El robo en el Louvre: Un ataque al patrimonio y al gobierno de Macrón
En un mundo ya polarizado, donde la retórica nacionalista se alimenta de la debilidad percibida, un suceso como este amplifica la narrativa de un país en decadencia
Coimbra, Portugal, 24 de octubre de 2025.- Esta semana, el asalto relámpago al Museo del Louvre, orquestado en tan sólo unos minutos permitió sustraer joyas de la Corona francesa valoradas en millones, ha sido catalogado como un acto criminal y una herida inmensa al patrimonio. Y lo es. Sin embargo, en el tablero político fracturado de una Europa cada vez más polarizada, este robo no es solo una falla en los sistemas de seguridad; es un golpe simbólico que expone la ineptitud de la clase dirigente y la erosión del Estado francés ante la mirada global.
El Louvre, más que un museo, es la pantalla de la cultura francesa, el gran símbolo de la gloria imperial que la República presume haber heredado. Este robo humilla la administración gala y demuestra que el gobierno de Macron que se proclama garante de la ley y el orden, no puede ni siquiera proteger su propio pasado.
No es casualidad que este ultraje patrimonial ocurra en un momento donde la extrema derecha avanza peligrosamente en Francia y en el resto de Europa. El mensaje de estos movimientos es simple y resonante: el establishment es incompetente. El robo en el Louvre se convierte, de facto, en una prueba de cargo contra el gobierno en el poder: si el Estado no puede proteger las joyas de la emperatriz Eugenia, ¿cómo se espera que proteja las fronteras, la identidad o la seguridad diaria de los ciudadanos?
Un informe del Tribunal de Cuentas, que advertía de fallos «considerables» y la falta de cámaras en un alto porcentaje de las salas, deja en evidencia que el robo no fue una sorpresa, sino una desgracia anunciada. Es la indiferencia política, la lentitud administrativa y la burocracia desinteresada —aquellas que, según la propia ministra, ralentizan el despliegue de medidas de seguridad— las que han permitido el despojo de la historia.
En un mundo ya polarizado, donde la retórica nacionalista se alimenta de la debilidad percibida, un suceso como este amplifica la narrativa de un país en decadencia. La joya robada no es solo un objeto de incalculable valor; es la metáfora de una Francia que, mientras intenta mantener su liderazgo europeo, demuestra ser vulnerable, lenta y administrativamente ineficaz. La herida es inmensa, no solo por el vacío en la vitrina, sino porque valida, con un golpe de mano espectacular, la tesis de aquellos que proponen la ruptura total con el modelo de gobernanza actual. En este contexto, el asalto al Louvre es menos un crimen de coleccionistas que un acto político que alimenta la desesperación y el extremismo, minando la ya escasa fe en las instituciones democráticas tradicionales.
La recuperación de las piezas, si sucede, solo será una victoria parcial. La verdadera pérdida reside en la imagen de un Estado que ha permitido que su patrimonio y su prestigio se conviertan en el hazmerreír internacional, justo en el instante en que necesitaba proyectar fuerza y estabilidad.
¿Una ayuda desesperada? Trump, miles y la injerencia internacional de China




