La traición de los intelectuales / Teresa Da Cunha Lopes
El silencio de la academia y la no acción política de los científicos ante la actualidad, han sido siempre la marca escarlata de la traición de los intelectuales y una segura señal de decadencia de las civilizaciones
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Morelia, Michoacán, 01 de abril de 2015.- Desde hace una década vivimos bajo terribles miedos que han transformado nuestro cotidianos en un ejercicio diario de control del pánico: el miedo a ser asaltados, el miedo a ser secuestrados, el miedo a ser muertos por el crimen organizado o por el delincuente aislado, a sabiendas que estos crímenes quedarán, con toda probabilidad, impunes.
A esta realidad, llamamos, decorosamente, “inseguridad”. Palabra técnica que crea la panacea de la abstracción, a través de la cual podemos simular, que la crueldad, la violencia y el mal, lo inenarrable que pasa a nuestro alrededor, son sucesos de un lugar, “de cuyo nombre no queremos acordarnos”.
Hasta algunos meses atrás podíamos hablar de estos y otros temas con los amigos, escribir sobre ellos en los periódicos, comentar en las redes sociales, participar en política o ser activista social con un cierto margen de maniobra que nos producía una sensación de libertades ejercidas en una democracia, imperfecta, pero altamente tolerante.
Sin embargo, este espejismo en el desierto que nos proporcionaba la inefable sensación de la existencia de condiciones reales para el ejercicio de las libertades políticas (ya que desde hace mucho abandonamos la ficción de que tenemos acceso al pleno ejercicio de los derechos sociales y económicos) se ha roto en pedazos como un cristal impactado por una roca. Y lo que tenemos en manos, son los pequeños fragmentos cortantes que dejan nuestras manos ensangrentadas.
Es evidente que esa “roca” fue Iguala y que existe un antes y un después de la desaparición forzada y masacre de los 43, ordenada por un representante electo y llevada a cabo en un operativo conjunto de fuerzas de seguridad del estado apoyados logísticamente por el narco. O viceversa, ordenada por un capo y llevada a cabo por un aparato de gobierno. No lo sabemos exactamente, porque la maraña, la imbricación entre los dos órdenes, impiden hacer la separación.
Es precisamente este problema de la imposibilidad real de la separación que tenemos que analizar de frente y atacar desde todas las trincheras. En particular desde la academia y desde la acción política del intelectual.
Creo que hay que preguntarse sobre este dato esencial que reside en la imposibilidad de separar. No podemos decir, mecánicamente, que lo que pasa cuando un grupo del crimen organizado decide matar no tiene nada que ver con el estado. Este es uno de los tres grandes debates que esperaría ver durante las próximas semanas de campaña electoral. Este es un debate que no será realizado. Los otros dos serían los ejes de la política exterior (que nunca es parte del debate electoral en México) y las propuestas concretas para la calidad de vida.
Sin embargo, si a los candidatos y a los partidos les parece “natural” rehuir de este debate fundamental, a la academia (me refiero en particular a la universidad como institución plural) no le resta más que ocupar ese vacío, ya que tiene, por su propia naturaleza de vanguardia, la obligación de analizar los acontecimientos de los últimos meses y de adelantar los grandes temas que, como filósofos, sociólogos, politólogos, médicos, juristas, pintores, biólogos economistas, psicólogos, ingenieros, matemáticos, químicos o físicos creemos que van a ocupar a la opinión pública y las preocupaciones de los ciudadanos en los próximos meses y sobre los cuales la clase política callare y los medios de comunicación masivos intentarán manipular.
Una academia que ha estado pasiva, autista. Un mundo intelectual que ha estado en estado de hibernación.
Es altura de despertar, es el momento de retomar la tradición de vanguardia. Es necesario reivindicar el liderazgo intelectual que aporta positivamente al debate informado y crítico sobre todas las cuestiones relacionadas con nuestro presente y sobre los futuros híbridos. Caso contrario continuaremos en una trayectoria de marginalización voluntaria que nos transforma en traidores a la sociedad, de la cual emanamos, de la cual somos parte integrante y para la cual debemos trabajar.
No podemos continuar como si no hubiese nada en nuestras sociedades que permita la violencia protegida por estructuras construidas con la complicidad del silencio de amplios sectores. Estamos obligados como investigadores, como comunidad científica, a hacer una reflexión a fondo, y liderar la apertura del debate público, sobre los conceptos de “estado fallido”, de “narco estado”, sobre los movimientos sociales, sobre las “autodefensas”, sobre las diferencias entre seguridad nacional y seguridad pública, sobre el estado de derecho constitucional, sobre la pobreza, sobre la distribución de la riqueza, sobre las brechas digitales, sobre la transparencia, sobre la discriminación y la equidad, sobre las capacidades productivas, las tecnologías, sobre las estructuras de trabajo, las demografías y la seguridad social.
Estamos obligados a analizar la definición de las políticas públicas, la responsabilidad de los servidores públicos, estudiar a fondo las funciones, obligaciones y sobre todo los límites de la acción del Estado para con sus ciudadanos, frente a sus ciudadanos y por sus ciudadanos, en el siglo XXI.
He siempre defendido y continúo creyendo que hay que cuestionar también, desde la academia, lo que permite la existencia, desde el aparato de Estado, de torquemadas, inquisidores, guerreros desbocados, manipuladores de elecciones, corruptores de masas, defraudadores del erario público, y lo que impide la luz, los valores de libertad y la filosofía como eje central de nuestras sociedades.
El intelectual y la academia deben retomar su posición central en este debate, que subrayo, ocupa el espacio dejado vacío por el debate político ausente. Debate que complementa al otro, al debate en la opinión pública, distorsionado por una maquila de la comunicación de masas controlada por grupos de interés.
No es un tema sencillo, no son temas sencillos, y aunque he reconocido que nos corresponde hacer un debate dentro de la academia, este debate no debe permanecer en la torre de marfil de nuestros centros de investigación, sí debe ser realizado entre la academia y la sociedad. Por otro lado, de cierta forma abogo por conducirlo desde la perspectiva de occidente, porque defiendo que el mismo debe estar inscrito en el paradigma de los derechos humanos.
El intelectual (uso este término en la definición francesa de la intervención del grupo en el espacio del conocimiento y en el espacio político), en los últimos años, ha dejado esta reflexión, la más polémica de sus actividades sustantivas, para el final de su lista de acciones. Se ha paulatinamente convertido en el “especialista” que no opina fuera de su microscópico tema de investigación, o en el “tecnócrata” que ejecuta un proceso que no cuestiona.
Esta reducción de la función del intelectual al mero rango del “especialista” y de la academia a la una unidad de producción de “competencias y destrezas” para un mercado, ha sido fatal para nuestras sociedades. Antes, en el pasado reciente del siglo XX, el intelectual advirtió contra las voces que producían a los totalitarismos, y señaló los retos de los futuros posibles, abrió el debate sobre las libertades y cuestionó el uso de los productos y posibilidades del propio progreso tecnológico.
Hoy, por hoy lo ha dejado de hacer. Ejecuta procesos, observa pasos metodológicos, produce tablas comparativas, es un elemento esencial en del complejo militar-industrial. Incapaz, por su propia formación de asumir el papel del visionario o el método del filosofo ante los problemas actuales, todo lo que puede hacer es una simulación de “reformas” enmascaradas en una terminología repetitiva: credibilidad, disciplina presupuestaria, recorte al gasto público, bonos europeos, troika, fondo europeo de estabilización financiera, edge funds, etc, etc.
En el momento actual, cuando hace falta, rápidamente, parar a la extrema derecha xenófoba, cortarles el camino a los autoritarismos, y estar alertas contra toda forma de amalgama entre estado y crimen organizado, cuando los deseos de venganza ciega que solo pueden añadir odio al odio atacan los cimientos de los avances de las últimas décadas en materia de derechos humanos, el intelectual, la academia y los intelectuales están en silencio y, por veces imposibilitados, de crear el debate profundo, urgente y necesario sobre la sociedad fracturada y el fin de la abundancia.
Este silencio cómplice, o esta imposibilidad auto construida de acción, constituyen una traición, porque el intelectual y la academia se dejaron reducir al analfabetismo funcional del “especialista”, en el mejor de los casos, o bien se dejaron hipnotizar por las prebendas de la cercanía al poder, que confunden con el ejercicio del poder, sin identificar que las mismas solo son cuentas de color y espejitos que cambian por el “oro” de la legitimación que otorgan a regímenes impresentables, a violaciones continuas de la dignidad humana, a opciones pseudo reformistas.
Ahora bien, el silencio de la academia y la no acción política de los científicos ante la actualidad, han sido siempre la marca escarlata de la traición de los intelectuales y una segura señal de decadencia de las civilizaciones. Después nos sorprendemos de las decidas al infierno de la violencia del crimen organizado o de los radicales de todo tipo…y de las hogueras dónde se quema al hombre y al libro.
*El título de la columna es un discreto homenaje a Julien Benda y su obra del 1927 «La Trahisión des Clercs»