Hablando de totalitarismo y mesianismo / Alejandro Vázquez Cárdenas
¿Cómo identificamos a un Mesías? Veamos sus rasgos más distintivos; una inocultable inclinación a la verbalización retórica, un agresivo discurso vindicativo, la utilización reiterada de la fácil demagogia, ira e intolerancia ante una contradicción, pues solo él tiene la razón, un desprecio absoluto a sus fanáticos vasallos. ¿Reconocieron a alguien?
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Morelia, Michoacán, 23 de mayo de 2017.- Un día sí y otro también leemos o escuchamos hablar sobre Totalitarismo y Mesianismo. Pero, ¿sabemos de qué se está hablando?
Veamos: el concepto de “Totalitarismo” es algo relativamente nuevo, si bien sus antecedentes se remontan a la Revolución Francesa y sus raíces más antiguas se pueden rastrear en el Estado Espartano, dentro de la óptica que explica Popper en “The Open Society and this enemies”. Por su gran capacidad de daño y destrucción es importante entender ese fenómeno, que, aunque viejo, es característico del siglo XX, época donde tuvo sus expresiones más marcadas con los regímenes totalitarios de Stalin, Hitler Mussolini y Mao y se hizo extensivo a otros como en la Cuba de los Castro, en la dinastía Kim en Corea del Norte, en la Nicaragua de los Somoza, el Haití de Duvalier y ahora en la Venezuela de Chávez-Maduro.
Lo característico del totalitarismo ha sido utilizar una determinada ideología, basada bien sea en el conflicto racial o en la lucha de clases para modificar las estructuras de la sociedad, por medio de la fuerza y la intolerancia, para crear una nueva sociedad que se pretende homogénea y controlada en todos sus aspectos, en la que hipotéticamente estarán erradicados para siempre los defectos y vicios del modelo de sociedad que se quiere reemplazar.
Rousseau desarrolló este concepto de manera metafísica porque resultaba evidente que el resultado que se deseaba no podía expresarse mediante la mera decisión mayoritaria del colectivo. Rousseau afirmaba que el pueblo siempre aspiraba al bien, pero no sabía cómo y por lo tanto era necesario instruirlo para que supiera qué era lo que más le convenía.
En el totalitarismo es necesario establecer una dictadura de “partido único” manejado totalmente por el líder. El líder y su partido están por encima del Estado, detentando todo el poder. Se educan a las élites para que tengan una fe ciega en el movimiento y su líder, así como a la población, la cual es sometida tanto por la propaganda ideológica como por el miedo.
Evidentemente para alcanzar ese objetivo es necesario que la dictadura controle la educación y limite la libertad de prensa, algo así como la sentencia de Orwell, “Quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado”
En cuanto al “Mesianismo”, la idea, el concepto, de un Mesías originalmente se asociaba con la “salvación” y “redención”, pero con el transcurso del tiempo la idea de Mesías es ya intercambiable con el término Caudillo. En pocas palabras es la idea de que tendremos un futuro mejor y todo tendrá solución, mediante la intervención de una persona en la que se pone una confianza ciega, absoluta.
Y hablemos de México.
Cuando un país ha padecido décadas de pésimos gobiernos, y tanto sus partidos como sus instituciones han caído en el mayor de los descréditos por su corrupción, cinismo e incompetencia, surgen en el pueblo, imparables, los sentimientos de rencor, resentimiento, anhelo de un cambio, hartazgo y es precisamente en estas circunstancias cuando los pueblos se aferran a quien les promete un cambio, por ilusorio que sea.
Ya lo vimos en la Alemania de la primera mitad del siglo XX con el ascenso y triunfo del nazismo en una convulsa República de Weimar y en la Venezuela de Hugo Chávez, donde la corrupción de los partidos políticos no podía ser peor. Es precisamente en esas épocas cuando surgen los Mesías en la escena pública, y su ascenso y triunfo es impulsado, deseado, por legiones pobres, desempleados, profesionistas mal pagados o sin empleo, a los cuales se les agrega los resentidos de siempre.
¿Cómo identificamos a un Mesías? Veamos sus rasgos más distintivos; una inocultable inclinación a la verbalización retórica, un agresivo discurso vindicativo, la utilización reiterada de la fácil demagogia, ira e intolerancia ante una contradicción, pues solo él tiene la razón, un desprecio absoluto a sus fanáticos vasallos, el repetido señalamiento, ad nauseam, de supuestos culpables fácilmente nombrables como “la mafia del poder”, frase que no dice nada pues cada quien entiende lo que quiera entender.
¿Reconocieron a alguien?
Recomendación: “Los orígenes del totalitarismo” de Hanna Arendt.