Sucesos

Muere Ricardo Ordóñez encadenado y en huelga de hambre frente al Palacio de Gobierno

Originario de Coatzacoalcos protestó encadenado en Xalapa tras ser despojado de su patrimonio

Xalapa, Veracruz, 18 de julio de 2025.- Ricardo Ordóñez murió en silencio, atado con cadenas a una luminaria frente al Palacio de Gobierno, tras 38 días en huelga de hambre. Nadie lo escuchó. Nadie se detuvo a preguntarle por qué su cuerpo se consumía frente a los ojos de todos. Murió como vivió sus últimos meses: solo, ignorado por las instituciones que debieron protegerlo. Quería audiencia con la gobernadora Rocío Nahle.

Era originario de Coatzacoalcos y llegó a Xalapa con una sola intención: ser escuchado. Su historia era la de miles, pero su decisión fue radical. Denunció que había sido despojado de su patrimonio tras un fraude en la compra de un inmueble. Aseguraba que detrás del despojo estaban personas con poder, con relaciones políticas, y que por eso su denuncia no avanzaba. Decía haber pasado por más de una decena de fiscales, cinco jueces y múltiples funcionarios, todos incapaces de darle respuesta.

Su protesta comenzó el 7 de junio. Desde entonces se mantuvo frente a la sede del poder estatal, primero sentado, luego encadenado, y al final casi sin fuerzas para hablar. Pasó días sin probar alimento y llegó a pasar tres días sin beber agua. Su cuerpo se debilitaba cada hora, pero su esperanza se mantenía intacta: que alguien lo mirara a los ojos y lo escuchara.

Nunca ocurrió.

Lo vieron decenas de funcionarios, empleados, policías, periodistas, transeúntes. Se volvió paisaje de la plaza pública. Una figura inmóvil, con el rostro hundido, con las manos temblorosas y los pies hinchados. Las fotografías que circularon muestran su rostro deshecho, cubierto por el sudor y el abandono. Su voz se apagaba, pero sus pancartas lo gritaban todo.

 “Estoy muriendo aquí porque nadie me hace caso”.

Esta mañana colapsó. Paramédicos lo atendieron, pero ya era tarde. Murió a metros de donde todos los días entra y sale el poder político de Veracruz. Su cuerpo fue retirado mientras algunos testigos apenas podían contener las lágrimas. Otros simplemente pasaron de largo. Como se pasa de largo ante una historia incómoda.

La muerte de Ricardo ha desatado una ola de dolor e indignación. Colectivos ciudadanos, defensores de derechos humanos y personas comunes no han podido entender cómo un hombre pudo morir frente al gobierno sin que nadie interviniera. Lo que empezó como un llamado por justicia, terminó convertido en una tragedia que interpela directamente al alma de la sociedad veracruzana.

Ricardo no pedía dinero, ni favores, ni beneficios. Pedía justicia. Pedía una respuesta. Pedía vivir en paz. No la tuvo.

Hoy su nombre no puede olvidarse. No por lo que perdió, sino por lo que nos recordó: que en este país aún se puede morir sin que nadie escuche. Y que a veces, ni encadenado y muriendo a la vista de todos, basta para que algo cambie.

Información: Pluma Negra

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