La censura, cuando el poder le tema a las palabras
Los pueblos deben estar atentos a sus primeras señales, porque el silencio impuesto hoy puede volverse norma mañana

Morelia, Michoacán, 01 de julio de 2025.- Primero una definición: La censura es el control que se ejerce sobre la información, las ideas, la expresión artística o el discurso público, con el objetivo de impedir la difusión de aquello que el poder considera peligroso, subversivo, inmoral o inconveniente. Detrás de esa definición se esconde una de las herramientas más antiguas, perversas y efectivas para sofocar la libertad, manipular conciencias y perpetuar estructuras autoritarias. La censura es el síntoma inequívoco de un poder que no confía en su pueblo y que necesita llamarlo para sobrevivir.
La censura es multiforme, puede adoptar múltiples matices y variedades que van desde la prohibición explícita de libros, películas o medios; el silenciamiento de voces críticas a través del hostigamiento, el encarcelamiento y en casos extremos llegando a la eliminación física. También es la imposición de narrativas oficiales únicas; la manipulación burda o sutil de los contenidos en redes, el control de los programas en escuelas, universidades y medios informativos tradicionales. La censura no solo impide que una verdad cómoda llegue al público, también crea una versión oficial, una “Historia de bronce”, una historia «autorizada» que todos deben repetir, aunque sepan que es mentira.
En un Estado totalitario o policíaco, la censura no es un accidente ni una anomalía: es una política de Estado. Se institucionaliza, se legaliza, se refuerza con propaganda y se defiende como un “acto de protección nacional”. Los servicios de inteligencia, las policías secretas o no tan secretas y las oficinas de prensa actúan como guardianes del discurso. Todo lo que se diga, imprima, enseñe o proyecto debe pasar por filtros que decidan si sirve o estorba al poder.
Un rasgo central de esta censura es su amplitud, lo vimos en la llamada esfera soviética; no se limita a cuestiones políticas o ideológicas, sino que alcanza el arte, la literatura, la ciencia, el humor, la música, la religión, etcétera. Todo lo que pueda inspirar un pensamiento crítico o generar comunidad fuera del control estatal es sospechoso. Por eso, los regímenes autoritarios censuran no solo al opositor político, sino también al poeta, al científico libre, al caricaturista incómodo, al profesor independiente y en casos extremos al joven que canta canciones “de protesta”.
Ahora bien, ¿Qué persigue básicamente la censura? Los regímenes totalitarios persiguen obsesivamente tres cosas:
-La crítica al líder o al régimen: Cuestionar al “gran líder”, dudar de su sabiduría o revelar sus errores se convierte en delito.
-La memoria histórica: Controlar el pasado es esencial para controlar el presente. La censura borra masacres, omite fracasos. Ya lo dijo G. Orwell en su novela distópica «1984»: «Quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado». Es básicamente tener el poder para manipular la historia y la memoria con el fin de mantener el control sobre la sociedad.
-La verdad factual: Los datos reales sobre pobreza, violencia, corrupción o represión son considerados enemigos del Estado.
A lo largo de la historia moderna, varios Estados han erigido verdaderas maquinarias de censura: La Alemania nazi (1933-1945). La Unión Soviética bajo Stalin, la China comunista, desde Mao hasta hoy. Corea del Norte; probablemente el régimen más cerrado del mundo; ahí no existe prensa libre, internet está restringido y el culto al líder es obligatorio. Irán: La censura religiosa y política ha silenciado a periodistas, artistas y activistas. Películas, canciones y libros pasan por estrictos controles morales.
Ahora bien: ¿Cómo detectar el germen de la censura? Hay signos claros que anticipan el avance de la censura en una sociedad:
-Cuando se descalifica sistemáticamente a la prensa crítica, acusándola de “enemiga del pueblo” o “mercenaria”.
-Cuando se intenta controlar los planes educativos y el contenido de los libros de texto, con fines ideológicos.
-Cuando se aprueban leyes vagas sobre “discursos de odio”, que permiten castigar a cualquiera que disienta.
-Cuando los funcionarios públicos se colocan como intocables y se castiga legalmente a quien los critica.
La censura no siempre llega con tanques: muchas veces se instala con leyes, decretos, plataformas digitales y campañas de miedo. Y cuando se consolida, ya es tarde para protestar.
Conclusión
La censura es el disfraz más temible del miedo: el miedo del poder a la verdad. Los pueblos deben estar atentos a sus primeras señales, porque el silencio impuesto hoy puede volverse norma mañana.