Editoriales

La soberbia y el poder / Mateo Calvillo Paz

El autor es el Presbítero Mateo Calvillo Paz, vocero episcopal y colaborador de diversos medios de comunicación locales, regionales e internacionales
El autor es el Presbítero Mateo Calvillo Paz, vocero episcopal y colaborador de diversos medios de comunicación locales, regionales e internacionales

El ser humano tiene pasión por el poder que los lleva a los peores crímenes. Es Nicolás Maduro y muchos gobernantes en mayor o menor escala.

Morelia, Michoacán, 31 de julio de 2017.- Nicolás Maduro busca institucionalizar la dictadura en Venezuela haciendo una nueva constitución contra toda justicia y dando la espalda al bien del pueblo. Maduro está obsesionado por el poder y sólo se busca a sí mismo.

Pero debemos abrir la visión, en todas partes hay jefes y autoridades de elección que se aferran al poder, sea de su persona, sea de su partido.

Hay dictaduras de partido como una muy conocida en otros países y negada en su propio país. Es la dictadura de un partido y además estamos sufriendo la dictadura de la clase política.

Además del poder, el interés se debe a las cantidades fabulosas, ilimitadas, de dinero que el poder trae consigo y que hace criminales y ladrones inimaginables, como muchos gobernadores.

Dios, Señor de la historia, de quien dimana todo poder lo destina para todos, como lo hace con las riquezas naturales. Contra la moral, algunos individuos y grupos concentran las riquezas y el poder. Hay un candidato que si no es gran defraudador está enfermo de poder.

El poder de Dios se distancia de la riqueza, supone el desprendimiento de los bienes materiales.

Se distancia de todos los vicios, es servicio humilde a los pobres, atención a los que nadie escucha ni atiende si no para sacarles el voto o quitarles sus bienes.

El pueblo humilde, los de abajo, tiene, con mucha frecuencia, las mismas mañas, los mismos deseos locos que los poderosos, hay tantos jefecillos de colonia y tantos que se mueren por ser ricos.

Hay muchos suspirantes frustrados del poder y las riquezas fabulosas que les den una supuesta seguridad por los siglos de los siglos.

El modelo de nación, sociedad y hombre del mundo del progreso está modelado por el dinero,  desde los planes de gobierno hasta los proyectos personales.

Es el modelo que sustenta las ambiciones de los que aspiran a suplantar la mafia del poder y la corrupción.

Si el pueblo se convierte de los mismos vicios al desprendimiento y la sencillez, siguiendo los pasos del guía de  los creyentes, el Mesías, ¿qué pasará con los gobernantes inhumanos, ambiciosos y soberbios? Habría un cambio inesperado de proporciones incalculables.

Un pueblo así tomaría su distancia de los candidatos ambiciosos y de entrañas corruptas que combaten a los poderosos para ponerse en su lugar.

Sería un pueblo de criterio sano, capaz de discernir en las elecciones. Conocería a los hombres que le piden su voto, los árboles malos que no pueden dar frutos buenos, las fieras voraces que vienen vestidas con piel de oveja. No se colarían al poder tantos criminales.

El pueblo modificaría su conducta en las elecciones. Terminaría su irresponsabilidad y votaría el cien por ciento de la población.

En todo tiempo estaría participando en la gestión de la cosa pública, el pueblo es el soberano de una nación democrática. Estaría vigilante del trabajo de sus mandatarios, es decir criados públicos. Así conocería los partidos y las personas que muestran cualidades para servidores públicos. No esperaría a que se ofrezcan hombres ventajosos con cara de buenas gentes, abnegadas, heroicas en el servicio.

Necesitamos mirar a nuestros gobernantes no sólo a los de Venezuela, valorarlos según la justicia y la verdad.

¿Cuántos tiranos disfrazados hay entre nosotros, sobre nosotros? Es fácil conocerlos porque están entre nosotros, hay que señalarlos.

Son conocidos los conductores de noticieros y creadores de opinión que tiene una doble moral. Son implacables con Nicolás Maduro y a sus autoridades no las tocan ni “con el pétalo de una rosa”.

No podemos mirar la viga en el ojo de la democracia venezolana y no mirar la viga en el ojo de la mexicana.

Cada ciudadano necesita ser miembro activo de una sociedad democrática. Necesitamos ser autocríticos, conocernos a nosotros mismos, sacudir la modorra y la apatía, como si nos tuvieran drogados. Debemos asumir el poder como sociedad democrática, estar atentos y darnos los gobernantes que merecemos.

En la irresponsabilidad y ausentismo electoral, a veces el sesenta por ciento o más, nos imponen los tipos que quieren. Finalmente tenemos los gobernantes que merecemos, semejantes a nosotros.

¡Es hora de cambiar!

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