La intervención estadounidense en Venezuela; ¿democracia o Doctrina Monroe?
El continente americano corre el riesgo de quedar nuevamente a merced de la agenda de Washington, con las naciones de América Latina a sus pies
Morelia, Michoacán, 13 de diciembre de 2025.- La presión ejercida por la administración del presidente Donald Trump sobre el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela ha escalado a niveles que van más allá de la simple retórica diplomática. Las acciones emprendidas por el gobierno estadounidense hablan por sí solas y estas mismas parecían imposible de realizarse hace apenas unos años.
El objetivo estadounidense no solo se centra en el control o acceso a los vastos recursos petroleros y minerales venezolanos, sino en una ambición geopolítica más amplia: restablecer el control y la influencia total sobre el continente americano. Primero fue el apoyo expreso y la alianza con la Argentina de Milei; el siguiente paso parece ser el derrocamiento de Maduro, con la vista puesta finalmente en Cuba, buscando así cerrar cualquier foco de injerencia que no sea la propia en su hemisferio.
Sin embargo, el camino hacia la intervención o la presión extrema sienta un precedente peligroso. Abrir la puerta a que una potencia mundial, sin importar sus motivos, interfiera de manera directa en la política interna de una nación soberana evoca los tiempos oscuros del siglo XX, donde la fuerza determinaba la distribución global del poder y la influencia.
El riesgo es una nueva repartición de zonas de influencia que anule el principio de autodeterminación y el avance que se obtuvo a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado. Pero, al mismo tiempo, esta “autodeterminación”, esta defensa de la «soberanía venezolana» se encuentra con un brutal espejo. ¿De qué soberanía hablamos cuando el país está gobernado por un régimen opresor que los ha hundido en la miseria? El gobierno de Maduro es un fraude electoral y una dictadura que niega derechos básicos; el pueblo no ejerce soberanía alguna. La soberanía, en Venezuela, es una ilusión vacía, que se evoca únicamente para repeler la crítica externa y perpetuar el statu quo dictatorial. Preferible depender de la injerencia de otro país que seguir bajo el yugo de Maduro.
Para el bien último del pueblo venezolano, el régimen de Maduro y la dictadura deben caer, y lo mismo debe suceder con la dictadura cubana. El fin de estos regímenes represivos es una deuda histórica con la libertad de sus ciudadanos. No obstante, este fin tiene sus propios riesgos; otorgarle a Estados Unidos un cheque en blanco para decidir el destino de las naciones, por más loables que parezcan las intenciones de «liberación», podría efectivamente recrear los tiempos sombríos de las intervenciones unilaterales.
El continente americano corre el riesgo de quedar nuevamente a merced de la agenda de Washington, con las naciones de América Latina a sus pies. La libertad de Venezuela no puede significar la tutela forzosa de toda una región, un precio que, a decir verdad, la mayoría de los venezolanos parecen estar dispuestos a pagar.
Carlos Manzo y el Movimiento del Sombrero, ¿la opción de una tercera vía?




