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Jaguar en México aumenta 30% con apoyo de collares satelitales

México se consolida como el único país con un censo nacional del felino más grande de América, registrando una recuperación poblacional del 30% en la última década

Morelia, Michoacán, 10 de diciembre de 2025.- Estamos cerca de la frontera con Guatemala, en una región donde la señal de celular muere y comienza el dominio del jaguar, la Panthera onca, el mamífero carnívoro que los mayas conocen como Balam. Aquí, en el ejido Laguna Om, Campeche, el calor húmedo de la selva no da tregua. Según la cosmogonía maya, este mamífero en peligro de extinción representa la dualidad del universo: lo femenino, la noche y el inframundo. Más que una deidad en sí mismo, este carnívoro terrestre es visto como una entidad sobrenatural y un vehículo de energías sagradas y fuerzas subterráneas que escapan al control humano.

Este símbolo de la cultura maya ha perdido alrededor de un 50% de su distribución histórica y sus poblaciones están en decremento a lo largo de su distribución actual. Se considera extinto en El Salvador y Uruguay, mientras que en Estados Unidos ha prácticamente desaparecido, menos de 10 jaguares macho han sido vistos en el sur de ese país desde 1963.

Del total de jaguares que hoy viven en el continente americano, alrededor de la mitad se encuentran en Brasil, país que posee el bloque contiguo más grande de hábitat de este felino, ubicado en la Amazonía. El resto, están amenazadas debido a su bajo número, aislamiento, alta presión de cacería, protección deficiente y a una alta densidad de asentamientos humanos. Estas subpoblaciones en peligro incluyen al Pacífico Mexicano, y la Selva Maya.

El jaguar está clasificado como “Casi Amenazado” en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), aunque información reciente sugiere que, en el futuro cercano, la especie podría calificar como “Vulnerable”, es decir, que se estaría enfrentando a un riesgo de extinción alto en estado de vida silvestre.

En México está catalogado como una especie en peligro de extinción y su cacería está vedada desde 1987. La Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) lo considera un felino cuya conservación es prioritaria.

En la península de Yucatán — esa región de enorme riqueza biológica, que mantiene el más grande remanente de bosque tropical de Norteamérica — el Dr. Gerardo Ceballos González y su equipo instalaron un campamento, no para buscar al jaguar y tomarse una foto turística; lo buscan para conectarlo a la nube.

“Estamos en mi campamento para el estudio de los jaguares en el ejido Laguna Om, en Campeche, muy cerca de la frontera con Guatemala y de la región de Calakmul. Este lugar es parte de un esfuerzo nacional, encabezado por mí, para salvar a los jaguares en México a través de la Alianza Nacional para la Conservación del Jaguar. Es un proyecto que lleva más de 22 años. Inició como un estudio de ciencia básica para entender la ecología del jaguar: qué comen, cuánto espacio necesitan, pero con el objetivo a largo plazo de usar esa información para diseñar una estrategia que asegure su supervivencia. Hoy estamos en un momento crucial: hemos logrado establecer una estrategia nacional que, si consolidamos, podrá garantizar que haya jaguares en México para siempre”, sostiene Gerardo Ceballos, líder del Laboratorio de Ecología y Conservación de Fauna Silvestre de la UNAM, quien encabeza una operación quirúrgica: rastrear, dormir y equipar a los jaguares con collares GPS satelitales.

En 2010, Gerardo Ceballos y un grupo de investigadores se dieron a la tarea de responder a la pregunta: ¿cuántos jaguares quedaban realmente en México? El panorama era sombrío; sabían que las cifras eran bajas. La cacería, la pérdida de hábitat y el conflicto con los ganaderos habían empujado a la población al borde de la extinción. Ceballos y su equipo de la Alianza Nacional para la Conservación del Jaguar (ANCJ) estimaban que apenas existían unos 1,000 ejemplares en todo el país. Para salir de dudas, decidieron realizar el primer censo nacional de la especie. El hallazgo fue revelador: encontraron 4,100.

A los 12 o 13 años, Ceballos leyó una novela llamada El Último Chorlito”, sobre la extinción de una especie de ave. En la novela, matan a la hembra y el macho se queda volando solo, cantando para atraer a una pareja que nunca llega. “Esa imagen me causó una ansiedad terrible: pensar en estar solo en el mundo. Ahí nació mi inspiración; decidí que quería salvar especies en peligro de extinción. Tuve la fortuna de acceder a la educación pública en México y becas del CONACYT para formarme. Mi llegada específica al jaguar fue curiosa: un cazador se me acercó a mediados de los 90 preguntando si podía cazar jaguares legalmente. Le dije que no, porque no sabíamos nada sobre su estado. A raíz de eso, decidí que teníamos que estudiarlos”, dice Ceballos en entrevista con WIRED.

Desde entonces, Ceballos ha forjado una alianza inusual: biólogos trabajando hombro a hombro con antiguos cazadores, quienes han cambiado el rifle por la conservación. WIRED acompañó a esta brigada en la penumbra de la selva, donde la experiencia de los rastreadores locales es vital. La jornada comienza puntualmente a las 4:00 de la mañana, una carrera contra el sol para interceptar al felino antes de que se retire a dormir. El objetivo es preciso: un dardo sedante, la colocación de un collar GPS y el inicio de una vigilancia digital que, en lugar de cobrar una vida, busca asegurarla.

Mientras en gran parte del continente las poblaciones de grandes carnívoros colapsan, México presenta una anomalía estadística positiva. Un salto de 15 años en el tiempo nos trae noticias todavía mejores. El último censo, concluido en 2024, contabilizó 5,326 jaguares en territorio mexicano, un incremento del 30% en comparación con las cifras de 2010.

Para lograrlo, se llevó a cabo una operación sin precedentes: durante 90 días, cerca de 50 investigadores y líderes comunitarios monitorearon 414,000 hectáreas en 15 estados utilizando 920 cámaras con sensores de movimiento y collares GPS. Se trata del mayor esfuerzo de censo para un mamífero jamás realizado en el país.

El equipo de conservación ha dado un salto cuántico, si hablamos de tecnología. “Cuando empezamos, usábamos collares de radio telemetría que requerían triangular la señal manualmente; obteníamos quizás 40 localizaciones de un animal al año. Hoy, los collares tienen GPS satelital. La información va del collar al satélite y de ahí a mi computadora. Podemos obtener lecturas cada hora o incluso cada cinco minutos, lo que nos da miles de datos sobre sus movimientos. Además, el avance en las cámaras trampa ha sido impresionante. Antes obteníamos fotos borrosas; ahora tenemos video en alta resolución que nos permite estudiar conductas complejas, interacciones entre especies y confirmar la salud de las poblaciones”, explica Gerardo Ceballos, en entrevista con WIRED.

Esta tecnología ha permitido desmitificar al depredador y, paradójicamente, salvarlo.

El jaguar, que según los mayas, encarna las potencias caóticas, destructivas pero también vitales de la oscuridad y la noche, actuando como el gran soberano de los espacios y tiempos donde la luz del sol no gobierna. Simboliza al Sol en su tránsito por el inframundo durante la noche. Su piel manchada representa el cielo estrellado.

«Pasamos de triangular señales de radio a mano para tener 30 ubicaciones al año, a collares satelitales que nos dan miles de datos en tiempo real. Hoy México es el país con la mejor información sobre el jaguar porque usamos la tecnología para entender cada paso que dan».

Gerardo Ceballos González

«A pesar de la situación tan complicada que vive el país, la población ha aumentado. Es un reflejo de que cuando tienes una estrategia articulada, las cosas funcionan», dice Ceballos en entrevista con WIRED.

La fortaleza verde: 1.5 millones de hectáreas

El escenario de esta recuperación no es casualidad. La Reserva de la Biosfera de Calakmul se ha expandido para convertirse en el Gran Calakmul: un macizo forestal de 1.5 millones de hectáreas. Es, según datos de la SEMARNAT, la segunda reserva de selva tropical más grande de América, solo detrás del Amazonas en Brasil.

«La magnitud de la extinción actual es tan grande como la que acabó con los dinosaurios. No es exageración: si seguimos perdiendo especies a esta velocidad, enfrentamos un colapso de la civilización en dos o tres décadas. Ese es el tamaño real del problema».

Este corredor biológico es vital no solo para los estimados 500 jaguares que lo habitan, sino para la estabilidad climática de la región. La reserva alberga más de 60,000 especies de flora y fauna; 94 especies de mamíferos y 350 de aves y aproximadamente 160 especies consideradas en peligro de extinción.

Sin embargo, el tamaño no garantiza la seguridad. La zona enfrenta amenazas constantes: tala ilegal, incendios provocados para el cambio de uso de suelo y el tráfico de vida silvestre.

La estrategia mexicana se distingue por su pragmatismo. Ceballos es contundente: “Es vital no romantizar. Existe la idea de que las comunidades rurales viven en perfecta armonía con su ambiente, y eso es parcialmente cierto solo cuando la población es muy baja. Pero la base del éxito de este proyecto es entender que los ejidatarios son personas con las mismas necesidades y aspiraciones que nosotros. Si la selva no les da ningún beneficio económico, no hay incentivo para conservarla”, sostiene.

El equipo de Ceballos a creado un modelo donde la conservación sea rentable: pago por servicios ambientales, ecoturismo, manejo forestal sustentable. “En el momento en que conservar la selva les genera ingresos y mejora su calidad de vida, la relación se vuelve virtuosa. Es un intercambio: nosotros recibimos el permiso para investigar y su conocimiento invaluable del terreno, y ellos reciben recursos y asesoría para beneficiarse de sus tierras sin destruirlas”, explica a esta revista.

«No hay que romantizar a las comunidades rurales. Si la selva no les da ningún beneficio económico, no hay incentivo para conservarla. Nadie protege lo que no le ayuda a subsistir. Para que la conservación funcione, tiene que ser rentable para quienes viven ahí, igual que para cualquier otra persona».

Para que el jaguar sobreviva, el bosque debe valer más de pie que talado. Organizaciones como Global Conservation han inyectado recursos críticos —cerca de 100,000 dólares anuales en los últimos seis años— para profesionalizar la defensa del parque. Esto incluye financiar patrullajes, equipar a guardaparques, que recorren hasta 10,000 kilómetros al año, y apoyar la tecnología de monitoreo.

El modelo integra a los ejidos locales mediante el pago por servicios ambientales y proyectos de carbono (REDD+), permitiendo que comunidades como Laguna Om reciban ingresos por mantener la selva intacta. «Es un intercambio comercial ético», señala el equipo de conservación. «Ellos protegen la casa del jaguar porque esa casa ahora paga las facturas».

Infraestructura y mitigación

El desarrollo del sureste, marcado por el Tren Maya, planteó un desafío monumental. La fragmentación del hábitat es la sentencia de muerte para especies que requieren grandes territorios, un solo jaguar necesita entre 2,500 y 10,000 hectáreas.

La intervención científica logró que se implementaran pasos de fauna —estructuras diseñadas para que los animales crucen por debajo de las vías— y se ampliaran las áreas protegidas como compensación.

Aunque polémico, el resultado es la obra de infraestructura con mayor número de pasos de fauna planificados en el mundo, un intento de conciliar el desarrollo económico con la supervivencia biológica.

“Nuestra guía siempre es la ciencia, no la política ni la filosofía personal. Cuando se anunció el Tren Maya, sabíamos que no estaba en nuestras manos pararlo. Lo que hicimos fue analizar científicamente los riesgos: fragmentación del hábitat y atropellamientos. Negociamos con el gobierno (Fonatur) y logramos que se establecieran pasos de fauna”, explica Ceballos.

“Puedo decir que es la obra de infraestructura con más pasos de fauna planeados en el planeta. Logramos que el tren no pasara por las zonas núcleo de las reservas y que se respetaran las áreas de amortiguamiento. Al final, los impactos negativos son mucho menores que si no hubiéramos intervenido, y los pasos de fauna evitarán que las poblaciones de jaguares queden aisladas, lo cual sería genéticamente desastroso”, sostiene.

En su reciente libro, Before They Vanish, Ceballos advierte que la extinción de especies no es un problema romántico, sino existencial. La pérdida de biodiversidad al ritmo actual amenaza con colapsar la civilización moderna en cuestión de décadas.

En Calakmul, la lucha es diaria. Guardabosques equipados con tecnología, científicos analizando datos satelitales y ejidatarios gestionando sus tierras forman la primera línea de defensa. México está demostrando que salvar al jaguar no requiere milagros, requiere datos, dinero y la voluntad política de entender que, sin naturaleza, no hay futuro.

«Estamos en un momento crucial», concluye Ceballos desde el campamento. «Si consolidamos esto, habrá jaguares en México para siempre».

(CON INFORMACIÓN DE: WIRED)

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