Mayo 68 a mayo 2016. De la Contestación a la contra-revolución
Desde las esferas del poder se construye una situación de contrarrevolución en el 2016 que se expresa con niveles de violencia extremos, a través de la extensión de las nuevas formas de represión de la protesta social, de la criminalización del pensamiento crítico, del fortalecimiento de los encuadramientos ideológicos de las masas a partir de los medios de comunicación masivos y, de la creación de discursos securitarios
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Morelia, 24 de mayo 2016.- mayo es, desde finales de los sesentas, el mes asociado con la revolución. Mes de la revolución cultural, política, económica y social que sale de los salones de clase de las grandes universidades y, como un rastrillo, enciende el mundo gris producido por los hombres de la guerra fría.
Es el mes de la contestación, de la revolución que fue, antes de más, una revolución cultural, una revolución de la forma de vivir. Ahora bien, para entender su significado, es necesario precisar que existe una fundamental diferencia entre oposición política y contestación. Contestación, como bien lo decía Aranguren, quiere decir que” no se separan en el hombre su actitud y su actividad”, o sea, la contestación es siempre” global”. La contestación es siempre total, ya que es la posición que toma el individuo respecto a todo el sistema, respecto de la forma total de vida y, por lo tanto, no es una simple oposición a una forma cultural o a una posición política particular. Es un proceso revolucionario.
Así fue con la contestación de los sesentas. Así, la contestación en Paris de los estudiantes del mayo 68, la contestación de los estudiantes universitarios estadounidenses en el 66, la de los estudiantes mexicanos ultimados el 2 de octubre del 68 en la Plaza de Tlatelolco, era una lucha frontal contra el sistema. En términos anarquistas, una lucha por la desaparición de todo dominio del hombre por otro hombre. O, como dirían los marxistas, un pasaje para la fase final del comunismo. La propuesta última era la lucha frontal contra el sistema y la instalación de otro, un nuevo, sistema global de vida.
Es evidente, que, por ese entonces, después de las desastrosas décadas” experimentales” soviéticas ya nadie pensaba que se podía esperar por las” condiciones objetivas” y que todo el mundo sabía que había que crearlas a través de la acción política y sobretodo cultural. De ahí que los protagonistas de la contestación en los 60’s fueron los estudiantes universitarios y esa “raza” en extinción que son los intelectuales. Todos sabían que no se proponía un simple cambio de un partido por otro, de una forma de explotación (alienación) del individuo por otro, de una” guerra fría” por otra, si una revolución que era antes de más cultural (aún que el uso de este término por los maoístas ha desfigurado su sentido). Todos sabían, desde la invasión de Hungría en el 56, que los regímenes comunistas del Pacto de Varsovia, si bien eran la otra cara del sistema, eran parte y no alternativa, del sistema de violencia desde el poder a abatir.
La estrategia y el método escogidos por esos movimientos de los sesenta fue la provocación que pudo, en diversos momentos, asumir diversas formas : 1.- la forma de obstrucción , a través de la desobediencia civil; 2.-la forma de distorsión a través de happenings artísticos ( por ejemplo del teatro, el cine, la música ) ; 3.- o mediante la disrupción, esta última muy parecida con la expresión actual de las manifestaciones de calle; 4.- o transformarse , a su vez , en violencia , que pudo ser canalizada, instrumentada, secuestrada, en la guerrilla tercermundista o bien que asumió, en las sociedades desarrolladas , formas de violencia por la violencia , tales como la escenificó Stanley Kubrick en la película ” Naranja Mecánica”.
En todos los casos se trataba de métodos que expresaban el rechazo contra la violencia del poder: violencia del poder político, violencia del poder académico, violencia de la estructura familiar, violencia económica, violencia del aparato ideológico y/ o religioso, etc., etc.
Pero, en particular, se trataba de un rechazo a la segregación y de una profunda voluntad de integración en un nuevo sistema de grupos vulnerables, sea por su marginalización periférica de las economías basadas en el consumo, sea por la agonía de sus formas sociales en las zonas de conflicto, sea por la imposición de procesos de aculturación, sea por tradiciones impresentables de machismos y de fundamentalistas.
Sin embargo, también fue visible un rechazo a las formas y estilos de vida “burgueses”, como un esfuerzo para romper la presión de normas” morales” y de prisiones domésticas. De cierta manera, cumplían con la” profecía” académica de los sociólogos, de que una sociedad de clases se estaba transformando en una “sociedad de masas”, en que las distancias sociales estratigráficas anteriores, progresivamente se dirigían para una nivelación social de los jóvenes. Proceso, básicamente, terminado en Europa, pero lejos de estar instalado en América Latina.
Pero, también no debemos olvidar, que esa década fue, tal como lo es la nuestra, la década de la incertidumbre laboral de los jóvenes. Migraciones internas del campo a la ciudad, guerras regionales, movimientos de refugiados, cambios tecnológicos, etc., todos estos factores, entonces como ahora, tuvieron (y tienen) un impacto tremendo sobre los mercados laborales y crearon disyunciones que fueron sentidas, en primer lugar, por los jóvenes.
Jóvenes traicionados, entonces como ahora, por una clase política que no supo responder a tiempo a la necesidad de flexibilizar, innovar y hasta crear desde cero, nuevos sistemas educativos, universalización del acceso a las formaciones y salidas adecuadas a las necesidades de desarrollo personal, en que es importante poder hacer iniciativas propias, tener un trabajo que no sea rutinario y, preferentemente productivo para para la creación de equidad inclusiva, ciudadanía y justicia social.
Si para algo sirvió el mayo del 68 y los otros movimientos universitarios de los sesentas, fue para que los jóvenes adquiriesen una cultura de grupo, una consciencia de grupo y, esto es algo que se mantiene hasta hoy. Esa juventud contestataria del 68 no planteó solamente una contracultura, sino también una nueva visión de la educación y de la función social de la(s) cultura(s). Proponían dar a la educación una estructura totalmente abierta, sin la rigidez de la división en cursos, grados, facultades y clasificaciones. Una educación continua, permanente, que respondería a la demanda de los nuevos conocimientos tecno científicos y de la movilidad profesional contemporánea. Pero, antes de más una educación culturalmente diversa, inclusiva, personalizada, centrada en el individuo y para su desarrollo integral. Una educación que propiciaría no solo los conocimientos técnicos, sino que debería tener a la creatividad y a la reflexión filosófica como dos pilares del todo. Una educación que nivelara la cultura, eliminando las estructuras sociológicas de producción de la” distinción” como herramienta del racismo de clase, como lo evidenciaron los estudios de Bourdieu.
Si para algo sirvió la contestación de mayo 68, fue para alertarnos para los peligros de la ignorancia y para los riesgos del anti – intelectualismo de las élites político-económicas. Para evitar las derivas que producen esas dos actitudes propusieron la apertura de la educación a todos, un” reciclaje” cultural de las masas, en cierta medida.
Así, los centros educativos deberían ser totalmente abiertos, donde se puede entrar, salir y volver a entrar en procesos de formación continua, a lo largo de toda la vida. En función de la demanda personal de conocimiento, intereses y de desarrollo de un proyecto de vida y, no en función de una demanda de las industrias de servicios, de las empresas o de los aparatos de seguridad.
Pero el legislador no ha entendido nada y el poder (los poderes y las autoridades) sólo han entendido que su” mundo” (y el ejercicio de la violencia a nombre del poder) estaban (están) en causa.
Así, iniciaron la” contrarrevolución” a lo largo de los 70’s y de los 80’s Frente a esos” riesgos” de los grupos de interés la reacción ha sido la construcción de una contrarrevolución. Para los poderes que nos gobiernan y que gobiernan a la universidad, esta no es más que una enorme industria, la industria de la educación, reorganizada en forma empresarial, calificada con indicadores de” producción” y en que los egresados son” productos”, el output de la cadena de producción que transforma a los jóvenes en” manpower”, mano de obra para el sistema económico y para el poder. En que la investigación es dirigida a la producción de” competencias” y no de saberes.
Esta es la situación a la cual llegamos. De la revolución educativa y cultural soñada en mayo del 68, llegamos a la pesadilla de la contrarrevolución de las “pseudo” reformas educativas del siglo XXI.
De la contestación estudiantil e intelectual del 68 pasamos a la contrarrevolución del 2016 protagonizada por la alianza de grupos de interés conservadores (de derecha y de izquierda) que propician a los populismos sectarios que perpetúan los discursos de exclusión y los comportamientos de odio, como forma de mantenimiento instrumental de la violencia del poder.
A través de la globalización de las nuevas formas de regresión de la protesta social, de la criminalización de la crítica, del fortalecimiento de los encuadramientos ideológicos de las masas a través de los medios de comunicación y de la creación de discursos securitarios, nos llevaron a una situación de contrarrevolución con niveles de violencia extremos. Es altura de actuar contra esta contrarrevolución, es altura de retomar el espíritu de mayo. Del mayo del 68. Es el momento de proclamar que nos constituimos en” los estados generales” del 2016.