DestacadasEditoriales

El poder sin freno; de la ley habilitante al modelo 4T

La pregunta no es si México es ya una dictadura, para muchos ya lo es, sino cuánto más se puede erosionar el orden democrático antes de que sea demasiado tarde para revertirlo

Morelia, Michoacán, 05 de agosto de 2025.- A lo largo de la historia, los regímenes con vocación autoritaria han recurrido a mecanismos legales y extralegales para consolidar su poder. Aunque los contextos históricos y culturales difieren, hay elementos comunes que delatan una pulsión semejante: el deseo de anular los contrapesos, eliminar las voces críticas y perpetuar un poder sin rendición de cuentas. La llamada Ley Habilitante aprobada en Alemania en 1933 por el régimen nazi, y los mecanismos que ha desarrollado el gobierno de la Cuarta Transformación (4T) en México comparten, en su núcleo, una preocupante afinidad: la voluntad de suprimir la pluralidad democrática.

La Ley Habilitante (Ermächtigungsgesetz) fue la pieza legal clave que permitió a Adolf Hitler legislar sin intervención del Parlamento. Aunque se aprobó por medios “legales” y dentro de una estructura republicana, el contexto estaba viciado por la intimidación, la represión de los opositores y el control de los medios. Con esa ley, el régimen nazi desmanteló la democracia alemana desde dentro, con herramientas legales y una narrativa populista.

Hoy en México, el contexto no es el mismo, no hay campos de concentración ni una maquinaria de guerra en marcha, pero los métodos de erosión institucional tienen un inquietante parecido estructural. Desde el inicio del sexenio, la 4T ha emprendido un ataque sistemático contra organismos autónomos, el INAI, el INE, la Cofece, entre otros, bajo el argumento de que son “gastos innecesarios”, “simulaciones” o “enemigos del pueblo”. Esa narrativa, que disfraza el afán de control con discursos de austeridad, ha permitido al Ejecutivo acaparar un poder sin precedentes.

Simultáneamente, se ha buscado eliminar a los partidos de oposición mediante reformas electorales que reducen su financiamiento, los arrinconan en los medios y los desacreditan sistemáticamente en las conferencias matutinas de la presidencia. El mensaje es claro: la oposición es corrupta, “conservadora” o golpista. En un sistema democrático saludable, la oposición es una pieza indispensable del equilibrio; en una deriva autoritaria, es un obstáculo que debe ser neutralizado… o destruido.

Una de las estrategias más preocupantes del régimen actual ha sido el hostigamiento a los medios de comunicación y periodistas críticos. Desde el púlpito presidencial se señala con nombre y apellido a quienes se atreven a cuestionar al gobierno, se les acusa de estar al servicio de intereses oscuros, y se incita a la desconfianza hacia ellos. El caso más reciente y alarmante es el de Héctor de Mauleón, un periodista que ha recibido amenazas tras una campaña de linchamiento moral desde las redes afines al oficialismo. En lugar de brindar protección, el gobierno ha optado por minimizar el asunto o desviar la atención, permitiendo que el discurso de odio siga escalando.

Lo que se observa es un modelo de concentración del poder basado en tres pilares: el descrédito de las instituciones, la deslegitimación de la disidencia y la supresión del debate. Si bien no existe una Ley Habilitante en sentido estricto en México, la serie de reformas, desapariciones de órganos, ahogo presupuestal y uso faccioso de las instituciones (como la UIF o la FGR) funciona como un entramado habilitante en los hechos. Se legisla sin escuchar a la oposición y se persigue o intimida a quienes no se alinean.

La democracia no muere necesariamente con un golpe de Estado; a veces muere por asfixia lenta, por reformas “legales” que vacían su contenido, por una ciudadanía que deja de alzar la voz, por medios amedrentados y por una oposición acorralada. Los paralelismos con la Alemania de los años 30 no deben entenderse como una equivalencia total, no lo son, pero sí como una advertencia de los mecanismos universales que acompañan a los proyectos de poder absoluto.

La Cuarta Transformación, que prometía limpiar la corrupción, ha derivado en una estructura concentradora que reduce el pluralismo a una anécdota y la crítica a una traición. La pregunta no es si México es ya una dictadura, para muchos ya lo es, sino cuánto más se puede erosionar el orden democrático antes de que sea demasiado tarde para revertirlo.

La historia no se repite de forma idéntica, pero sí rima. No se necesita una bota militar ni un partido único para destruir una democracia: basta con anestesiar a la sociedad, desmantelar los contrapesos, silenciar a los críticos y vestir de legalidad cada abuso.

Si como ciudadanos no reaccionamos con firmeza, si los medios se doblegan por miedo o conveniencia, si la oposición calla por cálculo o cobardía, entonces ya no será necesario un decreto habilitante: el poder absoluto se habrá instaurado por la vía más peligrosa de todas… la indiferencia.

Alejandro Vázquez Cárdenas

Cuando el pueblo se equivoca

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba