Editoriales

El destino de la coalición, ¿qué van a hacer los progresistas?

Desperdiciar la posibilidad de transformación para regresar al pasado podría ser mortal para la democracia y, peor aún, despertar sentimientos radicales que despierten el racismo, la intolerancia y la fobia al exterior

Morelia, Michoacán, 02 de junio de 2019.- Aunque no nos gusten, los partidos políticos son ingredientes indispensables para la democracia. Y, aunque cueste trabajo creerlo, experimentan cambios, a veces más o menos visibles, para adaptarse al ambiente social en el que se desarrollan. En ciencia política mucha literatura ha explicado los grandes cambios de los sistemas partidistas en el mundo, resaltando cómo, en la época contemporánea, las cuestiones ideológicas han sido relegadas, el peso de la militancia se reduce y los partidos buscan atraer votantes de variadas, y a veces contradictorias características.

En 2018, y poco antes cuando las alianzas PAN- PRD tuvieron éxitos locales que permitieron vencer al PRI, se discutió mucho sobre la viabilidad de las alianzas entre partidos ideológicamente distantes, Morena hizo lo propio cuando cobijó al PES, que a la postre desaparecería, en una alianza que, en el lejano 2006, se autonombraba progresista.

Los críticos de las alianzas señalaron que eran una ofensa a las bases militantes, un claro deseo de hambre de poder y un serio problema para el futuro gobierno. Al final, la terca realidad demostró que en algunos de esos partidos ni siquiera fueron capaces de retener los votos de sus militantes y cómo muchos de sus simpatizantes votaron dividido, sin respaldar al candidato presidencial de su coalición, probablemente debido a esa falta de identificación.

La coalición ganadora, sin embargo, sí gozó de los beneficios victoriosos de la integración. La incorporación de figuras ex opositoras a Morena, y el resto de sus aliados, permitió que muchas capas sociales olvidaran los prejuicios contra el ahora presidente López, además muchas estructuras políticas, que antes habían servido a otros partidos, operaron para la coalición Juntos Haremos Historia (JHH) y le garantizaron un triunfo arrollador.

No obstante, esos puntos de apoyo ciudadano tuvieron un efecto “adelgazante” del discurso inicial de Andrés Manuel y su coalición (el de 2006). Si bien pudo sostener sus ejes nacionalistas y desarrollistas, sumó algunos aspectos más cercanos a la moral pública, la importancia de la familia, la necesidad de la disciplina en las finanzas públicas y el respeto a la empresa. Todo ello sostenido en dos grandes disputas: corrupción vs honestidad, élites vs pueblo.

El problema es que, ya en gobierno, los dichos, que en campaña cada quien podía interpretar a su modo, se han convertido en hechos que no siempre empatan perfectamente con las preferencias de las dos alas de su movimiento: progresista y nacionalista-revolucionaria.

Tras los draconianos recortes a la salud pública que ocuparon la atención pública, cabe preguntarse cuál es el propósito de esta administración respecto a ese y los demás temas. Sobretodo porque, cuando se le preguntó, el presidente aseguró que se construirá un sistema de seguridad social universal al estilo escandinavo.

Personalmente coincido con ese objetivo, creo en un Estado de bienestar sostenido en un sistema de seguridad social universal, educación gratuita de calidad y servicios públicos dignos. Lo que no me queda tan claro es la manera en la que esta administración planea pagarlo, considerando el costo de estos sistemas en otros países del mundo y las tasas impositivas que aseguran su viabilidad, condiciones necesarias para calificar de socialdemócrata este proyecto.

Desde mi perspectiva, la coalición del presidente es tan amplia que, tarde o temprano, se romperá. Pero, el triunfo de un movimiento de “izquierda” puede ser muy favorable para la creación de una agenda enteramente progresista que no tenga miedo a hablar de redistribución, derechos e igualdad y que al mismo tiempo se aleje del nacionalismo, la personalización y el desprecio institucional.

Ante la crisis del resto de los partidos políticos, la oposición al proyecto nacionalista que morena sostiene actualmente podría venir desde dentro. Habrá que estar a la expectativa y, en todo caso, tomar partido. Las máscaras y las indefiniciones no son útiles en momentos de premura para el país. Desperdiciar la posibilidad de transformación para regresar al pasado podría ser mortal para la democracia y, peor aún, despertar sentimientos radicales que despierten el racismo, la intolerancia y la fobia al exterior.

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