Editoriales

Campanas doblan por Alí / Teodoro Barajas Rodríguez

El autor es maestro en Gobierno y Asuntos Públicos, así como candidato a Doctor en Ciencias Políticas
El autor es maestro en Gobierno y Asuntos Públicos, así como candidato a Doctor en Ciencias Políticas

Las campanas doblaron por Mohammad Alí, el ícono del boxeo que condensaba un mar de historias que rebasan los linderos del pugilismo para instalarlo con el estatus de leyenda en otros estadios, aquel gladiador que remó contra la corriente para noquear prejuicios, fulminar anatemas y salir airoso flotando como mariposa

Morelia, Michoacán, 05 de junio de 2016.- Las campanas doblaron por Mohammad Alí, el ícono del boxeo que condensaba un mar de historias que rebasan los linderos del pugilismo para instalarlo con el estatus de leyenda en otros estadios, aquel gladiador que remó contra la corriente para noquear prejuicios, fulminar anatemas y salir airoso flotando como mariposa.

Alí confrontó al racismo, al esperpento de la guerra y una serie de adversidades que golpeaban más fuerte que sus adversarios en el ring. Obtuvo la medalla de oro en las olimpiadas de 1960 en Roma, aún con su presea colgada al pecho no le atendieron en un restaurante de su natal Louisville, Kentucky; el motivo fue ser negro.

Fue un hombre libre que resolvió cambiar su nombre de Cassius Clay a Mohammad Alí, optó por el islam, rompió moldes establecidos y la ira contenida por la discriminación aunada a la opresión añeja le llevó una tarde a lanzar su medalla de oro al río Hudson, ahí se hundía un pasado que fue un fardo que recuerda el pasaje de la icónica película La Misión cuando el soldado Mendoza es descargado por los nativos para recobrar la libertad encadenada a infortunios.

Alí pacifista, Alí poeta, Alí el que rehusó partir a Vietnam porque señaló que no iría a  matar vietnamitas que no la habían provocado daño alguno, la consecuencia de su negativa al llamado belicoso de la soberbia potencia norteamericana fue ser despojado de su licencia de boxeador y del título mundial de peso completo en el mejor momento con sólo 25 años de edad.

Fue un ser hablantín que presagiaba en sus interminables discursos en que round fulminaría a su contendiente en puerta; así cayeron uno por uno los mejores boxeadores de su peso y vaya que en aquellos tiempos existían pugilistas de verdad no como los que ahora venden las televisoras que suelen ser de todo menos peleadores de calidad.

En la memoria ahora recuperada con videos e imágenes diversas se puede ver a un Alí eufórico que derrotó a Joe Frazier, el mejor oponente que tuvo según  calificó, George Foreman, Ringo Bonavena, entre otros. Los puños, flotar como mariposa y picar como avispa expresaba el campeón.

Cantó, escribió versos, habló por la paz, fue amigo de Martin Luther King y Malcom X, hizo un round de sombra verbal con John Lennon, salvó a un suicida. La dignidad fue la ruta por la que nunca dejó de caminar. En Alí cabe perfectamente la definición de Antonio Machado porque fue “en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno”.

Los últimos años de Alí fueron terribles por el mal de Parkinson, se fue debilitando el hombre, el Comité Olímpico Internacional le repuso la medalla que terminó hundida en las aguas de un río, sus glorias saben a nostalgia pero no como sinónimo de pasado sino como un aire actual.

Ahora que en el mundo se marca el signo de la injusticia, la discriminación fabricada por desalmados, la violencia interminable que deja huellas, es cuando cobra mayor resonancia la historia de vida de un hombre libre, ahora las campanas doblan por él.

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