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La violencia política en Estados Unidos: El rostro del populismo extremo

Ahora se celebra la muerte del adversario político, se plantea la violencia como alternativa a la convivencia democrática y se fantasea con la guerra civil en lugar del intercambio de ideas

Coimbra, Portugal, 12 de septiembre de 2025.- Los últimos días en Estados Unidos han estado marcados por hechos de violencia que han conmocionado a la opinión pública: el asesinato de una joven ucraniana y, más recientemente, el del político Charlie Kirk.

Si bien los tiroteos y ataques armados en territorio estadounidense no son una novedad, la situación actual revela una problemática más profunda que trasciende las cifras de violencia: la polarización política y el debilitamiento de la vida democrática e institucional.

El problema de las armas en Estados Unidos no es únicamente la facilidad para adquirirlas ni el derecho constitucional de portarlas. Se trata de un fenómeno cultural. La práctica de acudir a campos de tiro como pasatiempo o de formar parte de clubes sociales ligados al uso de armas es ya parte de la vida cotidiana.

Sin embargo, esta normalización ha alcanzado un nivel alarmante: la sociedad estadounidense se ha acostumbrado a los atentados y asesinatos, tanto de ciudadanos comunes como de figuras políticas. Esa indiferencia es, en sí misma, un síntoma grave de la polarización extrema.

La división política no es nueva. El bipartidismo entre demócratas y republicanos ha marcado históricamente la vida del país. Lo preocupante es que hoy el desacuerdo ha dejado de ser un terreno de debate para convertirse en motivo de ruptura personal y, en los casos más extremos, de odio abierto.

Ya no se trata solo de perder una amistad por diferencias ideológicas: ahora se celebra la muerte del adversario político, se plantea la violencia como alternativa a la convivencia democrática y se fantasea con la guerra civil en lugar del intercambio de ideas.

Este clima no ha surgido de la nada. El auge de líderes populistas, amplificado por las redes sociales, ha transformado la discrepancia política en enemistad irreconciliable.

Estos actores saben manipular emociones, capitalizar la frustración social y convertir el odio en un arma electoral. El resultado es una ciudadanía cada vez más dividida y más propensa a ver al que piensa distinto como un enemigo interno.

Frente a este panorama, es urgente cuestionar a los falsos profetas que promueven la confrontación y la deshumanización del adversario.

El ejemplo de Estados Unidos debe servir de advertencia: el populismo extremo, basado en fanatismos y divisiones, no construye democracia ni fortalece instituciones. Por el contrario, convierte la política en un campo de batalla donde lo que se defiende no son ideales colectivos, sino los intereses personales de quienes se benefician del caos.

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