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La posible tercera gran guerra

Nadie quiere pronunciar su nombre, pero las circunstancias están avanzando a una velocidad vertiginosa y hacia el peor de los desenlaces

Dublín, Irlanda, 24 de diciembre de 2023.- Sí, cuesta trabajo pensar que, en los tiempos del buenismo universal y del simplismo atontado, exista siquiera la posibilidad de una guerra a gran escala que involucre a un gran número de países. No obstante, todo parece indicar que esta generación sufrirá las consecuencias de una nueva guerra generalizada. Existen varias similitudes con las dos guerras mundiales del siglo pasado, especialmente la conformación de dos bloques totalmente enfrentados, que nos llevan a pensar que el escenario internacional actual se está dirigiendo a esa dirección y a gran velocidad.

Por ejemplo, la posición de Rusia, la actual apestada en Occidente. En apenas 5 años pasó de ser la anfitriona del Mundial de Fútbol, el evento más grande y mediático del mundo (por la cual los estadounidenses lloraron su eliminación), a ser expulsada como país, y con ella sus ciudadanos, de prácticamente todos los eventos deportivos, políticos, económicos y culturales internacionales debido al innecesario conflicto en Ucrania.

Washington apostó por doblegar a Putin cercenándolo económicamente, pero para sorpresa de muchos, Rusia logró esquivar el cerco económico logrando en el camino consolidar una gran alianza con Pekín. La gran damnificada de esta estrategia fue, como en cada aventura militar estadounidense de este siglo, la Unión Europea que vio perder a un gran socio comercial. La guerra en Ucrania, pensada como una guerra que desgastara y debilitara a Rusia, ha debilitado y desgastado, por el contrario, a Europa.  

Hace apenas unos años, también, era difícil imaginar que se formara un bloque sólido entre Rusia y China en contra de Estados Unidos. Hoy esa alianza se ha materializado. En marzo de este año al despedirse de Putin, el siempre cauteloso y parco Xi Jinping dejó caer con total intención en frente de toda la prensa una profética (o amenazante, dependiendo del receptor) frase: “nosotros juntos dirigiremos este cambio”.  

Y es que Estados Unidos modificó drásticamente su política respecto a Pekín entre la administración de Trump y la de Biden. Trump tuvo por objetivo China y no Rusia. Así que mientras consolidaba su relación con Putin impulsó una política para aislar a China y, a la vez, la atacó comercialmente, teniendo cierto éxito en ambas estrategias. El volantazo de la administración Biden no ofreció el tiempo necesario para recomponer su relación con el dragón de oriente lo que ha allanado el camino a un eje Pekín-Moscú. 

Existe un tercer actor que comienza a tener un papel de primera importancia: el mundo musulmán, en especial los países árabes. Hasta ahora los principales países árabes han sido aliados estratégicos de los Estados Unidos a pesar de la protección americana a Israel. El mundo musulmán mantenía mayores choques con China y Rusia ya fuese por la intervención de estos en países de Oriente Próximo como el Líbano y Siria o por los constantes conflictos internos en esas dos potencias relacionados con sus poblaciones musulmanes. Pero ahora eso está cambiando.  

La guerra en Ucrania y las siguientes sanciones económicas a Rusia permitieron que los árabes y sus enormes reservas de petróleo se acomodaran a un comercio donde, por las decisiones tomadas en Occidente, el dólar quedó relegado. Con la muy mal planeada salida estadounidense de Afganistán, China ha aprovechado las nuevas circunstancias para adelantar sus fichas en Medio Oriente y gracias a sus gestiones Irán y Arabia Saudita han llegado a un inesperado acercamiento. La excesiva respuesta de Netanyahu a los ataques de Hamás con el apoyo irrestricto de Washington ha propiciado un natural alejamiento del mundo musulmán de Occidente, con el añadido de que en Europa existe ya una significativa población musulmana que no ha dudado en salir a las calles para protestar en contra de sus gobiernos huéspedes. Todo esto ha ocurrido en apenas dos años.

Las habituales directrices anglosajonas en política exterior han desaparecido. En lugar de tener un escenario de equilibrios, el mundo se está consolidando en dos grandes bloques enfrentados, dejando hasta cierto punto aislado a Estados Unidos y a su esfera de influencia. Igualmente, la anglósfera no ha podido vencer económicamente a sus respectivos adversarios, por el contrario, se han fortalecido. Sólo les queda la baza militar.

Por ello, si la afiebrada política de la administración Biden continúa, muy probablemente aumentarán los enfrentamientos entre las grandes potencias en terceras regiones con el peligro de que alguna de ellas escale de tal manera que el enfrentamiento sea directamente entre ellas con su arsenal más destructivo.

Europa se está convirtiendo en el principal escenario de estas guerras indirectas que pueden escalar peligrosamente. Primero ha sido Ucrania en las puertas de Rusia, ahora existe la posibilidad de que en Finlandia y en los países bálticos, también en la frontera rusa, se desarrolle un nuevo capítulo en este enfrentamiento. Alemania está advirtiendo sobre un posible choque con Rusia en el futuro. Así, dada la actual debilidad europea no sería extraño que Europa sea ya un objetivo ruso en pos de  buscar ahí su propia seguridad.

El conflicto en Palestina también involucra a los grandes bloques y amenaza con extenderse primero a Líbano, ahora al importantísimo corredor comercial del mar Rojo y finalmente a Irán, en donde se podría llegar a niveles de enfrentamiento muy riesgosos. El otro gran escenario que podría provocar una catástrofe se encuentra en Taiwán, aliado clave de Occidente, cuya soberanía o independencia sigue en disputa y es una de las líneas rojas de China.

Así pues, nadie quiere pronunciar su nombre, pero las circunstancias están avanzando a una velocidad vertiginosa y hacia el peor de los desenlaces.

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