“El capitalismo en el Siglo XXI” de Thomas Piketty
Thomas Piketty y su grupo de investigación nos han dado las herramientas cuantitativas, para hacer una interpretación filosófica del Sistema de manera a que nuestras opciones, no sean opciones políticas a ciegas, sí verdaderas opciones del rumbo que queremos dar a nuestras sociedades
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Morelia, Michoacán, 13 de agosto de 2014.- ¿Estaremos condenados a dejar en manos de los Juncker, de las Lagarde, de las Merkel, la conducción de una salida para la crisis?
Parecía que sí, hasta la publicación de la obra de Piketty : “El Capital en el siglo XXI”. Incapaces, por su propia formación de asumir ese papel del visionario o el método del filosofo ante los problemas actuales, todo lo que podían hacer los tecnócratas de la economía era una simulación de “reformas” enmascaradas en una terminología repetitiva: credibilidad, disciplina presupuestaria, recorte al gasto público, bonos europeos, troika, fondo europeo de estabilización financiera, edge funds, etc., etc.
Olvidadas en este océano de ruido quedaban las cuestiones fundamentales y salía a relucir su imposibilidad (real) de ver que la economía es una importante componente de la vida de cada uno de los seres humanos. Bajo cubierta de la terminología técnica de los hombres de los bancos centrales y de los operadores de Wall Street, quedaba olvidado que cuando se “recorta el gasto público”, no se trata de una operación quirúrgica con láser que abre un corte limpio sobre un concepto abstracto. En la realidad, en lo concreto, se trata de eliminar diversos programas, como los de la seguridad social, los educativos y los de salud. Programas que son fundamentales para establecer un sistema de redistribución humanamente soportable, y socialmente necesario, que parte de la definición de “Justicia” y de “Equidad”, no de una operación contable.
Hoy, Thomas Piketty y su grupo de investigación nos han dado las herramientas para sobre bases cuantitativas, hacer una interpretación filosófica del Sistema de manera a que nuestras opciones, no sean opciones políticas a ciegas, sí verdaderas opciones del rumbo que queremos dar a nuestras sociedades.
Hace un par de meses afirmé, en una columna de opinión que los manifestantes que ocuparon Wall Street ejercieron, en su momento, una función que aparentemente los economistas han dejado de hacer, o que, simplemente no pueden ya hacer porque no fueron enseñados a pensar. Que los indignados, de Madrid, de Lisboa, de Nueva York, de Paris o de México, están colocando cuestiones sobre la naturaleza del sistema económico y del paradigma vigente, el capitalismo.
Esa función, que los economistas abandonaron (con la exepción de unos pocos, como Paul Krugman o Thomas Piketty) es la de pensar en términos filosóficos, colocando cuestiones sobre la naturaleza de los sistemas y sobre los paradigmas en que se sustentan los sistemas económicos, modelando el presente y produciendo visiones del futuro revolucionarias.
Ahora bien esa función, no es la única que los economistas han abandonado. Si, por un lado han desarrollado magníficos instrumentos matemáticos para analizar la complejidad de los comportamientos económicos, dejaron de producir las bases de datos con profundidad histórica que permiten una mirada sobre, como diría el historiador Fernand Braudel, el tiempo largo. Viven en el presente, trabajan el momento y, por lo tanto sólo oscilan entre el inmediatismo y el debate ideologizado de esa imagen trunca de la realidad.
No me parece, entonces arriesgado, afirmar que “Capital in the Twenty-First Century” [El capital en el siglo XXI], la obra magna del economista francés Thomas Piketty, será el libro de economía más importante del año (y tal vez de la década)porque recupera la visión de sistema, tal como Smith, Marx o Keynes lo hicieron antes y lo hace sobre una mineria de datos que abarcan series históricas de tres siglos para algunos casos (caso de la Francia) y de 150 años para otros casos de estudio, como por ejemplo Estados-Unidos . Y el resultado es ensordecedor: estamos en vías de reproducir las concentraciones de riqueza de una plutocracia a niveles que habían desaparecido desde la primera Guerra Mundial
¿QUIÉN ES PIKETTY?
Piketty, posiblemente el mayor experto mundial en desigualdad de rentas y patrimonio, trabaja en la Hautte Ecole Pratique de Sciences Sociales y en la HEC de París. Thomas Pikety es precisamente, el economista que de nuevo viene a dar de nuevo un sentido político-social- filosófico a la economía como ciencia, o sea, hace algo más que documentar la creciente concentración de la riqueza en manos de una pequeña élite económica. También defiende de forma convincente el argumento de que estamos volviendo al “capitalismo patrimonial”, en el que las altas esferas de la economía están dominadas no solo por los ricos, sino también por los herederos de esa riqueza, de modo que el nacimiento tiene más importancia que el esfuerzo y el talento.
Por supuesto, Piketty reconoce que todavía no hemos llegado a eso. Hasta ahora, la opulencia del 1% superior de Estados Unidos se ha debido principalmente a los sueldos y las primas de los ejecutivos más que a las rentas procedentes de las inversiones y más aún que a la riqueza heredada. Pero seis de los diez estadounidenses más ricos son ya herederos, más que emprendedores hechos a sí mismos, y los hijos de la élite económica de hoy parten de una posición de inmenso privilegio. Como señala Piketty, “el riesgo de un giro hacia la oligarquía es real y da pocos motivos para el optimismo”.
Así es. Y si quieren sentirse aún menos optimistas, piensen en las actividades a las que se dedican muchos políticos de Estados Unidos, de Francia, de Portugal o de España (y muchos políticos mexicanos, ejemplo perfecto Purificación Carpinteyro). Puede que las incipientes oligarquías todavía no estén completamente formadas, pero nuestros principales partidos políticos parecen estar entregados a defender los intereses de la oligarquía.
Es más que evidente que necesitamos una nueva visión de un futuro y de una economía que sea alternativa del capitalismo. Sin embargo, gracias a las décadas de formación académica en la “economía tipo odontología” los Keynes o los Friedman de hoy son tan difíciles de encontrar como el abominable hombre de las nieves.
¿Pero, regresemos a nuestro tema y coloquemos la cuestión: ¿cuál es el contexto de producción de la obra de Piketty ?
El contexto de producción de la obra de Piketty presenta dos vertientes de crisis: una de crisis económica; otra de crisis del paradigma económico.
Los economistas (lo hemos visto en los últimos cuarenta años y con mayor incidencia desde el 2008, inicio de la recesión mundial), como comunidad de investigación, han perdido la capacidad de perspectiva. Los economistas, de quiénes se podría esperar un macro análisis del sistema, de sus interacciones, de sus paradigmas y de sus puntos de ruptura, hace tiempo que han dejado de pensar en términos de los sistemas económicos, y por ende están intelectualmente paralizados frente a la urgencia de una reflexión sobre el capitalismo, como sistema, y a la necesidad de construir una visión integral (filosófica) del mundo.
Esto no siempre fue así. Hasta los años setenta todos los departamentos de economía de las grandes universidades (y las otras por reflejo mimético) solían ofertar una panoplia de cursos teóricos sobre “sistemas económicos comparados”, en que los contrastes entre el capitalismo y el socialismo o la comparación entre los países escandinavos, el modelo francés y los modelos anglosajones del capitalismo eran analizados con profundidad y con encendidos debates teórico-filosóficos.
Este tipo de formación intelectual surgió en el contexto de la guerra fría, cuando la batalla del bloque occidental de las democracias liberales con la Unión Soviética pasaba por la demostración filosófica, ética y teórica de que nuestro sistema era mejor que el suyo.
En esos tiempos leíamos a Althusser, antes de leer a Marx y a los “Socratic Puzzles” de Robert Nozick antes de atacar la lectura de la “Teoría General” de Keynes, o íbamos escuchar a Lévi-Strauss hablar de las sociedades a-históricas, pasando por una rápida hojeada de Deleuze y Guattari, de los cuales se descansaba, el fin de semana, con las novelas de Alexander Zinoviev antes del debate en clase sobre las cuestiones propiamente económicas. Pero con la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, esta motivación desapareció.
La globalización, según nos martillan en titulares que duran tan sólo un minuto en la copia electrónica de los medios de comunicación, ha creado un sistema único de capitalismo impulsado por la competencia internacional (haciendo caso omiso de las diferencias muy reales entre, por ejemplo, China y Estados Unidos; Francia e Inglaterra; Brasil e India). Y, como, aparentemente esta es casi la única fuente de conocimiento de un sistema educativo que dejó de pensar para pasar a “copiar y pegar”, método disfrazado en sistema de “competencias y destrezas” por nuestros queridos estalinistas de la pedagogía, producimos un producto universitario para el mercado de trabajo y no un ser humano crítico, pensante y dudando.
Ahora tenemos una profesión llamada “licenciatura en economía”, con economistas, que casi nunca abordan su tema fundamental, “el capitalismo”. Lo mismo podríamos decir de los juristas, que se educan en “leyes” sin casi nunca reflexionar sobre la cuestión fundamental de la justicia y de la naturaleza del derecho, pero este tema queda para otra ocasión.
Para la mayor parte de los economistas actuales, esta reducción del ángulo de visión y de las capacidades de interpretar críticamente el sistema, parece ser irrelevante. De hecho muchos son aquellos que argumentan que lo que importa son las preguntas sobre si los mercados son competitivos, si la competencia es monopolística o las cuestiones sobre el funcionamiento de la política monetaria.
Para la mayor parte del público, la tecnocratización de la economía y, por ende, de los decisores de las políticas públicas, es considerada normal, inclusive garantiza un dominio técnico que irradia confianza. Hasta que la crisis nos confrontó con la ausencia total de un pensamiento crítico, con el desnudo cinismo de aquellos que no parten de un principio, de ningún principio, se exceptuamos al “pragmatismo” y cuya visión es parcelaria, fragmentaria y conceptualmente frágil.
Hay algo de verdad en ese argumento. Con efecto, durante el período de estabilidad del paradigma vigente, los economistas hacen mucho mejor su trabajo cuando abordan problemas bien definidos y delimitados. En esto siguen la opinión enunciada por Keynes, de que los economistas deberían ser más como los dentistas: “gente modesta que observa una pequeña parte del cuerpo, pero que elimina una grande cantidad de dolor”.
Sin embargo, también hay desventajas en acercarse a la economía como un dentista. Sobre todo, en períodos de acumulación de contradicciones al paradigma vigente (el capitalismo), en períodos de ruptura del sistema, cuando la pérdida de la visión de conjunto sobre el sistema impide la producción del nuevo paradigma.
En la ausencia de visionarios poderosos capaces de hacer la refundación teórica necesaria del propio capitalismo, este no puede cuestionarse y por ende, ni evolucionar ni transformarse. Se introduce, entonces la “stasis”, o sea la crisis, en que las diversas fuerzas presentes se anulan entre sí, imposibilitando la solución o salida de la misma. O sea, imposibilitando el continuo proceso de reforma, vital para la “buena salud” del sistema.
El propio Keynes fue uno de esos visionarios que pudo ir más allá del paradigma vigente a inicios del siglo XX .Si bien Keynes creyó que el capitalismo era el único sistema que puede crear prosperidad, también argumentó que el mismo era intrínsecamente inestable y por consecuencia necesitaba de estar sujeto a un proceso continuo de reforma. Pero, para la reforma continua del sistema se necesitan de filósofos, de pensadores, de visionarios, pero no de “economistas- odontólogos”.
Lo que necesitamos son creadores de una visión (un filósofo) que puedan formar toda una generación para construir un nuevo mundo y un nuevo orden. O sea, necesitamos de otro Keynes, alguien que pueda ser parte del club de los grandes visionarios (filósofos) económicos como Adam Smith, John Stuart Mill, Karl Marx y Amartya Sen. Parece ser que ahora lo encontramos en Thomas Piketty.