Zozobra en Apatzingán por lucha entre cárteles del crimen organizado
Libran una batalla territorial cuyas cicatrices se graban a fuego en cada rincón del pueblo

Apatzingán, Michoacán, 19 de julio de 2025.- El miedo se ha adueñado de la comunidad de El Guayabo, una comunidad en Apatzingán que desde hace varios días vive bajo el implacable asedio de la guerra entre grupos del crimen organizado.
El Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y Los Templarios libran una batalla territorial cuyas cicatrices se graban a fuego en cada rincón del pueblo.
Las calles, antes testigos de la vida cotidiana, hoy son un mudo testimonio de la violencia desatada.
Las fachadas de las viviendas muestran las perforaciones dejadas por disparos de alto calibre, recordatorios tangibles de los tiroteos que resuenan en la noche.
Los restos de explosiones, provocadas incluso por drones armados, salpican el paisaje, creando una atmósfera de desolación y destrucción. Un silencio tenso, roto solo por el eco de la violencia, se ha instalado, y con él, un miedo paralizante.
La población, ya diezmada por el desplazamiento forzado de quienes buscaron refugio en otros lugares, sobrevive en un estado de angustia permanente.
Los habitantes relatan que solo la presencia de las fuerzas de seguridad trae un efímero respiro, una calma precaria que se desmorona.
Entonces, el estruendo de las armas y las detonaciones vuelven a ser los sonidos de sus vidas, sumiendo a familias enteras en un pánico indescriptible.
Las noches se han convertido en un calvario. Los testimonios de los vecinos pintan un cuadro desolador: niños aferrados a sus padres, mujeres con rostros de angustia, y adultos mayores atrapados en sus hogares, temerosos de cada crujido, de cada sonido lejano.
El miedo a salir, incluso a cerrar los ojos para intentar dormir, es una constante. «Estamos en medio del fuego cruzado, sin protección», confiesan algunos con una resignación que duele, la de quienes se sienten olvidados y desamparados por el estado.
La situación ha superado la capacidad de resistencia de la comunidad. El clamor es unánime: exigen una intervención contundente y, sobre todo, sostenida de las autoridades. No basta con visitas esporádicas; la petición es clara y desesperada: la presencia permanente de las fuerzas federales en El Guayabo para enfrentar de manera frontal a los grupos criminales que han secuestrado su paz y su futuro.
La esperanza de un mañana sin miedo pende de un hilo, mientras El Guayabo aguarda, herida, el fin de esta pesadilla. Que poco a poco familias se van dejando todo lo que que con tanto sacrificio construyeron.