La moda como instrumento de ingeniería social (Por: Alejandra Ortega)
Es claro cómo la ingeniería social trabaja, cómo mueve sus fichas, cómo desecha a las personas, cómo manipula e impone. Pero también cómo construye una realidad artificial que sin chistar es aceptada pronto por todos.
Morelia, Michoacán, 22 de diciembre de 2021.- Una imagen llamó mi atención en Facebook. No de los temas políticos y económicos que acostumbro abordar, pero me hizo recordar una serie de sucesos importantes que ocurrieron en los 90 y que esa foto representaba muy bien.
Las inglesas Naomi Campbell y Kate Moss, dos de las más famosas super modelos en los 90, que marcaron un antes y un después no sólo en la escena de la moda, sino en un cambio de paradigmas sociales e ideológicos que influyeron de manera global.
Diferentes estereotipos en la música, la ropa, el sexo. Apertura al hablar de drogas, trastornos alimenticios, abusos, homosexualismo, pedofilia y más.
La famosísima supermodelo Kate Moss fue el ariete que detonó, junto con el diseñador Calvin Klein, la transformación de lo que hasta ese momento eran los cánones de la moda, de lo femenino y masculino. De las costumbres, de lo correcto y bueno. Surgió el “heroin chic”.
Moss desbancó, de un día para otro a la musa de Chanel, la alemana Claudia Schiffer y con ello cayó todo lo demás. La inglesa era pequeña, sumamente delgada, sin curvas, con aspecto de niña y sí que lo era porque con sólo 17 años, tomaba el lugar de Schiffer, una mujer altísima, de una belleza sofisticada, voluptuosa, de cabello rubio que evocaba a la francesa Briggite Bardot.
Hasta ese momento, finales de los 80, los modelos de las pasarelas eran hombres y mujeres de cuerpos atléticos, bien torneados, definidos, que no podían confundirse. Los varones masculinos y las mujeres femeninas, sin más.
Eran los tiempos de Naomi Campbell, Claudia Schiffer, Yasmin Gaury, Eva Herzigova, Karen Mulder, Linda Evangelista, Christy Turlington, Carla Bruni, Helena Christensen, Cindy Crawford; quienes cobraban exorbitantes cifras por aparecer en las pasarelas o el las portadas de las principales revistas, en anuncios de televisión, presentando las más exclusivas marcas.
Todas las jovencitas querían ser una de ellas y como siempre, su influencia se veía reflejada claramente en las calles, en las mujeres y hombres de todos los estratos sociales; incluso hasta en los nombres. A finales de los años 90 una enorme cantidad de niñas tenían el nombre de “Naomi” en todo el mundo.
La llegada de la inglesa Kate Moss rompió con esos estándares bastante más sanos y definidos para dar paso a los modelos del “grunge” o “trash” y el movimiento estético “heroin chic”. Figuras demasiado delgadas, famélicas, de aspecto descuidado, incluso asociado al consumo de drogas.
Esta nueva tendencia evocaba también la anorexia, el insomnio, vestidos desprolijos y verdaderos harapos.
Calvin Klein fue uno de los grandes promotores de este movimiento y Moss su musa.
Pero esto también estuvo acompañado de un cambio en la música y en este ámbito salieron a la luz bandas o grupos que tocaban grunge o rock alternativo. Ejemplos de ello fueron Nirvana, Pearl Jam, Blind Melon, 4 Non Blondes o Audioslave, que seguían también la moda de harapos y cabellos largos y sucios que imponían diseñadores famosos y nuevos.
La droga empezó a ser un tema que se trocaba todo el tiempo. Ensalzando los logros y éxitos de artistas conocidos por sus adicciones y éstos empezaron a ser los modelos a seguir.
Muy pronto entró a la escena de la moda internacional otro grupo de jóvenes, algunas demasiado jóvenes, que promovían el androginismo y en el caso de los varones igual. En los desfiles de los diseñadores, era muy frecuente encontrar ropas sin forma que podrían usar ambos sexos y maquillaje igual para todos.
Entre estos modelos recuerdo a Krinsten McMenamy, Stella Tennant, o Saskia de Brauw.
Así, varias de ellas modelaban ropas para hombres y ellos las de mujeres y se inició la difusión masiva de las ideas de Simone de Beauvoir respecto a que el género es una construcción social y cada uno puede elegir lo que se quiere ser.
Pero el cambio no sólo afectó a las mujeres que antes eran los íconos a seguir y que de pronto se quedaron sin trabajo, rechazadas de todas partes. Al mismo tiempo sucedía algo más extraño. Los diseñadores de ropa de alta gama desaparecieron también.
Personajes como Valentino, Oscar de la Renta, Hubert de Givenchy, Chistian Lacroix o Yves Saint Lauren, dejaron el diseño y las pasarelas. Unos vendieron sus empresas y otros las dejaron en manos de nuevos estilistas que favorecieron el cambio de lo que hasta entonces era lo “bello”.
Otros diseñadores se vieron obligados a adoptar las nuevas tendencias y se puede observar una ruptura muy clara entre lo que producían hasta 1989 y luego la metamorfosis que les permitió mantenerse en la palestra hasta el día de hoy.
Casos penosos como el de Thierry Mugler, Jean-Paul Gaultier o Paco Rabanne, quienes distorsionaron sus propios conceptos de moda y glamour, por lo “ponible”, rápido e incluso desechable fácilmente.
Es claro cómo la ingeniería social trabaja, cómo mueve sus fichas, cómo desecha a las personas, cómo manipula e impone. Pero también cómo construye una realidad artificial que sin chistar es aceptada pronto por todos. Utilizando marcas y nombres que son los instrumentos y de los que nadie se atreve a dudar o rechazar, pues quién diga que Gucci es feo, que Louis Vuitton es lo mismo de siempre, que Fendi es ridículo o Carolina Herrera es corriente, tendrá los ojos de muchos puestos encima, burlándose de su incapacidad para reconocer o admirar lo glamoroso, exclusivo y de “buen gusto”.