Editoriales

Escépticos y crédulos (Por: Alejandro Vázquez Cárdenas)

Los mexicanos, como podemos darnos cuenta, tenemos un largo historial de credulidad, no estamos acostumbrados a verificar la veracidad de la información que nos llega, sencillamente si nos parece creíble pues la creemos y ya

Morelia, Michoacán, 28 de septiembre de 2021.- Los mexicanos tenemos un largo historial de credulidad. Sin ir a tiempos de la colonia voy a algo un poco más reciente. En algún lado leí que escritor Jorge Ibargüengoitia narraba que, en su juventud recorrió durante una semana una brecha en la que él y sus compañeros debieron abrirse paso a machetazos, aunque en el mapa oficial la ruta  esta se encontraba marcada como una carretera entre Apatzingán y Zihuatanejo, en Guerrero. 

Pero no había tal carretera en realidad. Reflexionaba Ibargüengoitia que la explicación de ese disparate quizá era que al elaborador del mapa lo había engañado un funcionario. “¡Pero, ingeniero, si esa carretera ya está en proyecto! ¡Dela por hecha! Si no, su mapita se le queda anticuado recién salido de la imprenta”. 

Los mexicanos, como podemos darnos cuenta, tenemos un largo historial de credulidad, no estamos acostumbrados a verificar la veracidad de la información que nos llega, sencillamente si nos parece creíble pues la creemos y ya. Verificar las fuentes y contrastar datos no está en nuestra naturaleza. Peor es cuando la noticia concuerda con nuestras filias y fobias, ahí sí la creemos y punto.

Ahora bien, un buen remedio a lo anterior es adquirir cierto grado de escepticismo. El escepticismo científico, llamado también “racional” es una posición práctica, filosófica, científica  en la que se cuestiona básicamente la veracidad de las afirmaciones que carecen de una prueba empírica  suficiente.

A pesar de la enorme capacidad que se tiene actualmente en comunicación y transmisión de información existe una gran desinformación sobre muchos aspectos del conocimiento humano y resulta evidente que un buen número de personas no logran distinguir fácilmente entre una realidad posible y una fantasía. 

Esta dificultad en separar lo real de lo irreal permite la aparición y proliferación de personas o grupos organizados que fomentan la desinformación con el objetivo de obtener ventajas de algún tipo (generalmente monetarias, pero también religiosas o políticas) y con este fin incentivan conscientemente la desinformación y la ignorancia; quizá el máximo ejemplo de esta situación lo tenemos en la denominada “mañanera”, evento circense conducido por un siniestro personaje, arquetipo de la desinformación, el sesgo y la mentira. 

El escepticismo es la escuela que pregona el irrenunciable derecho a la duda, el derecho que toda persona tiene a no ser engañada, manipulada o dirigida con fines aviesos y ocultos. Un escéptico no acepta ninguna verdad establecida a priori, sino que la acepta al final de una larga cadena deductiva, o sea, cuando ya no hay argumentos que puedan invalidarla.

La política es una de las áreas donde con más frecuencia podemos detectar mentiras, ya que el ocultar y sesgar la información es un acto ligado indisolublemente a dicha actividad.

Pero no es el único terreno; veamos otras áreas:  ¿Es posible adivinar el futuro? ¿Visitan la Tierra seres de otros planetas? ¿Convivió el ser humano con los dinosaurios? ¿Es peligroso viajar por el Triángulo de las Bermudas? ¿Son verdades las profecías de Nostradamus? ¿La astrología es creíble y está el futuro escrito en las estrellas? ¿Se pueden doblar cucharas con el poder de la mente? ¿Dejó Dios escrito en La Biblia el pasado y el futuro de la humanidad? ¿Una píldora puede duplicar el CI y triplicar la velocidad del pensamiento? ¿Las líneas de Nazca, las pirámides de Egipto, los monolitos de Pascua y Stonehenge son obra de extraterrestres? Puede que nos parezcan verdaderamente estúpidas algunas de estas preguntas, pero muchas personas y más de alguno de nuestros conocidos responderían convencidos con un sí.

Innegablemente existe un analfabetismo científico en gran parte de la ciudadanía. El desconocimiento sobre aspectos fundamentales de la ciencia y la tecnología es verdaderamente impresionante. En diversas encuestas realizadas en los últimos decenios se muestra cómo la gente puede creer que el hombre convivió con los dinosaurios, cómo no entienden la estructura atómica de la materia; niegan la llegada del hombre a la luna. En el campo de la genética es asombrosa la ignorancia; en una encuesta denominada Eurobarómetro un alarmante 70 por ciento de los encuestados afirma que era correcta la afirmación: «Los tomates naturales no tienen genes, sólo los transgénicos los tienen». 

La alta valoración del adjetivo “natural” es otra cara de la ignorancia (o estupidez) científica. Parece que todo lo natural fuera intrínsecamente bueno (a pesar de que tan naturales son las bacterias como cualquier veneno que exista en la naturaleza). Un buen consejo es desconfiar de la cultura de cualquiera de nuestros conocidos que pregone enfáticamente la superioridad de un producto “natural”.

El hecho de que mucha gente prefiera una «medicina natural» indica el desconocimiento y el prejuicio que establecemos; de hecho, una parte de los medicamentos convencionales tienen principios activos que son «naturales», pero el proceso industrial permite establecer la forma de aplicación y la dosis adecuada que lo hacen un tratamiento efectivo.

Remedio a esta tragedia cultural: buena educación en el hogar y buenos maestros en la escuela. O sea… no lo veremos en nuestra generación. 

Alejandro Vázquez Cárdenas

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