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El efecto de la polarización en la crisis francesa y europea

Europa no puede permitirse caer en la misma trampa que otras regiones del mundo: dejar que los populismos y los radicalismos dicten la agenda política

Coimbra, Portugal, 19 de septiembre de 2025.- La semana pasada, el gobierno francés volvió a caer. Aunque pueda sonar alarmante —y lo es—, esta situación se ha convertido casi en una costumbre en la política francesa reciente. 

François Bayrou, hasta entonces primer ministro, no superó una moción de confianza en la Asamblea Nacional. Con ello se convirtió en el cuarto primer ministro destituido en apenas dos años. Ante este escenario, el presidente Emmanuel Macron se vio obligado a recurrir a Sébastien Lecornu, un político joven y de su círculo cercano, en un intento por contener la crisis.

El sistema semipresidencial francés, por su propia naturaleza, tiende a generar tensiones entre el Ejecutivo y el Legislativo. No obstante, el verdadero trasfondo de la inestabilidad radica en la creciente polarización política. El gobierno de Macron representa uno de los últimos intentos de mantener un centro moderado, capaz de equilibrar las demandas de distintas corrientes ideológicas. 

Sin embargo, Francia enfrenta una paradoja: en Francia existen partidos tanto de extrema derecha como de extrema izquierda particularmente bien organizados y fuertes, capaces incluso de coordinarse entre sí para bloquear cualquier iniciativa proveniente del oficialismo.

El panorama es sombrío. A la parálisis política se suma un problema económico de gran calado: la deuda nacional. Cualquier propuesta de reforma para afrontarla es rápidamente saboteada por los bloques radicales, apoyados además por una sociedad civil habituada a la protesta masiva frente a cualquier intento de alterar el statu quo.

Esta Francia debilitada no sólo afecta a los franceses. El impacto se extiende al conjunto de la Unión Europea, en un contexto especialmente delicado. Alemania, el otro pilar del proyecto comunitario, tampoco atraviesa su mejor momento, y en el horizonte se cierne la posible vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, un factor de inestabilidad para el orden internacional.

Europa no puede permitirse caer en la misma trampa que otras regiones del mundo: dejar que los populismos y los radicalismos dicten la agenda política. 

La UE nació como un proyecto de cooperación y estabilidad, un contrapeso frente a los nacionalismos que llevaron al continente a la guerra en el siglo XX. Si la polarización continúa erosionando gobiernos e instituciones, no solo algunas democracias estarán en riesgo: también el propio sueño europeo podría desvanecerse.

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