control de lo público
Cuando una persona se apropia de un espacio de calle o banqueta para poner un puesto y vender alguna mercancía u ofrecer un servicio, lo que hace es obtener un usufructo personal explotando un bien común

Morelia, Michoacán, 23 de septiembre de 2025.- ¿Cuántos de nosotros hemos sido testigos de cómo un comerciante se apropia de la banqueta o la calle para extender su negocio, exhibiendo sus mercancías o realizando tareas de reparación? ¿Cómo algunos particulares actúan como dueños de la calle que está frente a su propiedad, la convierten en estacionamiento exclusivo para ellos, y restringen el uso a las demás personas? Esta apropiación no es exclusiva de calles, pasa en parques, jardines, explanadas y plazas.
En la ciudad hay una serie de espacios que los denominamos públicos que, se entiende que son de todos, pero parece que en la realidad no son de nadie y a nadie le importa lo que pase con ellos. Para tratar de comprender por qué pasa esto, conviene recurrir a lo planteado por Garret Hardin en 1968, que publicó bajo el título de la Tragedia de los bienes comunes, donde describe cómo los recursos compartidos, es decir los bienes comunes, se agotan debido a que los individuos que tienen acceso a estos bienes actuaran siempre bajo su propio interés egoísta, para obtener la mayor cantidad de beneficios personales a corto plazo, sin considerar el daño que ocasionen al recurso colectivo.
En este contexto, debemos comprender que una característica del estilo de vida de los habitantes de una ciudad es el individualismo, bajo el cual, cada uno buscará siempre obtener el mayor beneficio personal, aún si ese beneficio implica afectar a otros o restringir su acceso a un bien común que obviamente es de todos.
Cuando una persona se apropia de un espacio de calle o banqueta para poner un puesto y vender alguna mercancía u ofrecer un servicio, lo que hace es obtener un usufructo personal explotando un bien común. Aunque eso implique que ya no se pueda transitar libremente por el lugar. Este proceso se presenta a todos los niveles, desde alguien que cobra una propina por “permitir” estacionarse en la vía pública, hasta quien instala mesas y sillas para “extender” su cafetería o restaurantes.
De aquí que, son plausibles, todas las acciones del gobierno para garantizar el carácter público de los espacios, desde retirar objetos que apartan los espacios de estacionamiento en la vía pública, del retiro de los llamados franeleros que han hecho de la renta del recurso común su modo de vida, hasta pretender instalar parquímetros para obtener un beneficio económico. La principal estrategia que utiliza todo gobierno es el cobro por la concesión de “exclusividad” del espacio común, como una forma para compensar el uso del espacio público por algunos pocos, a cambio, se promete que los recursos obtenidos se destinarán a obras de beneficio para todos los habitantes.
El reto para el gobierno no es menor. En este último caso se tienen que poner en la balanza los beneficios que implica para la fluidez vial el que la calles funcionen en su amplitud para la circulación y no sólo un carril central. En 2018 el Instituto Mexicano de la Competitividad estimó que en México se perdía el equivalente a 94 mil millones de pesos anuales, y para la ciudad se Morelia el tiempo perdido por la congestión vehicular representaba 877 millones de pesos, y se calculó en más de 60 horas al año el tiempo perdido en el tráfico.
Sin duda que eliminar autos estacionados traería un beneficio a todos y más en la calidad del aire que respiramos; pero pensemos por un momento los diversos beneficios que tendríamos los habitantes de la ciudad, si muchos de los espacios que actualmente se destinan a guardar autos, se destinaran a colocar árboles y mejorar nuestra calidad de vida urbana.