Editoriales

La estridencia y la política / Teresa Da Cunha Lopes

Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS
Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS

La política es un ejercicio emocional que juega con las pasiones colectivas e individuales y que culmina, periódicamente, en una catarsis de masas que puede ser canalizada en la emisión del voto o, explotar en la rebelión de la calle

Morelia, Michoacán, 09 de junio de 2014.- La política es un ejercicio emocional que juega con las pasiones colectivas e individuales y que culmina, periódicamente, en una catarsis de masas que puede ser canalizada en la emisión del voto o, explotar en la rebelión de la calle.

Siendo, por consecuencia, un proceso de creación de empatías y de rechazos, los procesos políticos, y en particular el proceso electoral, son propicios para liberar emociones.

Ahora bien, uno de los actos más liberador para los seres humanos es el grito. Grito que puede asumir diversas formas –grito de libertad, grito de esperanza, grito de terror, grito de dolor, grito de amor, grito de odio, grito de impotencia, grito de victoria, grito de aviso, grito de aburrimiento, grito de silencio– pero que siempre es liberador de tensiones, de energía, cuya estridencia se propaga en el aire y en el tejido social en ondas circulares. Como cuando la piedra toca ligeramente la superficie de un lago.

Es, precisamente, en la estridencia y su difusión en onda, que reside una de las armas más poderosas de los políticos populistas. Lo que explica en cierta medida, por ejemplo, los resultados de los partidos neofascistas y de los radicales de izquierda en las recientes elecciones europeas.

El uso y la escenificación de la estridencia son redituables en política, pero desastrosas para la construcción de un mundo con calidad de vida y con libertades cívicas: frenan la posibilidad de aplicar soluciones de sentido común a problemas reales: impiden escuchar transversalmente a los millones que se transforman en “mayoría silenciosa”; obligan a la radicalización; instauran el caos social, económico y político. Cierran las opciones futuras y nos devuelven a la primacía de las entrañas sobre la razón.

La escenificación de la estridencia en el terreno político está poderosamente potenciada, hoy en día, por la viralidad de las redes sociales. Los grupos populistas que de ella hacen un uso cotidiano y masivo, no tienen una única idea programática que pueda resistir al test de su implementación práctica en contextos reales de gobernanza, pero por Dios, como GRITAN.

Gritan, gritan, gritan. Y el grito en su estridencia, monopoliza titulares y horizontes políticos.

La campaña (las campañas) dejan entonces de ser diálogos entre el elector y el candidato. Dejan de ser reflexiones colectivas (que nunca lo fueron) sobre cuestiones programáticas, debates ideológicos, abandonan el campo de lo ético y pasan a ser un ejercicio de estridencia colectiva que crea procesos de catarsis en que las masas de electores asumen comportamientos colectivos semejantes al de los fanáticos de fútbol en final de la Champions.

la-estridencia-y-la-politica_1_2092674Y, tal como en un partido de futbol, la ira, la frustración, los deseos reprimidos, los complejos personales, los odios internos y las rabias inconfesables salen de las gargantas en un sólo grito dirigido contra el adversario y, principalmente contra el “árbitro”. Y, la multitud grita al ritmo de la estridencia del candidato. Y, los electores votan al candidato más estridente.

Los ejemplos de la eficiencia de la estridencia en política y de su transposición en los resultados de las urnas son diversos y elocuentes.

El “Yes we can” de la primera campaña de Obama quedó como el “caso de estudio” de la producción de una ola de estridencia “positiva” a partir de un grito de entusiasmo y de confianza en el futuro. Frente a esa ola de estridencia “positiva”, tal como lo afirmó en su momento Meghan MacCain, la hija del candidato derrotado: “ni la presencia de Dios en el “ticket” al lado de mi padre hubiera podido revertir lo inevitable”.

En México, la victoria de Fox es un manual de la estridencia en política. Frente al impacto de la crisis del 94 quien gana y llega a la Silla presidencial es el candidato que más grita, es la oposición visceral y estridente. La estridencia también ha sido una componente constante del discurso y de la imagen de AMLO.

Del otro lado del Atlántico, históricamente, no hay que olvidar la estridencia de Hitler y sus discursos que no son más que una secuencia de gritos al borde del histerismo. Proceso político escenificado por Goebbels y por Leni Riefenstahl, a través de un constante uso de la arquitectura y del contraste con el silencio de la noche, de la muerte y del pasado. Escenario en que el grito penetra hasta lo más profundo. Pero sí aislamos sus elementos observamos el vacío del mismo y hasta el ridículo y comicidad del gesto y de la estridencia, tal como magistralmente lo captó Charlie Chaplin en la película “El Dictador”, en una escena que nos hace reír, desde hace décadas, a carcajadas. Lo mismo para Mussolini.

Es esa estridencia que usan eficientemente Martine Le Pen, del Frente Nacional, y Nigel Farage del UKIP, virtuosos de la escenificación del “candidato estridente”. Sus (relativas) victorias en Francia y en el Reino Unido son el fruto de esa estridencia, amplificada por los medios de comunicación tradicionales, viralizada por las redes sociales, y que les otorgan una “profundidad” de impacto que, en la realidad, no tienen.

Frente a ese histerismo de la narrativa y estridencia retransmitida hasta la náusea de los partidos neofascistas y de los movimientos populistas, es evidente que los partidos “mainstream”- conservadores, liberales, social demócratas o socialistas democráticos- que se han alternado en el poder en los últimos 30 años, no supieron, ni conectar emocionalmente con el electorado, ni crear, a la manera de Obama y de su “Yes we can”, la onda de repercusión, arrolladora e implacable, del grito de esperanza.

Con efecto, frente al odio, al racismo, a la xenofobia, al derrotismo, al aburrimiento, nada es más potente que la esperanza y la confianza en el futuro.

Necesitamos, urgente, de un movimiento estridente “positivo”, que derrote las frustaciones apelando a la esperanza de un mundo mejor. No para mañana y no para el futuro. Sí, para hoy, para el presente.

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