Editoriales

El derecho de morir con dignidad, entre la compasión y la ética

El debate requiere una reflexión profunda sobre la relación entre medicina, ética y compasión

Morelia, Michoacán, 22 de julio de 2025.- Morir con dignidad es un derecho que cada vez gana más reconocimiento aunque aún despierta intensos debates éticos, médicos, religiosos y legales. En el centro de esta discusión están dos prácticas: la eutanasia y la muerte asistida, términos que con frecuencia se confunden, pero que presentan diferencias fundamentales tanto en su ejecución como en sus implicaciones jurídicas.

La eutanasia se refiere a la acción directa que provoca la muerte de un paciente que sufre una enfermedad irreversible, con el fin de evitarle sufrimientos insoportables. Es el médico quien, a petición del paciente, administrar fármacos letales. En cambio, en la muerte asistida, también conocida como suicidio médicamente asistido, es el propio paciente quien, contando con la prescripción de un profesional, se autoadministra la sustancia que leá causar la muerte. Es importante reconocer que en ambos casos, el objetivo es aliviar un sufrimiento insoportable cuando la medicina ya no puede ofrecer cura ni alternativas viables.

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La discusión sobre el derecho a morir no es nueva. En la Grecia clásica, filósofos como Sócrates y Platón, y Séneca en Roma, defendían la idea de que el ser humano podía elegir el momento de su muerte si la vida ya no tenía dignidad ni propósito. En su libro “Fedón”, Platón hace reflexionar a Sócrates sobre el acto de morir como algo natural y no necesariamente trágico. Para los filósofos estoicos, era preferible una muerte voluntaria antes que una vida de dolor y esclavitud.

En la Edad Media, el cristianismo impuso una visión teológica en la que la vida era un don divino, y por lo tanto sólo Dios tenía derecho a decidir cuándo debía terminar. La voluntad personal sencillamente no cuenta. Esta concepción se mantuvo durante siglos y aún hoy influye en muchas legislaciones que prohíben la eutanasia.

Ya en el siglo XX, con el avance de la medicina y el desarrollo de los derechos humanos, resurgió el debate. Obras literarias como La muerte de Iván Ilich de Tolstói reflejan el drama existencial y físico del sufrimiento innecesario, mientras que casos reales, como el de Karen Ann Quinlan en Estados Unidos o Ramón Sampedro en España, marcan tendencias en la discusión pública sobre el derecho a morir dignamente.

En las últimas décadas, diversos países han avanzado en la legislación sobre la eutanasia y la muerte asistida. Países como Bélgica, Luxemburgo, Canadá, Colombia y España han legalizado la eutanasia bajo estrictas condiciones, mientras que otros, como Suiza y algunos estados de EE.UU. (Oregón, Washington, California, entre otros), permiten la muerte asistida. En México, la eutanasia aún es ilegal, pero en algunos estados se permite la voluntad anticipada, mediante la cual un paciente puede rechazar tratamientos que prolongan artificialmente su vida.

Tema hermanado con la eutanasia es el llamado “encarnizamiento terapéutico”. Una de las prácticas más cuestionadas en las Unidades de Terapia Intensiva es el llamado encarnizamiento terapéutico. Se trata de la obstinación médica por prolongar la vida de pacientes con enfermedades terminales o en estados vegetativos persistentes, mediante tratamientos invasivos y dolorosos que no aportan calidad de vida, ni esperanza real de recuperación.

Este fenómeno, también conocido como ensañamiento terapéutico, puede responder a diversas motivaciones: presiones institucionales, intereses académicos (como la formación de residentes en procedimientos clínicos), razones económicas (como la facturación hospitalaria), o simplemente por la incapacidad del sistema médico para aceptar los límites de la ciencia.

Muchos médicos, por temor a demandas o presiones de familiares, caen en la trampa de tratar de «salvar» lo que ya no puede ser salvado, manteniendo con vida a pacientes que, en lugar de descanso, enfrentan una prolongada agonía. Esta situación, lejos de ser una muestra de humanidad, representa una forma moderna de crueldad disfrazada de ética profesional.

Reconocer el derecho a morir con dignidad no significa fomentar la muerte, sino afirmar el valor de la vida con un sentido, conciencia y autonomía. Implica el poder de decidir cómo morir cuando la vida se ha vuelto insostenible y las alternativas terapéuticas están agotadas.

El debate requiere una reflexión profunda sobre la relación entre medicina, ética y compasión. Garantizar el derecho a una vida y una muerte digna exige leyes claras, voluntad política, formación ética de los profesionales de la salud y una cultura que no le tema a la muerte, sino al sufrimiento inútil. Después de todo, morir con dignidad es ejercer nuestra última forma de libertad.

Alejandro Vázquez Cárdenas

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