El síndrome de la rana hervida y la 4T
Desde el inicio de la llamada Cuarta Transformación el país ha experimentado un deterioro progresivo en aspectos cruciales para la seguridad, la salud y la legalidad.
Morelia, Michoacán, 17 de diciembre de 2025.- El llamado “síndrome de la rana hervida” es un viejo relato que advierte sobre los peligros de la adaptación pasiva a circunstancias adversas. Según la metáfora, si una rana se coloca en agua hirviendo saltará de inmediato para sobrevivir; pero si se la introduce en agua a temperatura ambiente y la temperatura se eleva lentamente, no percibirá el peligro hasta que sea demasiado tarde. No importa si el relato es fácticamente erróneo; su importancia radica en su valor simbólico; describe cómo sociedades enteras pueden acostumbrarse, gradualmente, a vivir en entornos cada vez más deteriorados sin reaccionar.
Hoy, México parece vivir una versión dolorosamente real de esa fábula. Desde el inicio de la llamada Cuarta Transformación (4T), el país ha experimentado un deterioro progresivo en aspectos cruciales para la seguridad, la salud y la legalidad. Lo inquietante no es únicamente el agravamiento de la violencia o la pérdida de libertades, sino la forma en que estos fenómenos se han normalizado. Como la rana que no nota el aumento paulatino de la temperatura, la sociedad mexicana parece haberse acostumbrado a la crudeza cotidiana del crimen, la impunidad y la corrupción.
Uno de los signos más alarmantes de esta normalización es la multiplicación de fosas clandestinas. Aunque México arrastra este problema desde hace décadas, en los últimos años la magnitud del fenómeno ha rebasado todos los referentes previos. Se encuentran fosas con una frecuencia que antes habrían causado conmoción nacional, protestas masivas o renuncias obligadas. Hoy, en cambio, estos hallazgos ocupan espacios secundarios en los noticiarios. La vista pública se ha acostumbrado a escuchar que una comunidad más descubrió restos humanos sin que ello genere alarma alguna.
Algo similar ocurre con los homicidios, los desaparecidos y el cobro de piso. La violencia criminal se ha vuelto una parte más del paisaje nacional. Municipios enteros operan bajo control de grupos delincuenciales que deciden quién puede abrir un negocio, quién puede circular de noche y quién puede vivir o morir. Los ciudadanos, en su mayoría, han respondido con estrategias de supervivencia: dejar de salir después del anochecer, evitar ciertas carreteras, reducir viajes y rutas, vivir encerrados detrás de rejas y cámaras. Estos cambios de conducta , que en cualquier país serían señal de alarma extrema, se han asumido como “lo normal”.
La complicidad entre autoridades y delincuencia tampoco es un fenómeno nuevo, pero su visibilidad y descaro han aumentado. Casos donde policías municipales, estatales o incluso federales actúan como brazos auxiliares de carteles ya no sorprenden a nadie.
¿Por qué ocurre este proceso de anestesia colectiva? La metáfora de la rana hervida ofrece una respuesta: la degradación no ha sido súbita, sino gradual. Cada episodio de violencia, cada recorte institucional, cada abuso de autoridad y cada concesión al crimen organizado subió la “temperatura” un poco más. Y como la vida cotidiana continuaba , al menos para quienes aún no habían sido víctimas directas, el deterioro se integró lentamente como parte del entorno, sin provocar una reacción proporcional.
El gobierno federal, por su parte, ha contribuido a esta anestesia mediante una narrativa que relativiza los problemas y coloca la responsabilidad en administraciones anteriores. Sin embargo, la estrategia de seguridad basada en la militarización, el desmantelamiento de contrapesos, el debilitamiento de instituciones autónomas y la falta de una política coherente para combatir al crimen organizado han profundizado el deterioro. La apuesta por programas clientelares como herramienta de legitimidad política tampoco ha generado las condiciones de seguridad que la sociedad demanda.
El resultado es un país que, sin darse cuenta, ha tolerado una pérdida gradual de libertades. Hoy, la libertad de tránsito está limitada por carreteras controladas por delincuentes; la libertad personal está restringida por el miedo a ser víctima de un delito; la libertad económica está condicionada por extorsiones; y la libertad política se erosiona cuando la crítica es descalificada desde el poder.
El peligro de este proceso no es únicamente el estado actual de cosas, sino la posibilidad de que empeore. Cuando una sociedad deja de reaccionar, permite que la “temperatura” siga aumentando. Y cuando el deterioro se normaliza, se vuelve más difícil revertirlo: se consolida la impunidad, se profundizan los vínculos criminales con autoridades y se debilita el tejido social.
La metáfora de la rana hervida nos recuerda que la pasividad es tan peligrosa como el problema mismo. México aún está a tiempo de saltar de la olla, pero el margen se reduce con cada grado que sube la temperatura.




