Ni Trump ni Obama: El Nobel de la Paz, ¿mérito real o estrategia política?
La realidad de un mundo cada vez más dividido, polarizado y estancado en los extremos, hace que la verdadera búsqueda desinteresada de la paz sea una aspiración difícil de concretar para la clase dirigente

Coimbra, Portugal, 11 de octubre de 2025.- Esta semana se ha disipado la expectativa sobre una posible nominación o galardón del Premio Nobel de la Paz para el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump. La argumentación para excluirlo se fundamentó en que su figura y sus acciones son percibidas como contrarias a los ideales de paz, armonía y cooperación entre las naciones. Sin embargo, el proceso de selección del ganador del Nobel se ha convertido en un evento de gran interés mediático, a menudo más por la controversia que por la indiscutible trayectoria de los nominados.
Un giro inesperado en la especulación en torno a Trump ocurrió a pocas horas de la decisión, cuando se anunció el cese al fuego en la Franja de Gaza, seguido de un histórico pacto. Este acuerdo, percibido por algunos como una maniobra, colocó a Trump en el centro de la conversación como un posible candidato. Para muchos, la idea resultaba irrisoria; para otros, el expresidente había logrado lo que administraciones previas no consiguieron: presionar al gobierno de Israel para la firma de una tregua.
Paradójicamente, la imagen de Trump en diversas esferas internacionales ha pasado de la de un líder que influye en el deterioro de las relaciones internacionales a la de un negociador capaz de lograr la distensión. Si bien es cierto que este tipo de acuerdos en regiones de conflicto deben tratarse con extrema cautela debido a su fragilidad –y el riesgo de un escenario bélico posterior aún más grave–, para la población de Gaza la prioridad inmediata es el silencio de las bombas y la posibilidad de proveer sustento a sus familias, antes que un tratado de paz «perfecto».
No obstante este logro puntual, resulta impensable otorgarle el Premio Nobel de la Paz a Donald Trump, pues su trayectoria contrasta profundamente con los principios teóricos que el galardón representa.
Aquí reside el punto medular de la crítica: la incoherencia en la distinción. Si evaluamos la historia reciente, es igualmente cierto que Barack Obama tampoco mereció la presea que le fue concedida en 2009. Su administración, y su figura pública, resultaron más mediáticas que eficientes en términos de paz global y diplomacia real, evidenciando que el premio a veces se concede más por la promesa que por la obra consumada.
A lo largo de la historia de la humanidad, son pocos los Jefes de Estado que genuinamente podrían merecer el Nobel. Esta dificultad obedece a que la naturaleza de la política obliga a los actores a priorizar constantemente intereses propios o, en el mejor de los casos, los de su población.
El acuerdo entre Hamás e Israel, que brevemente puso a Trump en el foco, es un claro ejemplo de la compleja búsqueda de intereses. Tuvo que ser un hombre como Trump –cuyas características a menudo se describen como autoritario, con falta de empatía y egoísta–, quien logró doblegar o persuadir al gobierno de Israel. Este hecho subraya que la construcción de pactos y la detención de conflictos son posibles. El problema real suele recaer en la falta de voluntad de los propios protagonistas para ponerles fin.
La reciente ganadora, María Corina Machado, al ser también una figura política, nos lleva a la reflexión final: el problema no es que los políticos ganen el Nobel de la Paz. De hecho, el noble objetivo de la política es la construcción de una sociedad y un mundo mejores, lo que debería hacerlos los principales candidatos. Sin embargo, la realidad de un mundo cada vez más dividido, polarizado y estancado en los extremos, hace que la verdadera búsqueda desinteresada de la paz sea una aspiración difícil de concretar para la clase dirigente.
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