Editoriales

Pobres políticos y pobres de nosotros / Teresa Da Cunha Lopes

Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS
Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS

Tiempo es algo que le falta al actual gobierno, organización es un concepto que desconoce y recursos… bueno, ya sabemos que la llave de los recursos funciona a cuenta-gotas y que lo poco que existe, después del servicio de la deuda, es objeto de despilfarro en gastos de relaciones públicas, publicidad, obesidad burocrática, grandes eventos de masas

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Morelia, Michoacán, 03 de diciembre de 2014.- ¿Por qué la política económica que sigue o que proponen los gobiernos (no sólo el nuestro) parece a menudo tan patética?”. Simon Wren-Lewis, un reputado teórico de Oxford piensa que la respuesta es una cuestión de recursos y de organización: “Buscar buenos consejos (y distinguirlos de los malos) exige dinero o tiempo”.

Ahora bien, tiempo es algo que le falta al actual gobierno, organización es un concepto que desconoce y recursos… bueno, ya sabemos que la llave de los recursos funciona a cuenta-gotas y que lo poco que existe, después del servicio de la deuda, es objeto de despilfarro en gastos de relaciones públicas, publicidad, obesidad burocrática, grandes eventos de masas .

Es bien verdad que un gobierno consolidado lo tiene mucho más fácil que un gobierno nuevo. Pero, aquí de nuevo, que nos agarren confesados…ya que lo que tenemos son políticos nuevos en un gobierno nuevo…con mañas viejas.

Así, lo único con que podemos contar es con el discurso oficial sobre la “Nueva Edad Dorada”. Ironía última, servida con grandes gestos de oratoria por nuestros pobres políticos en los eventos de masas y en las conferencias de prensa, cuando la realidad es otra bien diversa. El crecimiento ha sido más lento que en los ejercicios anteriores, la inseguridad ha aumentado y, pobres de nosotros, andamos todos con miedo.

Aunque esto no es ni mucho menos la catástrofe que yo esperaba, para ahí caminamos.

Curiosamente, muchos países avanzan en la salida de la crisis que nos acecha desde el 2008. Nosotros, no. Nosotros caminamos fútilmente de festival en festival para el caos financiero y el abismo económico. Y dónde no existe crecimiento, bueno, como es lógico, no puede existir distribución (o redistribución). O sea sólo se puede fortalecer la desigualdad.

Es interesante que ni la prensa escrita ni los medios electrónicos dediquen más tiempo y atención a esta cuestión de la desigualdad. Se habla mucho de violencia en la calle, de puertas chamuscadas, de vidrios rotos, pero existe un persistente silencio sobre esa violencia última: la miseria y, sobre el doble círculo de discriminación y exclusión producido por esta.

Por lo menos, existe una simulación sobre su existencia y se esconden sus causas bajo el manto de la narrativa oficial, llena de optimismo, de la «Nueva Edad dorada». Ni siquiera existe una preocupación por un análisis político que vaya más allá del chisme sobre los berrinches personales y las ambiciones prosaicas de dos o tres personajes y que exponga la impreparación y el cinismo vigentes.

Ahora bien, las razones variables de una política invariable indican que en realidad no estamos hablando de un análisis de la política de gestión del inmediato… Por el contrario, estamos hablando del enfrentamiento entre dos tipos de posturas radicales, estériles las dos, y altamente perniciosas: por un lado, de una combinación de intereses de clase (los rentistas quieren sus rentas) y, por otro lado, del deseo de considerar la economía un drama moral (el dinero hace que uno se sienta bien, y por lo tanto tiene que ser malo).

En este enfrentamiento, falsamente interpretado como fruto de “posiciones irreductibles de derecha y de izquierda”, nosotros quedamos aplastados como la lechuga vieja al interior de un sándwich de jamón podrido.

Así, continuamos con una deuda (reestructurada) enorme y que continua creciendo, cuyo pago se continua extiendo, pero que no conduce a ninguna estrategia visible de recuperación. Podrían nuestros políticos argumentar que este es el costo de la democracia, del estado de derecho y del estado del bienestar. Lo realmente chocante es que lo hacen, que usan estos argumentos, en su narrativa oficial de la “Nueva Edad Dorada”. Ni siquiera se han dado cuenta de que la “opinión pública” ha dejado de » comprar» esa narrativa.

La realidad es otra: tenemos una creciente población que continúa sin cobertura universal de servicios de salud, sin subsidio de paro, sin acceso a una educación de calidad, con un transporte público de quinta y sin perspectivas de ocupación formal ni de planes de jubilación. Tenemos un “estado de derecho” que mete agua como un “Titanic” estrellado contra el iceberg de las desapariciones forzadas, fruto de la complicidad entre política y narco. Tenemos una “democracia” que sólo se reconoce en una “partidocracia”.

O sea, tenemos todos los ingredientes para una explosión social, que ha estado gestándose en el caldo del empobrecimiento de la clase media, en la marginalización de aquellos que no tienen ingresos para consumir y en la rabia acumulada por la injusticia, la impunidad y la corrupción.

Sin embargo, resulta bastante frustrante que al parecer esto les coja de nuevas no sólo a algunos lectores (cada vez menos), sino a muchos responsables políticos (a la mayoría de nuestros pobres políticos) y expertos (a nuestros pobres analistas).

Yo personalmente, y en este punto me acompañan millones, no entiendo porque ponen la cara de sorprendidos. Porque cuando nuestros pobres políticos no tienen ni el tiempo, ni las ganas, de buscar “buenos consejos» para construir una buena política económica, pobres de nosotros que tenemos que pagar los platos rotos de las políticas sociales deficientes y de la política de seguridad mal ejecutada.

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