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El perjurio en política y otras cosas

El oportunismo y la falta de ética dominan la escena pública michoacana

Ciudad de México, 29 de octubre de 2025.- La palabra “traidor”, proveniente del latín traditor, significa “el que entrega” o “el que traiciona”. Deriva del verbo tradere, “entregar” o “pasar algo a alguien”, usado también en sentido figurado para quien rompe una lealtad. En el ámbito del amor, la guerra y la política, se repite la frase “todo se vale”, y con ella la justificación de actos poco éticos que desdibujan la dignidad y el respeto a los ideales.

Hoy, la creatividad y el ingenio político parecen haberse desviado hacia el arte de la traición, ese que permite ascender o mantenerse a costa de la confianza ajena. Lo lamentable no es sólo la falta de pudor, sino el descaro con el que algunos intentan ofender la inteligencia ciudadana mediante el espectáculo de “circo, maroma y teatro” para conservar privilegios, disfraces ideológicos y dietas pagadas con el erario.

Sería interesante revisar los orígenes de quienes hoy se dicen defensores del pueblo, para descubrir de dónde provienen sus fortunas. Porque, como reza el dicho popular, “dime de qué presumes y te diré de qué careces”, o como otros recuerdan con ironía: “¿De dónde se hizo mulas Pedro?”.

Ya lo discutíamos tiempo atrás entre amigos, al estilo del recordado periodista Juan Manuel Belmonte (+), en aquellas charlas de “Temas de café”. Coincidíamos en que muchos políticos michoacanos llevan décadas viviendo del erario, como en monarquías prolongadas, algunos aferrados al poder, mientras heredan sus posiciones a hijos y herederos que, con descaro, proclaman que serán “mejores que sus padres”.

La política —esa “madre de todas las ciencias”— ha sido, para algunos, un instrumento de supervivencia, un juego de favores y traiciones. Pero hay límites que deberían respetarse: la ingratitud y el perjurio siguen siendo faltas morales, aunque en la práctica sean recompensadas con cargos y candidaturas.

Uno de los ejemplos más recientes es el de la senadora Araceli Saucedo, quien llegó a su escaño gracias a la alianza opositora entre PAN, PRI y PRD. Sin embargo, una vez en el Senado, decidió unirse a la bancada de Morena, fortaleciendo la mayoría de la Cuarta Transformación. Su movimiento, interpretado por muchos como un acto de traición política, cayó en gracia al oficialismo, al punto de que el dirigente morenista Juan Pablo Celis Silva insinuó que podría ser candidata a la gubernatura de Michoacán en 2027.

Por otro lado, el dirigente estatal del PRD, Octavio Ocampo, ha intentado justificar y respaldar a Saucedo, negando que su decisión sea una traición o incongruencia. En declaraciones recientes, aseguró que el partido no se ha convertido en una “meretriz política” al servicio del mejor postor, aunque la opinión pública observe lo contrario.

Al final, la historia política mexicana vuelve a recordarnos que la traición no siempre se castiga: a veces se premia con más poder. Y en un país donde “todo se vale”, los principios parecen ser el único lujo que pocos pueden —o quieren— darse.

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