Reflexiones / Periodismo y libertad
La vida no se comprende sin libertades, y la democracia, nunca será posible sin la libertad de expresión; lo mismo que el buen periodismo, que necesita entenderse en las libertades positivas, equilibradas, y por qué no, en las audaces
Morelia, Mich., 18 de diciembre de 2013.- Millones de personas en el mundo viven como “seres libres”; van de un lado a otro sin ser molestados o reconvenidos por ello, gozan de facultades formales y materiales para realizar actos personales, de comercio, jurídicos, etc., o simplemente deciden hacer o no hacer, decir o no decir. La vida como se percibe, transcurre y reconoce en ocasiones, deviene en tiempo y espacios comunes, que en ocasiones son monótonos, pero con la posibilidad de ser libres, o por lo menos eso se cree. El asunto es que hace mucho tiempo el ser humano dejó de preguntarse qué tan libre es y cómo se debe ejercer la libertad.
Con frecuencia los gobernantes aparecen en escena para asegurar que se vive o se aspira a vivir en democracia; una forma de gobierno que apareció hace muchos siglos como esquema de organización y convivencia de los humanos y que tiene, entre sus características principales, el ejercicio pleno de libertades y “el gobierno del pueblo”.
Los políticos “profesionales” también aseguran que toda democracia se garantiza plenamente en un Estado constitucional de derecho, es decir, en un territorio común, en donde se reconocen y respetan derechos y obligaciones, garantías y convenciones locales e internacionales. Sin embargo, la libertad que se ejercita cotidianamente pocas veces se valora, se aprovecha, se exige y respeta a plenitud. Me explico con un ejemplo: la Libertad de Expresión.
Las líneas que hoy escribo, son el resultado de una lucha día a día por lograr la consideración y el respeto hacia uno de los derechos más significativos de la humanidad: la libertad para expresar ideas, pensamientos u opiniones. Este derecho y realidad, el jurista Miguel Carbonell lo expresa así: “la posibilidad de que todas las personas participen en las discusiones públicas, es uno de los bienes más preciados para una sociedad y constituye el presupuesto necesario para la construcción de una “racionalidad discursiva” (Jürgen Habermas), que permita la generación de consensos y la toma de decisiones entre los componentes de los diversos grupos sociales, pero que también constituya un cauce para la expresión de los disensos”. En resumen: la libertad de expresión es indispensable para lograr mediar y gestionar a una sociedad necesitada de información, comprensión y participación en la toma de decisiones.
¿Y cómo entender el ejercicio de esta libertad?, ¿cómo entenderla positiva y negativamente? En México, en sentido positivo, el artículo sexto de la Constitución Política federal establece que: “la manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los derechos de tercero, provoque algún delito o perturbe el orden público […]”. En suma, este precepto brinda la garantía legal y de Estado para opinar libremente, claro está, con algunas excepciones.
En sentido negativo, la libertad de expresión se debe entender así: las “opiniones” y los juicios de valor personales no deben ser injuriosos e innecesarios; la “información”, si bien está protegida constitucionalmente, no debe vulnerar derechos o bienes como el honor o la intimidad; la “noticia” debe ser veraz, es decir, apegada a la verdad; y por último, se deben evitar las falsedades, rumores e insidias, disfrazándolas de narración neutral de hechos.
Estos son algunos matices que presenta la libertad de expresión en México. Desde luego que se puede reconocer que vivimos, en sentido estricto, con libertad para opinar, pero si deseamos conocernos un poco más como sociedad, es importante que analicemos cómo ejercitamos la libertad de opinar o expresar ideas.
Exigimos libertad y casi nunca o nunca sabemos utilizarla. Pensamos que vivimos con libertad de expresión, pero difícilmente nos cuestionamos qué es, cómo disfrutarla y respetarla, cuándo la podemos ejercitar y por qué necesitamos garantizar este derecho. En conclusión, la vida no se comprende sin libertades, y la democracia, nunca será posible sin la libertad de expresión; lo mismo que el buen periodismo, que necesita entenderse en las libertades positivas, equilibradas, y por qué no, en las audaces.
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