Elecciones / Columba Arias Solís
Los resultados de las elecciones celebradas el pasado 5 de julio han dibujado un nuevo mapa electoral en México, provocando una fuerte sacudida especialmente en el Partido Revolucionario Institucional quien ha visto por primera vez en todos los años de su larga existencia, cómo le arrebataron estados emblemáticos
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Morelia, Michoacán, 13 de junio de 2016.- Luego de la jornada electoral del pasado 5 de junio en los Estados de la República que eligieron nuevos gobernantes, han comenzado a mostrarse los escenarios ya comunes en los últimos procesos electorales en el país, anuncios triunfalistas, declaraciones estridentes, bosquejo de conflictos en el cómputo oficial, así como el anuncio de recursos ante los tribunales electorales, quienes habrán de decir la última palabra del proceso electoral.
La euforia de los resultados –para unos- o el coraje o desilusión por la derrota –para otros- no debe dejar de lado que este proceso electoral se convirtió en el epítome de algo que no debe por ningún motivo seguir sucediendo: una guerra de lodo que trascendió a los espacios públicos, la violencia verbal y física entre contrarios que desplazaron propuestas y debates, la exhibición descarada del dinero en la compra de votos y una falta absoluta de la rendición de cuentas, cuya sumatoria llevó a la degradación del proceso electoral y debe constituir una urgente alerta rumbo a las elecciones de 2018.
Los resultados de las elecciones celebradas el pasado 5 de julio han dibujado un nuevo mapa electoral en México, provocando una fuerte sacudida especialmente en el Partido Revolucionario Institucional quien ha visto por primera vez en todos los años de su larga existencia, cómo le arrebataron estados emblemáticos para su partido considerados graneros de votos para su causa.
Igualmente para el todavía joven Partido de la Revolución Democrática, los resultados han sido más agua en el bote cuyos capitanes en la última década no han sabido conducir y llevan directo al naufragio y desaparición, al haber privilegiado sus particulares ganancias e intereses en perjuicio de la sociedad y de su militancia.
Si los resultados preliminares no cambian con el cómputo definitivo de este miércoles, y claro a reserva de las impugnaciones en los Tribunales electorales, ya se sabe que el PRI tendrá las gubernaturas de Sinaloa, Zacatecas, Hidalgo, Oaxaca y Tlaxcala, mientras que el PAN ha recuperado Chihuahua y Aguascalientes, retuvo Puebla, por primera vez ganó, Tamaulipas, y en alianza con el PRD ganó Durango, Quintana Roo y Veracruz.
Más allá de las tesituras que señalan algunos opinadores sobre si el PAN realmente ganó las siete gubernaturas ya señaladas o más bien las perdió el PRI, para el caso es lo mismo, los azules se levantaron con la victoria en la mayoría de las recientes elecciones locales, y aunque los primeros sorprendidos parecen ser ellos mismos, toda vez que los desencuentros internos y divisiones que no desaparecieron ni siquiera en las campañas, no auguraban tantos triunfos.
Luego de estos resultados, los panistas se alinean en excelente posición rumbo a las elecciones de 2018, claro, siempre que en el proceso de la definición interna de precandidaturas no se hagan trizas, especialmente por las aspiraciones de la ex primera dama apuntaladas por su marido quien con mucha anticipación ya la declara presidenta de México.
Ciertamente, como lo reconoció el dirigente de Acción Nacional, nunca en la ya larga historia partidista el panismo había gobernado 11 estados del país como lo hará ahora, por lo que tampoco es ilógico que pueda en el 2018 recuperar la Presidencia de la República como entusiastamente lo augura el dirigente azul.
Diversas lecturas se podrán hacer sobre el resultado de las elecciones. Como siempre sucede, los perdedores buscarán culpables de su debacle electoral, sin asumir la responsabilidad entre quienes verdaderamente la tienen: los malos gobernantes que durante sus ciclos de gobierno chapotearon entre los ríos de la corrupción, el incumplimiento de promesas a la sociedad y el desgobierno en general; los dirigentes partidistas que han zozobrado entre la avaricia por seguir obteniendo canonjías privadas, pactando con el adversario y que en algunos lugares fueron los saboteadores de su causa, y también los mismos candidatos que no supieron estar a la altura de las circunstancias, o bien, les pesó la densa sombra de un pésimo gobernante.
En estas elecciones la esperanza puesta en las candidaturas independientes se frustró; nunca levantaron sus campañas y no resultaron opciones para los ciudadanos, ni siquiera en aquellos lugares de mayor descontento social contra el gobernante en turno y contra los partidos, donde la votación de los independientes resultó muy raquítica. Quién sabe qué sucedió con el entusiasmo ciudadano por las candidaturas independientes que, apenas el pasado año se anunciaban exultantes como el nuevo paradigma electoral luego de algunos triunfos de candidatos independientes en el país. No quedan claras todavía las causas por las cuales las candidaturas independientes no prendieron en el imaginario colectivo y los resultados a su favor han sido decepcionantes, pensando sobre todo en el futuro de esa figura rumbo a las elecciones de 2018.